21 de diciembre de 2020

La buena suerte no está en la Lotería


Metidos ya en la última página del calendario, parece que todo nuestro alrededor se transforma para rescatar, año tras año, la magia de la Navidad. Estas fechas, de raíces religiosas, avivan la ilusión de disfrutar de la familia, nos hacen recobrar esos sentimientos plagados de buenas intenciones y, cómo no, nos embriaga el sueño de que podemos ser uno de los agraciados con el Gordo de la Navidad. Y todo se prepara para el momento, incluso se crea un anuncio televisivo convirtiéndose en “trending topic”. Quién no recuerda al calvo de la suerte, o esas últimas historias tan entrañables que nos ayudan a sentir que la fortuna puede llamar a nuestra puerta. El caso es que la Navidad no sería igual si no existiese el Sorteo Extraordinario de la Lotería.

Todos los países tienen su propio sistema de lotería. En España, el más famoso, es el del 22 de diciembre, ostentando el record mundial del sorteo que más años se lleva organizando en el mundo, concretamente desde el 18 de diciembre de 1812, cuando el ministro de la Cámara de Indias pensó en ello como “una medida para aumentar los ingresos del erario público sin quebranto de los contribuyentes”. Se llamó “Lotería Moderna” para diferenciarla de la “Lotería Primitiva” creada por el Marqués de Esquilache. Posteriormente, el 23 de diciembre de 1892, se le comenzó a llamar “Sorteo de Navidad” y cinco años más tarde se imprimían los boletos con ese nombre. Desde su inicio, fueron los niños de San Ildefonso los encargados de cantar los números.


El siguiente sorteo más importante es el de la Lotería del Niño, el 6 de enero, que nació en 1941 y en 1966 se le dio el nombre con el que hoy lo conocemos, por la coincidencia del sorteo con la fecha de la Adoración de los Magos.

La estadística y la probabilidad son implacables con los juegos de azar, sean de la índole que sean. Tanto es así, que, desde el punto de vista lógico, nadie debería invertir su dinero en ellos. Los grandes premios son los causantes de que nos invada la ilusión, nos autoengañamos pensando que es mucho lo que se puede ganar con poco dinero. Sin embargo, no es así, lo sabemos y seguimos buscando la suerte, sin darnos cuenta de que lo que hacemos es perder dinero en la inmensa mayoría de los casos, aunque sean pequeñas cantidades. El motivo no es otro que estamos ante una auténtica y legal inversión piramidal. El riesgo de perder todo lo apostado es muy elevado, somos conscientes, pero la intuición que nos sobrevuela consigue engañarnos, nunca se pondrá de nuestra parte porque el ser humano raramente piensa en términos de probabilidad. Atendiendo a esta premisa, jugar a la lotería como una inversión y por intuición es perder por estadística. Las matemáticas no están en la misma orilla que las loterías, pero la ilusión es tan grande que hace que nos entusiasmemos con la falsa percepción de que ser el agraciado es más fácil de lo que parece. Entonces, en las administraciones buscamos fortuna y salimos con la sonrisa y la convicción de que esta vez es la buena, lo curioso es que el que se queda en la cola y el que estaba delante, están experimentando la misma sensación. Por hacer un símil, los juegos de azar de hoy son equiparables a la Fiebre del Oro de mediados del siglo XIX en California. Por lo tanto, plantearse el juego como una inversión es un error, por mucha ilusión que tengamos.

Adam Smith, el padre de la ciencia económica, en 1776, mucho antes que los estadistas actuales demostraran la escasa esperanza positiva matemática de la ilusión, advertía de la ridícula confianza que tienen los hombres en la buena suerte de la lotería, sin darse cuenta de que la buena suerte no es más que la habilidad de aprovechar las ocasiones favorables. Cuantos más billetes se compren, más posibilidades hay de perder, aunque la probabilidad aumente: invertir en azar con el fin de asegurar el premio es más caro que la recompensa a percibir.

En esta línea, universidades americanas, hace unos años, hicieron un estudio llegando a la conclusión de que si nos toca la lotería sería malo para nuestra salud financiera: los premios inferiores a 10.000 dólares se gastaban al poco de recibir el importe ganado. Los agraciados con unos 100.000 dólares acababan arruinados antes del quinto año después de ganar el premio. El patrimonio de los ganadores y sus deudas eran similares después de cinco años. Los ganadores de premios medianos y grandes pudieron haber pagado sus deudas e incrementado su patrimonio en activos financieros, pero no lo hicieron. La gran mayoría aumentó su patrimonio con pasivo y aumentaron los gastos con lo que tuvieron que malvender esos pasivos y quedarse, incluso, peor que estaban antes de que les tocase el premio. Los autores del estudio afirmaban, a modo de moraleja, que el dinero fácil igual que viene se va, que los agraciados carecían de formación financiera y que si no se sabe administrar un pequeño patrimonio de ninguna manera se podrá administrar uno grande.

He leído muchas veces que la lotería es el impuesto a la ignorancia. Es posible. El más beneficiado de todos los juegos de azar que existen es el Estado: ingresa una cantidad ingente de dinero proporcional al gastado por los jugadores. No conforme con eso, el Fisco llama también a la puerta de los agraciados.

No nos olvidemos que cuando compramos un décimo compramos también esperanza e ilusión y eso también hay que valorarlo. La suerte no viene sola, hay que buscarla. Por lo tanto, jugar a ese número que juegan todos los de su pueblo o su trabajo no es ningún mal. Ese disgusto que se llevaría si toca y no lleva, no merece la pena por el simple hecho de hacerle caso a la estadística y ahorrase unos euros. El despropósito viene de la mano de hacerlo de forma impulsiva.

¡Qué la suerte nos acompañe!

2 comentarios:

  1. Muy buen articulo muchas gracias, ha sido una excelente lectura.
    Personalmente me gusta jugar mucho la Lotería Primitiva, es de mis favoritas por mucho..

    saludos

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  2. Los jugadores del azar se caracterizan por ser modelos decisionales de utilidad basada en razonamientos no probabilísticos o de valore esperado positivo.
    Buen artículo.

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