Dice nuestro Código Penal en su artículo 248 que “cometen estafa los que, con ánimo de lucro,
utilizaren engaño bastante para producir error en otro, induciendo a realizar
un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno (…) los que, con ánimo de
lucro y valiéndose de alguna manipulación informática o artificio semejante,
consigan una transferencia no consentida de cualquier activo patrimonial o
perjuicio en otro (…)”.
Por desgracia, parece que ya nos hemos familiarizado con este tipo de estafas y cuando, de repente, surge una en las noticias, nos lamentamos pues directa o indirectamente nos afectará a nuestras inversiones, aunque no estemos invertidos en los productos o activos que formen parte de la estafa en cuestión. Son, como decía, “las desventuras del pequeño inversor” aunque ha habido estafas que han afectado a grandes, pequeños, sabios, pobres, ricos, incautos y no tan incautos. Siempre se tuvo el sentimiento de que estas estafas solo entraban en la casa de los que carecían de conocimientos financieros hasta que llegó Bernard Madoff y dijo: aquí estoy yo para desmontar ese mito. A partir de él, la idea cambió y ahora nadie está libre.