El día 5 de febrero de 1637, en Holanda, se vendió un lote
de 99 bulbos de tulipán por la escalofriante cifra de 90.000 florines. Por esa
época, el sueldo medio de la población estaba entre 150 y 200 florines al año.
Atendiendo a esas ratios, es fácil suponer lo astronómico que fue el precio que
se pagó por ese lote. Al día siguiente, la burbuja de la “tulipomanía” estalló.
Se puso a la venta un lote de medio kilo de los preciados bulbos a un precio de
1.250 florines y no hubo nadie quien lo comprase. A partir de ese momento, se
desencadenó una gran crisis económica en toda la zona.
Los Países Bajos, desde la Edad Media, habían sido centro de
comercio en Europa y fueron uno de los territorios de mayor prosperidad
económica en la Europa del siglo XVII. La Guerra de los Treinta Años (1618 –
1648) coincidió con la época en que Holanda vivió su época dorada
convirtiéndose en una potencia internacional. En Amberes y Ámsterdam se crearon
las lonjas de contratación, origen de las actuales Bolsas de Valores, donde
compradores y vendedores se ponían de acuerdo en la compraventa de una amplia
gama de productos.
En ese entorno, propicio para la prosperidad económica,
apareció el tulipán como una flor que representaba el lujo y la ostentación
convirtiéndose en estandarte de riqueza.
El tulipán, de origen turco, llega a Europa en 1554. Toma su
nombre del turco tülbent (turbante)
debido a la forma de sus pétalos que semejan un turbante. Carolus Clusius,
jardinero del Emperador Maximiliano y cuidador de los Jardines Imperiales de
Viena, fue el primero que consiguió, con mucho éxito, el cultivo masivo. El
color de la flor era aleatorio, multicolor e irrepetible en la mayoría de los
casos (como posteriormente se descubrió), debido a que el virus inoculado por
el pulgón de la planta era el culpable de tan bellos efectos en su floración y
que a tanta gente sumió en la más profunda miseria.
Debido a la moda, se creó un comercio especulativo entorno
al tulipán. Las clases nobles fueron coleccionándolos. El precio variaba mucho dependiendo
del color de la floración llegándose a vender casas representativas, campos,
granjas y fincas por un solo bulbo. Los productores entregaban los bulbos en la
época de floración y los compradores adquirían un derecho de entrega. Este
mercado de futuros y la entrada de pequeños inversores provocaron el aumento
del precio de los bulbos. Esta especulación provocó la venta de los derechos de
adquisición con una rentabilidad adicional. Este mercado de futuros a partir de
los bulbos no recolectados se conocía como “negocio del aire”.
Comenzó la euforia compradora y todo el país invirtió cuanto
tenía en estas flores, creándose la ilusión de que todo lo que sube seguirá
subiendo porque siempre habrá alguien que pague más que lo que a ti te costó.
Se llegó incluso a abandonar las actividades económicas del país porque se
ganaba más con la especulación de los tulipanes. Se prohibió, incluso, el
negocio entre particulares, pero se seguía haciendo clandestinamente en las
tabernas. Era una auténtica euforia.
Como anécdota, se cuenta que un marinero confundió un bulbo
de tulipán con una cebolla y lo cocinó para su patrón. Por esa confusión, al
muchacho lo condenaron a seis meses de prisión porque el dueño había pagado
3.000 florines por la planta.
El tulipán era una flor que representaba el lujo y la ostentación convirtiéndose en estandarte de riqueza
Paralelamente, la peste bubónica hizo estragos en la población
diezmándola, provocando así una sobrerreacción al alza en los precios del
tulipán.
El mercado de tulipanes entró a comercializarse en la Bolsa
de Valores lo que provocó que dejase de ser un producto de temporada a
negociarse todo el año. ¿Cómo? Muy sencillo. Se negociaban los precios de los
bulbos antes de su floración que, además, era indefinida. Eso se puede decir
que fue el primer paso para la creación del Mercado de Futuros. Como saben, uno
de los Mercados más importantes y líquidos de la actualidad.
De repente, algo estaba cambiando. Los productos hortícolas
están condicionados a las inclemencias atmosféricas y en 1637 estas no vinieron
según se esperaban, empezando a desconfiar los inversores de las producciones y
las inversiones que se habían realizado por ellas. Las órdenes de venta
comenzaron a aparecer provocando el estallido de la ya conocida “burbuja de los
tulipanes”. Fue el comienzo de la siembra del pánico.
Los más avispados, como siempre, se salieron a tiempo del Mercado
aprovechando que todavía quedaban compradores. La “floreciente” economía se
secaba. Los suicidios se aglutinaban porque fundieron todo su patrimonio: se
endeudaron para comprar flores que ahora no valían nada y no tenían nada con
qué hacerle frente a la deuda adquirida.
Al estallar la burbuja de la “tulipomanía” el Gobierno tuvo
que intervenir anulando los contratos firmados a partir de noviembre de 1636.
Medidas que no sentaron nada bien ni a vendedores ni a compradores. La falta de
garantías de este mercado financiero, la imposibilidad de hacer frente a los
contratos firmados y el pánico, llevaron a la economía de la boyante Holanda a
la quiebra. Holanda necesitó varios años para comenzar a levantar la cabeza de
la depresión en que quedó sumida. Sin embargo, no todo fue malo debido a que la
infraestructura que se montó en torno a los tulipanes se aprovechó para otro
tipo de cosechas.
La explosión de cualquier burbuja económica deja vencedores
y vencidos. Vencen los que están bien informados y se salen antes de la
explosión acumulando grandes plusvalías; pierden los que no vendieron a tiempo
porque se quedan con el producto que nadie quiere a los precios que ellos lo
adquirieron.
La burbuja de los tulipanes o “tulipomanía” se considera la
primera de la historia moderna y es uno de los ejemplos más citados a la hora
de explicar lo que es el concepto de burbuja especulativa. Posteriormente, las
burbujas han ido apareciendo en diferentes mercados y épocas, pero siempre ha
estado presente la misma esencia.
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