17 de junio de 2025

La lógica ilógica de los mercados financieros

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¿Por qué los mercados suben cuando todo parece ir mal? ¿Por qué bajan tras publicar buenos resultados? ¿Por qué los inversores huyen cuando los precios están bajos y se lanzan en masa cuando ya están por las nubes? La respuesta, aunque suene contradictoria, tiene mucho de lógica… ilógica. Porque los mercados financieros —y buena parte del comportamiento económico— no se rigen por la fría racionalidad matemática, sino por una mezcla compleja de emociones, sesgos, expectativas y efectos de grupo.

Esta tribuna divulgativa pretende explicar, de forma accesible y con ejemplos prácticos, por qué los mercados se comportan de forma que muchas veces parece absurda, pero que en realidad responde a mecanismos psicológicos y dinámicas sociales profundamente humanas. En otras palabras: cómo entender la aparente irracionalidad de los mercados y qué lecciones prácticas puede extraer el inversor doméstico o cualquier ciudadano curioso.

Economía y psicología: una relación inseparable

Durante décadas, la teoría económica clásica se basó en un supuesto: el ser humano es racional. Según este modelo, las personas toman decisiones lógicas y maximizan su beneficio. Pero en la vida real, esto rara vez ocurre. Las decisiones económicas —incluidas las de inversión— están profundamente influenciadas por emociones, intuiciones, miedos y anhelos.

Aquí es donde entra en juego la economía conductual, una rama que ha ganado terreno al demostrar, con evidencia empírica, que los individuos no siempre actúan como autómatas racionales. Sesgos como el exceso de confianza, la aversión a la pérdida o el efecto anclaje (se toman decisiones basadas en el primer dato que reciben, aunque sea irrelevante) explican buena parte de los comportamientos “extraños” en Bolsa. Por tanto, entender los mercados requiere también entender al ser humano.

Cuando todo sube... es cuando más riesgo hay

Uno de los comportamientos más paradójicos del mercado es el efecto manada (se imita el comportamiento de la mayoría, especialmente en los mercados). En épocas de euforia, cuando los precios suben sin cesar, los inversores acuden en masa por miedo a quedarse fuera. Este fenómeno, conocido como FOMO (Fear Of Missing Out) —en español "miedo a quedarse atrás" o "miedo a perderse algo"—, lleva a comprar caro, justo cuando el riesgo de corrección es más alto.

Por el contrario, cuando las Bolsas caen y los titulares anuncian crisis, la mayoría vende presa del pánico. Paradójicamente, es ahí donde suelen encontrarse las mejores oportunidades. Warren Buffett lo resumía con su célebre frase: "Sé temeroso cuando otros son codiciosos, y codicioso cuando otros son temerosos."

El mercado no actúa sobre lo que ocurre, sino sobre lo que se espera que ocurra. Y cuando las expectativas se mueven por emociones, no por hechos, lo lógico se vuelve ilógico.

La Bolsa y las “malas noticias buenas”

Otra de las aparentes contradicciones que desconciertan a los no iniciados es la reacción de los mercados ante noticias económicas. Por ejemplo, un dato de paro peor de lo esperado puede provocar subidas en la Bolsa. ¿Por qué? Porque se interpreta que, si la economía se enfría, los bancos centrales no subirán tipos de interés o incluso podrían recortarlos. Y eso es positivo para los activos financieros.

En otras palabras: los mercados no reaccionan a la noticia en sí, sino a lo que esa noticia implica para la política monetaria y para otros inversores. Esto crea una lógica de segundo nivel, donde lo que importa no es lo real, sino cómo se anticipa que los demás interpretarán lo real. Una especie de metajuego donde las apariencias pesan tanto como los fundamentos.

Precio y valor: dos mundos que no siempre coinciden

Otra clave para entender la lógica ilógica del mercado es diferenciar precio y valor. El precio es lo que alguien paga hoy por un activo. El valor es su rentabilidad futura esperada o su utilidad económica. En condiciones ideales, ambos deberían coincidir. Pero en la práctica, no siempre es así.

Hay empresas sólidas que cotizan a precios irrisorios durante años, y otras sin beneficios que alcanzan valoraciones astronómicas. ¿Por qué? Porque el precio depende del ánimo del mercado, de las modas, de las narrativas dominantes, y no siempre de los números.

Benjamin Graham, mentor de Buffett, decía que el mercado es como “un señor bipolar” que un día ofrece demasiado por unas acciones y al día siguiente casi nada. La clave es saber cuándo aprovechar esas ofertas, sin dejarse arrastrar por su estado de ánimo.

El efecto manada: la multitud no siempre tiene razón

En tiempos de incertidumbre, muchos inversores buscan refugio en la multitud. Si todo el mundo compra, parece seguro comprar. Si todos venden, parece sensato vender. Pero este efecto rebaño es precisamente el que alimenta las burbujas y las crisis.

Las grandes burbujas históricas —desde los tulipanes en el siglo XVII hasta las puntocom en el año 2000— tienen en común un comportamiento colectivo desbordado por el entusiasmo, donde el juicio individual desaparece. Como dijo Keynes, “los mercados pueden permanecer irracionales más tiempo del que tú puedes permanecer solvente”.

los mercados financieros —y buena parte del comportamiento económico— no se rigen por la fría racionalidad matemática, sino por una mezcla compleja de emociones, sesgos, expectativas y efectos de grupo

La clave para no dejarse arrastrar está en tener un método, una estrategia definida, y mantener la calma cuando el ruido externo se vuelve ensordecedor.

El corto plazo y la tiranía de la inmediatez

Uno de los grandes enemigos del sentido común financiero es la obsesión con el corto plazo. En un mundo donde todo se mide al minuto, donde las cotizaciones se actualizan cada segundo y los medios financieros transmiten cada rumor como si fuera vital, es fácil perder la perspectiva.

Pero la economía real no funciona al ritmo de las redes sociales. Los beneficios empresariales, el crecimiento económico, el desarrollo tecnológico… todo eso lleva tiempo. Por eso, los inversores que saben esperar suelen ser recompensados, mientras que los que buscan resultados inmediatos suelen caer en errores repetidos.

Como apuntaba Charlie Munger, socio de Buffett: “La mayoría no tiene paciencia para hacerse rica lentamente, y por eso no se hace rica nunca.”

Sobreinformación y la ilusión del control

Vivimos en la era de los datos. Hay indicadores, informes, gráficos y opiniones para todo. Pero más información no significa necesariamente mejor toma de decisiones. De hecho, el exceso de datos puede generar parálisis por análisis o, peor aún, una falsa sensación de seguridad.

Los mercados financieros son sistemas complejos, donde el azar, las emociones colectivas y los factores externos (geopolítica, pandemias, tecnología) se entrelazan de forma imposible de predecir con precisión. Por eso, más que tratar de adivinar el próximo movimiento, lo sensato es diseñar una estrategia robusta y mantenerla en el tiempo.

Diversificar, controlar costes, asumir la incertidumbre y protegerse de uno mismo son, a largo plazo, mejores decisiones que intentar ganar por saber más que los demás.

La racionalidad de aceptar lo irracional

Los mercados parecen ilógicos porque no responden a una lógica matemática, sino humana. Intentar aplicarles una racionalidad estricta es como pedirle coherencia emocional a un adolescente. Y, sin embargo, hay un patrón: a largo plazo, los mercados tienden a premiar la productividad, la innovación, el ahorro y la inversión inteligente.

El inversor doméstico, el ahorrador que mira al futuro con prudencia, no necesita prever cada movimiento del mercado. Lo que necesita es entender su naturaleza, asumir que habrá volatilidad y contradicciones, y actuar con método y serenidad.

Porque si hay algo predecible en los mercados es que seguirán siendo impredecibles. Y entender eso, aunque suene paradójico, es el primer paso hacia la sensatez financiera.

Epílogo: brújula, no mapa

En finanzas no hay mapas exactos. Lo que sí podemos tener es una brújula fiable: principios, formación, experiencia, sentido crítico. Comprender la lógica ilógica de los mercados no es una fórmula para ganar siempre, pero sí una vacuna contra los errores más costosos.

Saber esperar cuando todos corren, mantener el rumbo cuando el pánico se impone, y entender que lo racional no siempre parece lógico: esa es la base de una buena estrategia financiera. Porque al final, como decía Bogle, fundador de Vanguard: “No busques la aguja en el pajar. Compra el pajar.”

 

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