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Nuestro sistema de reparto, que no ha sido malo, siendo concebido para implantar una serie de políticas de protección de la clase
obrera, con un claro enfoque asistencial y solidario, empieza a renquear: las
cohortes activas cada vez son menos y las cohortes pasivas cada vez son más. Y,
lo peor, es que esa divergencia cada vez será mayor debido a que la esperanza
de vida sigue aumentando en similar proporción que disminuye el tiempo de
cotización de la etapa en que se está en activo.
Una de las consecuencias que puede traer esta “nueva
revolución industrial” será de un carácter meramente social, llegándonos a
plantear la conveniencia o no de que las máquinas inteligentes, que son capaces
de reducir la mano operativa del hombre, coticen a la Seguridad Social. El
Parlamento Europeo, no ajeno a este problema, quiere ya ir sentando las bases
sobre una legislación específica en materia de la inteligencia artificial y la
robótica que afecten de una manera directa al mercado de trabajo y al sistema
de la Seguridad Social. Todo ello es debido a que el desarrollo de la
tecnología en el mundo de la robótica conlleva que esas máquinas inteligentes
asuman en gran medida el trabajo que hasta hace poco era realizado por
personas. Esa situación supone, entre otras cosas, un ahorro en lo que a
cotizaciones se refiere.
La inteligencia artificial afectará directamente al mercado
laboral al destruirse puestos de trabajo que pasarán a ser desarrollados por
robots. También es verdad que se crearán nuevos empleos relacionados con todo
el entramado tecnológico, pero no serán suficientes para compensar la pérdida
de los puestos de trabajo que desaparecerán, creando, a su vez, un fraccionamiento
en la ocupación laboral porque cada puesto nuevo que se cree necesitaría un
gran conocimiento tecnológico, lo que hará que se segmente la ocupación. Ese
descenso de ocupación repercutirá directamente en la recaudación de impuestos
directos.
Esta transformación del mercado de trabajo no es que sea ni
siquiera para el futuro cercano, es que ya está aquí, lo que dará lugar a que
tengamos que mentalizarnos en que el futuro laboral pasará por la formación
para ejercer puestos de trabajo relacionados con la creatividad, el liderazgo,
las capacidades humanas, emocionales y sociales. Según los expertos, más del
40% de los puestos de trabajos que existen en la actualidad son susceptibles de
poder ser automatizados en el medio plazo.
La cotización a la Seguridad Social la realizan los sujetos
obligados a cotizar, es decir, las personas físicas y jurídicas. Pero claro, a
un robot no se le puede considerar ni como una ni como otra; por lo tanto, en
principio, según la legislación vigente, no pueden cotizar a la Seguridad Social
a no ser que se cree una personalidad jurídica específica para este tipo de
máquinas inteligentes, algo que genera un cierto rechazo por resultar un tanto
descabellado. Los empresarios han salido un poco al paso advirtiendo de que al
gravar fiscalmente a un robot provocaría un frenazo en las inversiones,
impulsando una desaceleración del sector, induciendo a una pérdida de
competitividad respecto al resto de países que también forman parte de la
globalización.
los sistemas de pensiones tienen un problema con los ingresos no con los gastos
A todo esto, el fundador de Microsoft, Bill Gates, en
diversas ponencias, se ha mostrado partidario de que los robots paguen
impuestos similares a los que pagamos los humanos para mantener el actual
estado de bienestar. Él lo defiende alegando que, si una persona trabaja y gana
un sueldo, ese sueldo paga unos impuestos. Si un robot sustituye a esa persona
es lógico que también pague unos impuestos proporcionales. Más que nada porque
los sistemas de pensiones tienen un problema con los ingresos no con los gastos.
Por otro lado, también están los detractores de esta idea
aludiendo que aún está por demostrar que la implantación de la robótica y la
inteligencia artificial destruyan masivamente tanto empleo que la sociedad no
pueda absorber, indicando que el empleo no se destruye, se transforma. Para
ello, recurren al pasado recordando a la Revolución Industrial donde también se
temió por el empleo artesanal, pero al final el mercado se transformó y se
adaptó como pudo. Desde la invención de la imprenta, dicen, las máquinas han
traído cambios importantes en el mundo laboral y todos han sido buenos. Con lo
cual, las nuevas máquinas, con inteligencia artificial, traerán nuevas
oportunidades y mejoras en la calidad de vida, sin contar con la cantidad de
posibilidades añadidas a que la sociedad se irá adaptando y haciéndolas suyas.
Añadirle este tipo de impuestos a las máquinas repercutiría en una
ralentización de la industria desincentivando la inversión en I + D.
En cualquier caso, el tema de que, si deben o no cotizar los robots a la Seguridad Social ya está sobre la mesa, es más, en alguna negociación del Pacto de Toledo ya se contempló la viabilidad de su incorporación como un nuevo impuesto. Con sus seguidores y sus detractores, al final llegarán a un acuerdo. Eso sí, dejando claro qué tipo de maquina/robot será susceptible de que cotice por su trabajo sin generar inseguridad jurídica. Otra cosa diferente, en el caso de que se impongan esos impuestos robóticos, al no haber precedentes, es sobre quién recaería la obligación de cotizar: sobre el dueño de la máquina o sobre el empresario que contrate el renting.
Lo que sí
está claro es que los robots han llegado a la industria con la intención de
quedarse y, si es necesario, ya habrá alguna manera de crearles una
“personalidad electrónica” que esté sujeta a pagar impuestos como cualquier otro trabajador y, cómo no, también tendrán que gozar de sus propios
derechos laborales porque cotizar también significa tener una serie de
obligaciones y derechos.
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