Dejando a un
lado a la nobleza, hasta el siglo XVIII, la mayoría de la población mundial
vivió en la pobreza. Una buena prueba de ello es que, desde el año cero hasta
1800, el Producto Interior Bruto (PIB) solo se multiplicó por 6. Sin embargo, a
partir de la Primera Revolución Industrial (que comenzó en el siglo XVIII con
la energía de vapor y la mecanización de la producción) hasta nuestros días, el
PIB por habitante se multiplicó por 8,5. El siglo XX ha sido la época más próspera
de toda la historia gracias a los descubrimientos científicos que convirtieron
la ciencia ficción de entonces en la ciencia real de hoy.Foto by pixabay.com
Nuestros
antepasados más cercanos y nosotros mismos hemos notado cómo se ha ido
transformando el mundo. No quiero ni imaginarme qué pensarían nuestros
tatarabuelos si levantasen la cabeza y vieran que el PIB mundial se ha
incrementado en un 5.000%, la renta por habitante un 800% y la población
mundial ha experimentado un incremento de un 500%. Además, si todo eso fuera
poco, la esperanza de vida se ha ido disparando hasta tal límite que,
probablemente, los que hemos nacido en el siglo XX seamos las últimas
generaciones que no lleguemos al siglo de vida. Es más, los científicos ya
hablan de la muerte de la muerte: la muerte será opcional gracias a los avances
exponenciales en inteligencia artificial, regeneración de tejidos, tratamientos
con células madre, impresión de órganos, criopreservación, terapias genéticas o
inmunológicas que resolverán (resuelven ya) el problema del envejecimiento del
cuerpo humano. Un envejecimiento considerado ahora como una enfermedad que
puede y debe ser curada. Si conseguimos entender bien lo que supone vivir 100
años, será un regalo, pero si lo ignoramos y no nos preparamos para ello, será
una maldición. Aunque, como diría Freddy Mercury, “quién quiere vivir para
siempre” (“Who wants to live forever”).
Todo este
cambio proviene de la acumulación del capital físico y humano, del aumento del
intercambio entre países, de la globalización y, sobre todo, del desarrollo de
las tecnologías. Pero todavía no se ha conseguido erradicar la pobreza, ni el
éxodo rural, lo que hace que la población no esté equilibrada, al menos, en lo
que a finanzas se refiere.
El
crecimiento que ha experimentado la economía no ha sido uniforme, ha habido
grandes crisis, fracasos, desastres que se han ido sobrellevando y luego todo
ha salido fortalecido. Si se mira al pasado más reciente, nuestros abuelos se
esforzaron mucho más que nosotros, sin embargo, nosotros somos 7 veces más
ricos que ellos, quizás debido a aquellos cimientos que ellos nos dejaron como
legado. No nos olvidemos que el legado de una persona se mide no por lo que
hace por sí misma, sino por lo que deja atrás para aquellos que la siguen. El
éxito no se trata solo de lo que se logra, sino de lo que se deja para los
demás.
El mundo
laboral en los países desarrollados ha sufrido una mutación sin precedentes. La
agricultura fue la gran generadora de empleo hasta el año 1800, que comenzó a
declinar. La causante fue la Revolución Industrial. Prueba de ello es que desde
1800 a 1950 las fábricas fueron las que mantenían la mayoría de la mano de
obra. Pero, como todo está en constante evolución, la modernización de las
máquinas trajo consigo un aumento de la productividad, lo que provocó una
disminución en la contratación en la industria, haciendo que sea el sector
servicios el que genere la mayoría del empleo.
La producción
española quedó marcada por la Guerra Civil donde hubo un antes y un después.
Desde mediados del siglo XIX, la producción industrial se caracterizó por un
crecimiento progresivo, truncado por la Guerra Civil que frenó casi 100 años de
crecimiento sostenido, aunque irregular. Los niveles de producción vuelven a
dispararse a partir de 1950 hasta nuestros días, dejando por el medio algún que
otro cadáver: la crisis del petróleo de 1973 supuso un frenazo que se dejó los
neumáticos en el asfalto.
El avance de la medicina y la higiene alargaron la esperanza de vida mejorando, a la vez, las condiciones laborales. En el 1300 la esperanza de vida era de 24 años, mientras que en el siglo XVIII era de 33 años, aunque 1 de cada 3 bebés se moría. En 1900, la esperanza de vida era de 50 años. Ahora la esperanza de vida sobrepasa los 80 años: es decir, en 200 años ha aumentado más que en los dos milenios precedentes. Evidentemente eso provoca una superpoblación con una disminución del número de nacimientos. La estadística, que no siempre hace justicia, provoca esta paradoja. En el caso concreto de España, en 1820 había cuatro nacimientos por cada 100 habitantes, ahora no llega a la unidad.
Según el Banco Mundial, la inercia que se trae del pasado continuará. La presión inflacionista hace que los Bancos Centrales sean cautelosos a la hora de flexibilizar la política monetaria. La elevada deuda y los altos costes ponen de relieve la necesidad de que se equilibre las cuantiosas necesidades de inversión con la sostenible unidad fiscal. El crecimiento en el largo plazo se logrará adoptando medidas políticas que favorezcan el aumento de la productividad, logren la eficacia de la inversión pública, desarrollen el capital humano y disminuyan las tensiones geopolíticas.
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