En el ámbito
de la inversión en renta variable, pocas ideas resultan tan seductoras como la
posibilidad de adquirir acciones a precios bajos con la esperanza de que su
cotización se recupere con fuerza en el futuro. El atractivo es evidente:
comprar en mínimos y vender en máximos es el sueño de todo inversor. Sin
embargo, la experiencia acumulada a lo largo de décadas en los mercados
demuestra que no siempre lo barato es sinónimo de oportunidad. Con frecuencia,
detrás de un precio aparentemente atractivo se esconde un deterioro más
profundo que termina erosionando el valor para el accionista.
Este
fenómeno, conocido como trampa de valor, constituye uno de los errores
más recurrentes y costosos para quienes invierten en Bolsa. La lógica que lo
sustenta parece convincente: si una acción cotiza con múltiplos muy inferiores
al promedio del mercado, lo razonable sería asumir que está infravalorada y que
el mercado está siendo injusto con ella. Pero la realidad es más compleja. En
la mayoría de los casos, esos múltiplos reducidos reflejan dificultades
estructurales de la compañía, un modelo de negocio en declive o una capacidad
muy limitada para generar beneficios sostenibles.


















