Una de las
confusiones más persistentes en torno al mercado bursátil es la creencia de que
invertir en Bolsa equivale a participar en un juego de suma cero. Según esta
visión, lo que uno gana otro lo pierde, como si las operaciones en acciones
funcionaran igual que una partida de póker o una apuesta deportiva. Pero esta
comparación, aunque popular, es profundamente errónea y limita la comprensión
del verdadero funcionamiento de los mercados financieros. La Bolsa no es un
juego de suma cero porque se basa en la creación de valor, no en la
redistribución cerrada de un premio fijo.Foto by pixabay.com
El concepto
de “suma cero” proviene de la teoría de juegos. Describe situaciones en las que
las ganancias de unos coinciden exactamente con las pérdidas de otros. En una
ruleta o en una partida de cartas, lo que gana uno lo pierde otro jugador, y el
total de recursos permanece constante. Pero el mercado bursátil no es un
sistema cerrado: en él se intercambian participaciones en empresas reales
que producen bienes y servicios, generan beneficios y reparten dividendos. Por
eso, no todos los que ganan lo hacen a costa de otro y no todos los que
pierden provocan que alguien más se beneficie.
Cuando
alguien invierte en Bolsa, no está simplemente haciendo una apuesta. Está
comprando un activo: acciones que representan propiedad sobre una empresa. Y
esa empresa, si está bien gestionada, puede aumentar su valor con el tiempo. Si
los beneficios crecen, si la empresa innova, se expande o mejora su
rentabilidad, ese valor añadido se refleja en la cotización de sus acciones. La
creación de valor en Bolsa permite que muchos accionistas se beneficien
a la vez. No se trata de una redistribución, sino de una generación progresiva
de riqueza.
Un ejemplo
ilustrativo es Apple. En las últimas dos décadas, esta empresa ha pasado de ser
un actor marginal a convertirse en una de las mayores compañías del mundo.
Invertir en sus acciones al inicio de ese proceso habría generado enormes
ganancias. Pero no porque otro inversor las haya perdido, sino porque la
empresa ha producido valor real: dispositivos innovadores, servicios digitales,
expansión global y enormes beneficios. Ese proceso ha enriquecido a sus
accionistas sin necesidad de que otros pierdan en la misma medida.
Este fenómeno
se extiende a todo el mercado. Tomando como referencia el índice S&P 500,
que agrupa a las quinientas mayores empresas de Estados Unidos, se observa un
crecimiento sostenido en el largo plazo. En promedio, ha ofrecido una
rentabilidad anual del 8 al 10%, descontando inflación. ¿Cómo es posible que
miles de inversores ganen a la vez? Porque la inversión en Bolsa a largo
plazo capta el crecimiento agregado de la economía. No hay un pozo común
del que unos sacan y otros se vacían, sino un ecosistema empresarial que, en
conjunto, tiende a prosperar.
Ahora bien,
en los movimientos de corto plazo pueden aparecer dinámicas que se asemejan a
un juego de suma cero. Si alguien compra una acción a 50 euros y la vende a 55,
y luego otro la adquiere y esta baja a 48, da la impresión de que hay un
ganador y un perdedor. En cierto modo, en el corto plazo el mercado puede
parecer una partida especulativa. Pero incluso en este contexto hay matices: no
todos los participantes tienen los mismos objetivos, horizontes temporales o
niveles de información. Y muchas veces, lo que parece una pérdida momentánea
puede convertirse en una ganancia futura.
Los productos
financieros derivados, como futuros, opciones o contratos por diferencia
(CFD), sí pueden funcionar con lógica de suma cero cuando no están respaldados
por activos subyacentes reales. Si un operador apuesta a que un índice bajará y
otro a que subirá, uno de los dos acabará ganando lo que el otro pierde. Aun
así, incluso en estos instrumentos existen coberturas, estrategias y usos más
complejos que diluyen esa visión estricta. Y, en cualquier caso, estos
productos son solo una fracción del mercado total.
Otro elemento
que refuerza la idea de que la Bolsa no es un juego de suma cero es el papel de
los dividendos. Las empresas que reparten dividendos entregan una parte
de sus beneficios directamente a los accionistas. Este dinero no proviene de
otros inversores, sino de los resultados positivos de la compañía. Endesa,
por ejemplo, es una empresa cotizada en el mercado español con una larga
tradición de remunerar generosamente a sus accionistas. Incluso en entornos de
incertidumbre, ha mantenido políticas de dividendo estables, reflejando la
rentabilidad de su negocio eléctrico y energético. Es posible obtener ganancias
en Bolsa simplemente manteniendo acciones de compañías sólidas y rentables.
comprender que la Bolsa no funciona como una apuesta sino como un mecanismo de participación en el progreso económico es esencial para quienes aspiran a construir un patrimonio a largo plazo
Además, la
Bolsa permite la participación en el crecimiento económico global. A
medida que las economías se expanden, aumentan las ventas, los beneficios y las
oportunidades de negocio. Este fenómeno se refleja en las cotizaciones
bursátiles. El valor de mercado no es una masa fija a repartir, sino una
variable dinámica en constante evolución. Las empresas que cotizan en Bolsa se
benefician del avance tecnológico, de la globalización, de la mejora de la
productividad, y todo ello genera nuevos recursos que no existían antes. La
riqueza no se redistribuye: se crea.
En contraste,
los juegos de suma cero, como el póker o la ruleta, tienen límites bien
definidos. El total de fichas o apuestas es invariable. Lo que uno gana, otro
lo pierde. Y, para colmo, la casa siempre se queda con una parte: una comisión,
un margen, un porcentaje. El resultado global no es solo suma cero, sino muchas
veces suma negativa. En la Bolsa, pese a que existen comisiones y costes
de transacción, el valor total puede aumentar con el tiempo. Es por eso que,
históricamente, el mercado ha premiado la inversión paciente y disciplinada.
El error de
pensar que la Bolsa es un juego de suma cero también se alimenta del pesimismo
que genera cada crisis financiera. En caídas bruscas, como la de 2008 o la de
2020, se pierde valor de forma rápida y generalizada. Pero esta pérdida no
equivale a una ganancia de alguien más. Lo que ocurre es un ajuste de
expectativas, un cambio en la percepción del riesgo, una revisión de
valoraciones. Nadie se lleva ese dinero: simplemente, se esfuma parte del valor
presente al descontarse escenarios negativos futuros. Es el reflejo de un
sistema que se adapta constantemente, no de un tablero donde alguien recoge las
fichas que otros dejan caer.
En resumen, el
mercado bursátil no es un entorno de suma cero. Es un sistema de
financiación empresarial y de inversión colectiva donde el valor se crea a
través de la actividad económica real. Las empresas cotizadas no son piezas de
un juego: son entidades vivas que generan empleo, innovación y beneficios.
Invertir en acciones es participar en ese proceso. Y aunque el mercado tiene
riesgos y no todos los inversores ganan siempre, la lógica que lo rige está
mucho más cerca del crecimiento compartido que de la competencia destructiva.
Por eso, comprender que la Bolsa no funciona como una apuesta sino como un mecanismo de participación en el progreso económico es esencial para quienes aspiran a construir un patrimonio a largo plazo. En este terreno, la suma no es cero: es creciente.
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