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Nuestro sistema de reparto, que no ha sido malo, siendo concebido para implantar una serie de políticas de protección de la clase
obrera, con un claro enfoque asistencial y solidario, empieza a renquear: las
cohortes activas cada vez son menos y las cohortes pasivas cada vez son más. Y,
lo peor, es que esa divergencia cada vez será mayor debido a que la esperanza
de vida sigue aumentando en similar proporción que disminuye el tiempo de
cotización de la etapa en que se está en activo.
Una de las consecuencias que puede traer esta “nueva
revolución industrial” será de un carácter meramente social, llegándonos a
plantear la conveniencia o no de que las máquinas inteligentes, que son capaces
de reducir la mano operativa del hombre, coticen a la Seguridad Social. El
Parlamento Europeo, no ajeno a este problema, quiere ya ir sentando las bases
sobre una legislación específica en materia de la inteligencia artificial y la
robótica que afecten de una manera directa al mercado de trabajo y al sistema
de la Seguridad Social. Todo ello es debido a que el desarrollo de la
tecnología en el mundo de la robótica conlleva que esas máquinas inteligentes
asuman en gran medida el trabajo que hasta hace poco era realizado por
personas. Esa situación supone, entre otras cosas, un ahorro en lo que a
cotizaciones se refiere.