El concepto de que el prestatario pague intereses al
prestamista era una condición básica de cualquier préstamo. Esto ha sido así
hasta que los tipos de interés negativos han presionado a la baja todo tipo de
deuda, lo que ha sido un beneficio inesperado para el deudor, pero todo un
problema para el ahorrador y el prestador. Para muestra un botón: las letras y
los bonos que emite el Tesoro Público del Reino de España se encuentran en
todos sus periodos con rentabilidades negativas hasta el de cinco años. Es
decir, los inversores institucionales están dispuestos a depositar su dinero,
aunque tenga un coste, a cambio de estabilidad y liquidez que proporciona la
deuda pública de los Estados más solventes.
Las políticas monetarias que han llevado a cabo todos los
bancos centrales mundiales han evitado una catástrofe monetaria global, pero
han conseguido que el Mercado de Deuda se distorsione. El ahorrador no
encuentra ningún beneficio en la renta fija convencional, lo que hace que tenga
que acudir a otro tipo de inversiones menos conocidas y más arriesgadas,
llegando a tomar decisiones erróneas, en parte influenciadas por aquellos que,
conociendo la evolución de los Mercados, no son conscientes del riesgo
soportado por el cliente al que se le ofrece ese producto, provocando
inintencionadamente la formación de posibles burbujas. La opción de estar en
liquidez, no haciendo nada con el ahorro, tampoco es una buena solución debido
a que la inflación es implacable con los caudales que se guardan bajo las
baldosas de la cocina.