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De la misma
forma que en las aulas no se enseñan finanzas, educación emocional o
autoconocimiento, tampoco se enseña a ser empresario o emprendedor. Es necesaria
una formación empresarial. Tenemos muy buenas escuelas de mercado que preparan
al alumnado para trabajar, pero que dan la espalda al mundo de la empresa.
En esta
sociedad tiene que haber de todo, pero es triste pensar en esos jóvenes que
quieren ser funcionarios sacrificando sus sueños a cambio de un minisueldo, con
la única satisfacción personal de que trabaja para el Estado. Y así, ni se
sustenta el Estado ni el estado de bienestar. Una sociedad que no emprende no
progresa: se necesita el abordamiento de nuevas ideas y esas son patrimonio de
los pocos emprendedores y empresarios que son capaces de vestirse con tan
complicado atuendo. Sin embargo, al empresario se demoniza y se desacredita
constantemente, se le trata de “explotador” o de “especulador” hasta por el
poder político, teniendo la legislación laboral en su contra, siendo muy dura y
favoreciendo desproporcionalmente al trabajador, incluso aunque no lo sea. El
mercado de trabajo debe de ser mucho más dinámico. Las empresas se ven
obligadas a soportar al personal que no produce si lleva muchos años prestando
sus servicios. A la pequeña empresa no le compensa su despido, lo que lo
convierte en intocable y así no crece el empleo.
Como decía,
son muy pocos los jóvenes que están dispuestos a arriesgar para ser empresarios
(la elevada tasa de desempleo existente tiene algo de justificación por este
motivo). A diferencia de otros países occidentales, en España, una de las
causas de que haya pocos que se lancen a la aventura empresarial es que, de
forma generalizada, están mal vistos los empresarios, dándose a entender que
quieren enriquecerse a costa de “explotar” al trabajador. Esta visión del
emprendedor no deja de ser feudalista, propia de la Revolución Industrial del
siglo XIX, pero que está muy alejada de la situación actual. No nos olvidemos
que siempre pagan los justos por los pecadores: hay más empresarios buenos que
malos, pero estos últimos hacen más ruido.
El sistema de
pensiones, el paro, los políticos, los funcionarios, las subvenciones, el
sistema sanitario, los cuerpos y fuerzas de seguridad y cualquier sistema que
dependa del Estado lo mantiene el tejido productivo privado: los autónomos y
los trabajadores. El Estado no produce dinero, sólo lo gasta, no da nada si
antes no lo ha recibido. Y si lo que recibe no llega para su sustento, emite
deuda y ahí queda para que las generaciones venideras la devuelvan. Si las
empresas públicas no son rentables, si la gestión de los gobernantes es mala,
si aumenta el endeudamiento, si aumentan las ayudas sociales, no pasa nada:
siempre estará ahí el sector privado para sufragar los gastos, pero cuidado
porque los impuestos no siempre son capaces de soportar todo.
Sin la
inversión privada la economía no funciona, no se genera riqueza ni empleo. Para
que haya inversión privada debe de haber gente dispuesta a arriesgar su dinero,
su patrimonio y el de su familia.
La sociedad
tiene mucha culpa de que el empresario esté muy mal visto, sobre todo los
movimientos de izquierda. Incluso la tradición católica es hostil con él: nos
cuentan que nacemos sin nada y al morir nada nos llevamos. Es verdad, nada nos
llevamos, pero ahí queda nuestro legado. Si nuestros antepasados no hubiesen
plantado ese árbol hoy no comeríamos de su fruto y no disfrutaríamos de su
sombra.
Por otro
lado, también hay una idealización del emprendedor. A mucha gente les atrae esa
imagen: independencia, libertad de horarios, ser sus propios jefes, dueños de
su tiempo… Visto desde fuera, puede hasta parecer idílico, pero visto desde
dentro ya es otra cosa. Es necesario autogestionar el tiempo y las
obligaciones, hay que ser disciplinado y tener claro que lo que no se haga en
un momento determinado se queda por hacer. La gestión del tiempo, en cualquier
ámbito de la vida, es muy complicada. El día tiene 24 horas para todos. ¿Cómo
puede ser que a unos les dé tiempo a todo y a otros nada? Muy sencillo. El
aprovechamiento del tiempo depende de la adecuada gestión que se haga de él. Y
eso tampoco forma parte de la enseñanza obligatoria ni de la de formación.
Sin la inversión privada la economía no funciona, no se genera riqueza ni empleo
Hay mucha
gente que diferencia al empresario del emprendedor, pero para lo que trae causa
me da igual, el caso es que ambos comienzan con una idea y una hoja de ruta que
hay que darle forma. Llegar al éxito es muy complicado y muchos no llegan
porque por el camino se han encontrado con multitud de obstáculos que han sido
incapaces de hacerle frente: aspectos legales, financieros, administrativos… Es
difícil crear una empresa hasta por la cantidad de burocracia que se necesita,
se puede decir que hacen falta varias semanas para llegar a crearla, pero, en
contraposición, sólo es necesario un día para darte de alta en el paro.
Emprender no
tiene por qué ser una solución al desempleo, sino una decisión de plena
conciencia y el convencimiento de que es lo que se quiere. Es cierto de que el
emprendimiento siempre sale fortalecido después de cualquier crisis financiera
o económica. Lo hemos visto recientemente con las últimas crisis que nos han
azotado. ¡Necesitado te veas si tienes que sostener la economía familiar!
Algunas veces un pequeño empujón, aunque sea provocado por la necesidad, es un
gran paso que hace que aflore ese empresario que se lleva dentro.
El empresario
es el que tiene que liderar su negocio, nadie lo hará por él. No hay forma de
escaquearse. Al final de mes nadie le pagará su sueldo, ni lo tiene
garantizado. La inmensa mayoría de las empresas son familiares, donde el dueño
es un empleado más que genera valor y contribuye a mantener viva la economía de
un país.
Ser
empresario también es un reto, una aventura, un desafío constante. El caso es
que todavía la gente se pregunta por qué no hay más empresarios que hagan
descender el número tan abultado de parados. Es importante dar visibilidad a
todo lo que hace. Su sueño lo puso en marcha para vivir, no para soñar, a
sabiendas que puede hasta ser su peor pesadilla. Ese sueño hecho realidad, es
el que genera valor y contribuye a la formación de una economía efectiva. No
nos olvidemos que son las empresas las que contratan y las que invierten dando
continuidad al flujo del dinero, pues no hay crecimiento sin inversión.
Finalizo ya haciendo un llamamiento a todos los actores de la sociedad a que hagan una reflexión inteligente para dar prestigio a la figura degradada del empresario, promoviendo en nuestros jóvenes el anhelo de que la creación de empresas también son una salida profesional de calidad que contribuye a mantener el estado de bienestar. Las escuelas, los medios de comunicación, los dirigentes políticos y los sindicatos deberían reivindicar el valor social del empresario y apoyarle, no defenestrarlo.
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