El 2020, conocido
ya como el año del COVID-19, termina dejando un lienzo bursátil desigual donde
la volatilidad ha sido su marca de identidad. Las Bolsas mundiales cierran un
ejercicio donde se han visto caídas muy fuertes, en un fugaz periodo de tiempo,
para luego llegar las recuperaciones y tocar, en algunas plazas, niveles
máximos nunca vistos. En un principio, el miedo colapsó los Mercados
Financieros para después regenerarse; incluso algunos sectores, como el
tecnológico, acumulan unas plusvalías que hacen pensar que la crisis sanitaria nada
ha tenido que ver con ellos.
El estallido de la
crisis sanitaria pilló por sorpresa a inversores y analistas provocando un
derrumbe de todos los Mercados, incluyendo activos como el oro que se
consideran refugio en época de turbulencia financiera. Ante tal inédita
situación, las autoridades monetarias, económicas y sanitarias reaccionaron de
una forma coordinada, como nunca se había visto, para atajar un problema
económico de tal magnitud que podría haber sido mayor si no se hubiesen tomado
ciertas medidas tan contundentes y drásticas.
La caída bursátil
del pasado mes de marzo fue de tal envergadura, que la Reserva Federal de los
Estados Unidos, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón y el Banco de
Inglaterra inundaron el Mercado de liquidez monetaria para que a partir de ese
momento diese comienzo la recuperación bursátil. Con esa inyección de liquidez,
que no viene de ahora sino de la anterior crisis monetaria, se consiguió que se
pudiese emitir más deuda, abaratando el crédito y reduciendo el pago de la
Renta Fija, lo que provocó un apetito por los activos de más riesgo donde se
encontró más rentabilidad.