El dinero y el tiempo son los dos recursos y monedas de
cambio más importantes de los que disponemos para invertir y obtener un
beneficio. Sin embargo, el dinero es el que realmente se evalúa como una
inversión porque nos permite, por ser el sistema de intercambio y pago de
referencia, recibir algo a cambio. Con anterioridad a su creación, si
necesitábamos algo, recurríamos al trueque para conseguirlo. Por el contrario,
invertir nuestro tiempo no es tan tangible el retorno que vamos a obtener, pero
también nos proporcionará un beneficio que en algunos casos es en forma de
dinero, este es el caso cuando intercambiamos nuestro tiempo por trabajo para
que se nos recompense con un salario. En otro plano estaría cuando el intercambio
se hace para adquirir conocimientos en el caso del estudio.
Paradójicamente ambos recursos tienen grandes similitudes: ambos
se pueden gestionar, se pierden, se desperdician, se ahorran, son finitos, pero
la diferencia está en que únicamente el dinero se puede ganar. Es más, si se
pierde dinero, se puede recuperar con el tiempo, pero si se pierde el tiempo no
se podrá recuperar jamás, ni siquiera comprándolo. Inconscientemente, se valora
más el dinero que el tiempo excepto con el aumento de la edad: a más edad más
valor se le da al tiempo porque se da uno cuenta de la escasez y de que el
tiempo se pierde para siempre. El tiempo está ahí a coste cero y se dispone de
él a nuestro antojo. Además, es el recurso más equitativo que existe: a priori,
todos disponemos del mismo. Otra cosa diferente es su administración. Una misma
cantidad de ambos recursos puesta en manos de diferentes personas no serán
coincidentes sus aprovechamientos, aunque el manantial del que provengan sea el
mismo. Por eso, el valor del tiempo y del dinero no es el mismo en todas las
personas. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en la generación “millennials”, prefieren tiempo, aunque
tengan que renunciar a parte del salario. Esa decisión es muy fácil tomar a su
edad porque tienen prácticamente toda la vida por delante. Sin embargo, no son
conscientes aún de que el dinero les dará tiempo en el futuro para el disfrute.
Comprar experiencias o disfrute requiere de un gasto monetario importante y una
inversión de tiempo para disfrutarlas. Las necesidades de la vida y la época en
que se vivan marcan el devenir de los acontecimientos: el dinero bien gastado
nos resulta barato, mientras que el tiempo bien empleado nos resulta escaso y
se pasa sin darnos cuenta.
La medición del tiempo es bastante anterior a la creación
del dinero incluso, en ocasiones, no pocas, esa medición está ligada a la
productividad. Decía Benjamín Franklin que “el
tiempo es dinero” explicando que el tiempo dedicado a trabajar para ganar
dinero era tiempo bien invertido; por el contrario, si el tiempo se invertía en
otros asuntos, se perdía dinero. Esta reflexión es correcta únicamente dentro
de su propio contexto, si se saca de él no hay por donde cogerla porque el
tiempo bien invertido no solo genera dinero, genera otros beneficios que
también son bien recibidos.
Tanto el tiempo como el dinero se consumen, aunque no se haga
nada con ellos. Si dejamos pasar el tiempo, se gasta. Si no hacemos nada con el
dinero, como dejarlo parado en algún lugar no productivo, la inflación, con el
paso del tiempo, hará que pierda su valor inicial. Y esta es una de las teorías
más importantes de las finanzas: mientras
el precio del dinero permanece constante, su valor fluctúa con el paso del
tiempo.
En el mundo de la inversión, los resultados vienen después
de haber gastado parte de nuestro tiempo. La paradoja de que para ganar dinero
tengo que invertir mi tiempo, y que si tengo dinero tendré más control sobre el
tiempo, no llega más allá de que la recompensa de ambos no es proporcional.
Tener mucho dinero no es sinónimo de tener mucho tiempo. El tiempo es
indiferente de la cantidad de dinero. El que ha conseguido un monto importante
de dinero ha invertido mucho tiempo en ello y además necesitará mucho tiempo
para gestionarlo. Está claro que cada uno es feliz a su manera, pero es posible
que sea más feliz aquel que tiene menos dinero y más tiempo para dedicarse a sí
mismo y a los suyos. Un estudio llevado a cabo por la revista Social Psychological and Personality Science,
revela que el 64% de los encuestados prefiere tener dinero a tener tiempo
libre, aunque se tornaban los resultados cuando les preguntaban por la
felicidad. También se llegó a la conclusión de que la cantidad de dinero
acumulado no es proporcional a la felicidad. Al llegar a un cierto límite de
dinero, si se gana más, esa cantidad extra no es proporcional al aumento de felicidad.
En este sentido se dice, y con razón, que los ricos no disfrutan de tanta
felicidad como del dinero. Ese límite, que los expertos lo ponen alrededor de
los 60.000 euros anuales, te acerca a la felicidad, pero a partir de ahí no nos
pone en ella.
El tiempo es lo más valioso que tenemos. Por desgracia, en
escasas ocasiones lo valoramos a sabiendas que siempre es decreciente tendiendo
irremediablemente a cero. Únicamente en el futuro echaremos de menos el pasado
y este no es recuperable. Por lo tanto, existe la necesidad de administrar el
tiempo: si se quiere conseguir algo lo primero es concienciarse de ello. El tiempo y no el dinero dará la felicidad, con el segundo se podrá organizar el primero. Es
triste y hasta insano querer, poder y no hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario