¿Por qué
los mercados suben cuando todo parece ir mal? ¿Por qué bajan tras publicar
buenos resultados? ¿Por qué los inversores huyen cuando los precios están bajos
y se lanzan en masa cuando ya están por las nubes? La respuesta, aunque suene
contradictoria, tiene mucho de lógica… ilógica. Porque los mercados financieros
—y buena parte del comportamiento económico— no se rigen por la fría
racionalidad matemática, sino por una mezcla compleja de emociones, sesgos, expectativas
y efectos de grupo.Foto by pixabay.com
Esta tribuna
divulgativa pretende explicar, de forma accesible y con ejemplos prácticos, por
qué los mercados se comportan de forma que muchas veces parece absurda, pero
que en realidad responde a mecanismos psicológicos y dinámicas sociales
profundamente humanas. En otras palabras: cómo entender la aparente
irracionalidad de los mercados y qué lecciones prácticas puede extraer el inversor
doméstico o cualquier ciudadano curioso.
Economía y
psicología: una relación inseparable
Durante
décadas, la teoría económica clásica se basó en un supuesto: el ser humano
es racional. Según este modelo, las personas toman decisiones lógicas y
maximizan su beneficio. Pero en la vida real, esto rara vez ocurre. Las
decisiones económicas —incluidas las de inversión— están profundamente
influenciadas por emociones, intuiciones, miedos y anhelos.
Aquí es donde
entra en juego la economía conductual, una rama que ha ganado terreno al
demostrar, con evidencia empírica, que los individuos no siempre actúan como
autómatas racionales. Sesgos como el exceso de confianza, la aversión a la
pérdida o el efecto anclaje (se toman decisiones basadas en el primer
dato que reciben, aunque sea irrelevante) explican buena parte de los
comportamientos “extraños” en Bolsa. Por tanto, entender los mercados requiere
también entender al ser humano.
Cuando
todo sube... es cuando más riesgo hay
Uno de los
comportamientos más paradójicos del mercado es el efecto manada (se imita
el comportamiento de la mayoría, especialmente en los mercados). En épocas de
euforia, cuando los precios suben sin cesar, los inversores acuden en masa por
miedo a quedarse fuera. Este fenómeno, conocido como FOMO (Fear Of Missing
Out) —en español "miedo a quedarse atrás" o "miedo a
perderse algo"—, lleva a comprar caro, justo cuando el riesgo de
corrección es más alto.
Por el
contrario, cuando las Bolsas caen y los titulares anuncian crisis, la mayoría
vende presa del pánico. Paradójicamente, es ahí donde suelen encontrarse las
mejores oportunidades. Warren Buffett lo resumía con su célebre frase: "Sé
temeroso cuando otros son codiciosos, y codicioso cuando otros son
temerosos."
El mercado no
actúa sobre lo que ocurre, sino sobre lo que se espera que ocurra. Y cuando las
expectativas se mueven por emociones, no por hechos, lo lógico se vuelve
ilógico.
La Bolsa y
las “malas noticias buenas”
Otra de las
aparentes contradicciones que desconciertan a los no iniciados es la reacción
de los mercados ante noticias económicas. Por ejemplo, un dato de paro peor de
lo esperado puede provocar subidas en la Bolsa. ¿Por qué? Porque se interpreta
que, si la economía se enfría, los bancos centrales no subirán tipos de interés
o incluso podrían recortarlos. Y eso es positivo para los activos financieros.
En otras
palabras: los mercados no reaccionan a la noticia en sí, sino a lo que esa
noticia implica para la política monetaria y para otros inversores. Esto
crea una lógica de segundo nivel, donde lo que importa no es lo real, sino cómo
se anticipa que los demás interpretarán lo real. Una especie de metajuego donde
las apariencias pesan tanto como los fundamentos.
Precio y
valor: dos mundos que no siempre coinciden
Otra clave
para entender la lógica ilógica del mercado es diferenciar precio y valor.
El precio es lo que alguien paga hoy por un activo. El valor es su rentabilidad
futura esperada o su utilidad económica. En condiciones ideales, ambos deberían
coincidir. Pero en la práctica, no siempre es así.
Hay empresas
sólidas que cotizan a precios irrisorios durante años, y otras sin beneficios
que alcanzan valoraciones astronómicas. ¿Por qué? Porque el precio depende del
ánimo del mercado, de las modas, de las narrativas dominantes, y no siempre de
los números.
Benjamin
Graham, mentor de Buffett, decía que el mercado es como “un señor bipolar”
que un día ofrece demasiado por unas acciones y al día siguiente casi nada. La
clave es saber cuándo aprovechar esas ofertas, sin dejarse arrastrar por su
estado de ánimo.
El efecto
manada: la multitud no siempre tiene razón
En tiempos de
incertidumbre, muchos inversores buscan refugio en la multitud. Si todo el
mundo compra, parece seguro comprar. Si todos venden, parece sensato vender.
Pero este efecto rebaño es precisamente el que alimenta las burbujas y
las crisis.
Las grandes
burbujas históricas —desde los tulipanes en el siglo XVII hasta las puntocom en
el año 2000— tienen en común un comportamiento colectivo desbordado por el
entusiasmo, donde el juicio individual desaparece. Como dijo Keynes, “los
mercados pueden permanecer irracionales más tiempo del que tú puedes permanecer
solvente”.
los mercados financieros —y buena parte del comportamiento económico— no se rigen por la fría racionalidad matemática, sino por una mezcla compleja de emociones, sesgos, expectativas y efectos de grupo
La clave para
no dejarse arrastrar está en tener un método, una estrategia definida, y
mantener la calma cuando el ruido externo se vuelve ensordecedor.
El corto
plazo y la tiranía de la inmediatez
Uno de los
grandes enemigos del sentido común financiero es la obsesión con el corto
plazo. En un mundo donde todo se mide al minuto, donde las cotizaciones se
actualizan cada segundo y los medios financieros transmiten cada rumor como si
fuera vital, es fácil perder la perspectiva.
Pero la
economía real no funciona al ritmo de las redes sociales. Los beneficios
empresariales, el crecimiento económico, el desarrollo tecnológico… todo eso
lleva tiempo. Por eso, los inversores que saben esperar suelen ser
recompensados, mientras que los que buscan resultados inmediatos suelen caer en
errores repetidos.
Como apuntaba
Charlie Munger, socio de Buffett: “La mayoría no tiene paciencia para
hacerse rica lentamente, y por eso no se hace rica nunca.”
Sobreinformación
y la ilusión del control
Vivimos en la
era de los datos. Hay indicadores, informes, gráficos y opiniones para todo.
Pero más información no significa necesariamente mejor toma de decisiones. De
hecho, el exceso de datos puede generar parálisis por análisis o, peor
aún, una falsa sensación de seguridad.
Los mercados
financieros son sistemas complejos, donde el azar, las emociones colectivas y
los factores externos (geopolítica, pandemias, tecnología) se entrelazan de
forma imposible de predecir con precisión. Por eso, más que tratar de adivinar
el próximo movimiento, lo sensato es diseñar una estrategia robusta y
mantenerla en el tiempo.
Diversificar,
controlar costes, asumir la incertidumbre y protegerse de uno mismo son, a
largo plazo, mejores decisiones que intentar ganar por saber más que los demás.
La
racionalidad de aceptar lo irracional
Los mercados
parecen ilógicos porque no responden a una lógica matemática, sino humana.
Intentar aplicarles una racionalidad estricta es como pedirle coherencia
emocional a un adolescente. Y, sin embargo, hay un patrón: a largo plazo, los
mercados tienden a premiar la productividad, la innovación, el ahorro y la
inversión inteligente.
El inversor
doméstico, el ahorrador que mira al futuro con prudencia, no necesita prever
cada movimiento del mercado. Lo que necesita es entender su naturaleza,
asumir que habrá volatilidad y contradicciones, y actuar con método y
serenidad.
Porque si hay
algo predecible en los mercados es que seguirán siendo impredecibles. Y
entender eso, aunque suene paradójico, es el primer paso hacia la sensatez
financiera.
Epílogo:
brújula, no mapa
En finanzas
no hay mapas exactos. Lo que sí podemos tener es una brújula fiable:
principios, formación, experiencia, sentido crítico. Comprender la lógica
ilógica de los mercados no es una fórmula para ganar siempre, pero sí una
vacuna contra los errores más costosos.
Saber esperar
cuando todos corren, mantener el rumbo cuando el pánico se impone, y entender
que lo racional no siempre parece lógico: esa es la base de una buena
estrategia financiera. Porque al final, como decía Bogle, fundador de Vanguard:
“No busques la aguja en el pajar. Compra el pajar.”
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