La democracia y el mercado son estructuras diseñadas para solucionar problemas colectivos. El mercado puede concebirse como un mecanismo de distribución de recursos limitados en el que las personas, guiadas únicamente por su propio interés, logran que el sistema económico funcione. Aunque nadie actúa pensando en el bienestar ajeno, la búsqueda del beneficio personal los obliga a ofrecer productos de calidad. De manera involuntaria, los precios cumplen un papel clave en la economía, ya que reflejan la demanda, orientan la producción y permiten generar ganancias.
Por otro
lado, la democracia es un modelo de autogestión colectiva y de toma de
decisiones sobre la convivencia social, basado en la voluntad ciudadana. En
teoría, los ciudadanos establecen las normas a las que deciden someterse; sin
embargo, no ejercen el poder de manera directa, sino que eligen representantes
encargados de legislar. Esta forma de democracia, propia de la actualidad, se
aleja del ideal clásico.
Aunque
mercado y democracia abordan ámbitos distintos, comparten un notable
paralelismo: ambas funcionan a partir de principios y dinámicas similares,
donde la competencia es un factor fundamental.