19 de agosto de 2025

La Bolsa no es un juego de suma cero

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Una de las confusiones más persistentes en torno al mercado bursátil es la creencia de que invertir en Bolsa equivale a participar en un juego de suma cero. Según esta visión, lo que uno gana otro lo pierde, como si las operaciones en acciones funcionaran igual que una partida de póker o una apuesta deportiva. Pero esta comparación, aunque popular, es profundamente errónea y limita la comprensión del verdadero funcionamiento de los mercados financieros. La Bolsa no es un juego de suma cero porque se basa en la creación de valor, no en la redistribución cerrada de un premio fijo.

El concepto de “suma cero” proviene de la teoría de juegos. Describe situaciones en las que las ganancias de unos coinciden exactamente con las pérdidas de otros. En una ruleta o en una partida de cartas, lo que gana uno lo pierde otro jugador, y el total de recursos permanece constante. Pero el mercado bursátil no es un sistema cerrado: en él se intercambian participaciones en empresas reales que producen bienes y servicios, generan beneficios y reparten dividendos. Por eso, no todos los que ganan lo hacen a costa de otro y no todos los que pierden provocan que alguien más se beneficie.

Cuando alguien invierte en Bolsa, no está simplemente haciendo una apuesta. Está comprando un activo: acciones que representan propiedad sobre una empresa. Y esa empresa, si está bien gestionada, puede aumentar su valor con el tiempo. Si los beneficios crecen, si la empresa innova, se expande o mejora su rentabilidad, ese valor añadido se refleja en la cotización de sus acciones. La creación de valor en Bolsa permite que muchos accionistas se beneficien a la vez. No se trata de una redistribución, sino de una generación progresiva de riqueza.

Un ejemplo ilustrativo es Apple. En las últimas dos décadas, esta empresa ha pasado de ser un actor marginal a convertirse en una de las mayores compañías del mundo. Invertir en sus acciones al inicio de ese proceso habría generado enormes ganancias. Pero no porque otro inversor las haya perdido, sino porque la empresa ha producido valor real: dispositivos innovadores, servicios digitales, expansión global y enormes beneficios. Ese proceso ha enriquecido a sus accionistas sin necesidad de que otros pierdan en la misma medida.

Este fenómeno se extiende a todo el mercado. Tomando como referencia el índice S&P 500, que agrupa a las quinientas mayores empresas de Estados Unidos, se observa un crecimiento sostenido en el largo plazo. En promedio, ha ofrecido una rentabilidad anual del 8 al 10%, descontando inflación. ¿Cómo es posible que miles de inversores ganen a la vez? Porque la inversión en Bolsa a largo plazo capta el crecimiento agregado de la economía. No hay un pozo común del que unos sacan y otros se vacían, sino un ecosistema empresarial que, en conjunto, tiende a prosperar.

Ahora bien, en los movimientos de corto plazo pueden aparecer dinámicas que se asemejan a un juego de suma cero. Si alguien compra una acción a 50 euros y la vende a 55, y luego otro la adquiere y esta baja a 48, da la impresión de que hay un ganador y un perdedor. En cierto modo, en el corto plazo el mercado puede parecer una partida especulativa. Pero incluso en este contexto hay matices: no todos los participantes tienen los mismos objetivos, horizontes temporales o niveles de información. Y muchas veces, lo que parece una pérdida momentánea puede convertirse en una ganancia futura.

Los productos financieros derivados, como futuros, opciones o contratos por diferencia (CFD), sí pueden funcionar con lógica de suma cero cuando no están respaldados por activos subyacentes reales. Si un operador apuesta a que un índice bajará y otro a que subirá, uno de los dos acabará ganando lo que el otro pierde. Aun así, incluso en estos instrumentos existen coberturas, estrategias y usos más complejos que diluyen esa visión estricta. Y, en cualquier caso, estos productos son solo una fracción del mercado total.

Otro elemento que refuerza la idea de que la Bolsa no es un juego de suma cero es el papel de los dividendos. Las empresas que reparten dividendos entregan una parte de sus beneficios directamente a los accionistas. Este dinero no proviene de otros inversores, sino de los resultados positivos de la compañía. Endesa, por ejemplo, es una empresa cotizada en el mercado español con una larga tradición de remunerar generosamente a sus accionistas. Incluso en entornos de incertidumbre, ha mantenido políticas de dividendo estables, reflejando la rentabilidad de su negocio eléctrico y energético. Es posible obtener ganancias en Bolsa simplemente manteniendo acciones de compañías sólidas y rentables.

comprender que la Bolsa no funciona como una apuesta sino como un mecanismo de participación en el progreso económico es esencial para quienes aspiran a construir un patrimonio a largo plazo

Además, la Bolsa permite la participación en el crecimiento económico global. A medida que las economías se expanden, aumentan las ventas, los beneficios y las oportunidades de negocio. Este fenómeno se refleja en las cotizaciones bursátiles. El valor de mercado no es una masa fija a repartir, sino una variable dinámica en constante evolución. Las empresas que cotizan en Bolsa se benefician del avance tecnológico, de la globalización, de la mejora de la productividad, y todo ello genera nuevos recursos que no existían antes. La riqueza no se redistribuye: se crea.

En contraste, los juegos de suma cero, como el póker o la ruleta, tienen límites bien definidos. El total de fichas o apuestas es invariable. Lo que uno gana, otro lo pierde. Y, para colmo, la casa siempre se queda con una parte: una comisión, un margen, un porcentaje. El resultado global no es solo suma cero, sino muchas veces suma negativa. En la Bolsa, pese a que existen comisiones y costes de transacción, el valor total puede aumentar con el tiempo. Es por eso que, históricamente, el mercado ha premiado la inversión paciente y disciplinada.

El error de pensar que la Bolsa es un juego de suma cero también se alimenta del pesimismo que genera cada crisis financiera. En caídas bruscas, como la de 2008 o la de 2020, se pierde valor de forma rápida y generalizada. Pero esta pérdida no equivale a una ganancia de alguien más. Lo que ocurre es un ajuste de expectativas, un cambio en la percepción del riesgo, una revisión de valoraciones. Nadie se lleva ese dinero: simplemente, se esfuma parte del valor presente al descontarse escenarios negativos futuros. Es el reflejo de un sistema que se adapta constantemente, no de un tablero donde alguien recoge las fichas que otros dejan caer.

En resumen, el mercado bursátil no es un entorno de suma cero. Es un sistema de financiación empresarial y de inversión colectiva donde el valor se crea a través de la actividad económica real. Las empresas cotizadas no son piezas de un juego: son entidades vivas que generan empleo, innovación y beneficios. Invertir en acciones es participar en ese proceso. Y aunque el mercado tiene riesgos y no todos los inversores ganan siempre, la lógica que lo rige está mucho más cerca del crecimiento compartido que de la competencia destructiva.

Por eso, comprender que la Bolsa no funciona como una apuesta sino como un mecanismo de participación en el progreso económico es esencial para quienes aspiran a construir un patrimonio a largo plazo. En este terreno, la suma no es cero: es creciente.

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