3 de mayo de 2022

¿Cotizarán los robots a la Seguridad Social?

Foto by pixabay.com
Tras una revolución mercantil los efectos económicos suelen ser positivos para el largo plazo, pero no para el corto. Por un lado, está la reducción de los costes y el aumento de la productividad. Por otro, una parte de los trabajadores son expulsados del mercado laboral como ha sido el caso del sector de la automoción y del sistema bancario.

Nuestro sistema de reparto, que no ha sido malo, siendo concebido para implantar una serie de políticas de protección de la clase obrera, con un claro enfoque asistencial y solidario, empieza a renquear: las cohortes activas cada vez son menos y las cohortes pasivas cada vez son más. Y, lo peor, es que esa divergencia cada vez será mayor debido a que la esperanza de vida sigue aumentando en similar proporción que disminuye el tiempo de cotización de la etapa en que se está en activo.

Una de las consecuencias que puede traer esta “nueva revolución industrial” será de un carácter meramente social, llegándonos a plantear la conveniencia o no de que las máquinas inteligentes, que son capaces de reducir la mano operativa del hombre, coticen a la Seguridad Social. El Parlamento Europeo, no ajeno a este problema, quiere ya ir sentando las bases sobre una legislación específica en materia de la inteligencia artificial y la robótica que afecten de una manera directa al mercado de trabajo y al sistema de la Seguridad Social. Todo ello es debido a que el desarrollo de la tecnología en el mundo de la robótica conlleva que esas máquinas inteligentes asuman en gran medida el trabajo que hasta hace poco era realizado por personas. Esa situación supone, entre otras cosas, un ahorro en lo que a cotizaciones se refiere.

La inteligencia artificial afectará directamente al mercado laboral al destruirse puestos de trabajo que pasarán a ser desarrollados por robots. También es verdad que se crearán nuevos empleos relacionados con todo el entramado tecnológico, pero no serán suficientes para compensar la pérdida de los puestos de trabajo que desaparecerán, creando, a su vez, un fraccionamiento en la ocupación laboral porque cada puesto nuevo que se cree necesitaría un gran conocimiento tecnológico, lo que hará que se segmente la ocupación. Ese descenso de ocupación repercutirá directamente en la recaudación de impuestos directos.

Esta transformación del mercado de trabajo no es que sea ni siquiera para el futuro cercano, es que ya está aquí, lo que dará lugar a que tengamos que mentalizarnos en que el futuro laboral pasará por la formación para ejercer puestos de trabajo relacionados con la creatividad, el liderazgo, las capacidades humanas, emocionales y sociales. Según los expertos, más del 40% de los puestos de trabajos que existen en la actualidad son susceptibles de poder ser automatizados en el medio plazo.

La cotización a la Seguridad Social la realizan los sujetos obligados a cotizar, es decir, las personas físicas y jurídicas. Pero claro, a un robot no se le puede considerar ni como una ni como otra; por lo tanto, en principio, según la legislación vigente, no pueden cotizar a la Seguridad Social a no ser que se cree una personalidad jurídica específica para este tipo de máquinas inteligentes, algo que genera un cierto rechazo por resultar un tanto descabellado. Los empresarios han salido un poco al paso advirtiendo de que al gravar fiscalmente a un robot provocaría un frenazo en las inversiones, impulsando una desaceleración del sector, induciendo a una pérdida de competitividad respecto al resto de países que también forman parte de la globalización.

los sistemas de pensiones tienen un problema con los ingresos no con los gastos

A todo esto, el fundador de Microsoft, Bill Gates, en diversas ponencias, se ha mostrado partidario de que los robots paguen impuestos similares a los que pagamos los humanos para mantener el actual estado de bienestar. Él lo defiende alegando que, si una persona trabaja y gana un sueldo, ese sueldo paga unos impuestos. Si un robot sustituye a esa persona es lógico que también pague unos impuestos proporcionales. Más que nada porque los sistemas de pensiones tienen un problema con los ingresos no con los gastos.

Por otro lado, también están los detractores de esta idea aludiendo que aún está por demostrar que la implantación de la robótica y la inteligencia artificial destruyan masivamente tanto empleo que la sociedad no pueda absorber, indicando que el empleo no se destruye, se transforma. Para ello, recurren al pasado recordando a la Revolución Industrial donde también se temió por el empleo artesanal, pero al final el mercado se transformó y se adaptó como pudo. Desde la invención de la imprenta, dicen, las máquinas han traído cambios importantes en el mundo laboral y todos han sido buenos. Con lo cual, las nuevas máquinas, con inteligencia artificial, traerán nuevas oportunidades y mejoras en la calidad de vida, sin contar con la cantidad de posibilidades añadidas a que la sociedad se irá adaptando y haciéndolas suyas. Añadirle este tipo de impuestos a las máquinas repercutiría en una ralentización de la industria desincentivando la inversión en I + D.

En cualquier caso, el tema de que, si deben o no cotizar los robots a la Seguridad Social ya está sobre la mesa, es más, en alguna negociación del Pacto de Toledo ya se contempló la viabilidad de su incorporación como un nuevo impuesto. Con sus seguidores y sus detractores, al final llegarán a un acuerdo. Eso sí, dejando claro qué tipo de maquina/robot será susceptible de que cotice por su trabajo sin generar inseguridad jurídica. Otra cosa diferente, en el caso de que se impongan esos impuestos robóticos, al no haber precedentes, es sobre quién recaería la obligación de cotizar: sobre el dueño de la máquina o sobre el empresario que contrate el renting.

Lo que sí está claro es que los robots han llegado a la industria con la intención de quedarse y, si es necesario, ya habrá alguna manera de crearles una “personalidad electrónica” que esté sujeta a pagar impuestos como cualquier otro trabajador y, cómo no, también tendrán que gozar de sus propios derechos laborales porque cotizar también significa tener una serie de obligaciones y derechos.

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