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En muchas
ocasiones, el ingenio de aplicar palabras a modo de metáfora no repara en si
realmente la traslación del concepto que quiere expresar es correcta. Es el
caso de la palabra “buitre” que, como sabéis, proviene del nombre de un ave
rapaz y carroñera que se alimenta de animales muertos, sobrevolando pacientemente
a aquellos que observa que están moribundos en espera del momento adecuado para
hincarle el pico. En la vida cotidiana, se utiliza la palabra “buitre” como
cosa mala y es atribuida a aquellas personas que se ceban de la desgracia de
los demás. El mundo de las finanzas no es ajeno a estas vicisitudes y se le ha
atribuido este peyorativo a un tipo de Fondo de Inversión: el Fondo Buitre.
El término “fondo buitre” fue popularizado rápidamente por movimientos sociales, ONG’s y responsables políticos, siendo adoptado posteriormente por todo tipo de organismos internacionales. Sin embargo, los operadores de mercado prefieren evitar esta denominación con alta denotación negativa, pero los medios de comunicación, aunque no siempre de forma acertada, se han encargado de difundir noticias sobre este tipo de fondos y siempre en contextos de crisis económicas.
El
Diccionario de la Lengua Española define al Fondo Buitre (en inglés vulture fund o holdout) como un tipo de fondo de inversión de alto riesgo con un
cargado carácter especulativo, cuya misión es comprar deuda o activos de
empresas o instituciones en graves dificultades económicas, aprovechando las
oportunidades del mercado. Cuando este tipo de fondos actúa, el “cadáver” ya
existe, es decir, compran deuda. Si se tiene una deuda con una entidad y esa
deuda la ha comprado uno de estos fondos, de repente, ya no se debe el dinero a
la entidad que actuó como prestamista. Normalmente, cuando se firma un crédito,
cualquiera, se advierte de que “el que otorga el crédito puede derivar esa
deuda a otra entidad”.
Este tipo de
Fondos de Inversión, de capital riesgo o de inversión libre, se especializan en
la compra de activos en quiebra, al menor precio posible, con el objetivo de
especular con la posterior ejecución o venta, sin muchas veces atender a
reestructuraciones o quitas. En algunas ocasiones, puede llegar el caso que
incluso se vendan las deudas a otros inversores especuladores con el fin de
conseguir éstos altas rentabilidades.
La compra de
deuda a bajo precio no es de ahora, data de la creación de los mercados de
valores. En aquella época, los acreedores presionaban a los deudores con
dificultades de pago. En los años 80 del siglo pasado, cuando se produce la
desregulación financiera, esta actividad adquiere una nueva dimensión llegando,
incluso, hasta las deudas de los propios Estados. La reestructuración de las
deudas se transforma en activos fácilmente comercializables. El acreedor
inicial devalúa los préstamos para venderlos en el mercado secundario donde la
rebaja puede ser muy sustancial, llegando en algunos acasos hasta el 80% del
valor nominal. En los años 90 del mismo siglo, ese procedimiento se aplicó a
las deudas soberanas de no pocos países con dificultades económicas. Ya en este
siglo, a raíz de la crisis financiera y económica, en España se llevaron a cabo
multitud de adquisiciones de activos de deuda a precios de saldo, lo que
ocasionó algún que otro susto al propio Estado, a alguna Comunidad Autónoma y a
alguna entidad financiera, así como a no pocos particulares que se encontraban
endeudados.
Los gestores
de los Fondos Buitre buscan inversiones que ofrezcan un gran potencial de
revalorización asumiendo un elevado riesgo de impago. Es decir, identifican
activos altamente sobrevendidos por determinadas causas financieras y que su
precio está claramente por debajo de su valor nominal, lo que se supone que
cuando se giren al alza, si lo hacen, sea con inmensas plusvalías para los
tenedores. Ni qué decir tiene que la estrategia que usan es de un gran riesgo,
incluso la totalidad de la pérdida del valor de los activos. La cartera suele
estar formada por valores de renta fija, bonos de alto rendimiento, préstamos
que rozan el impago, propiedades inmobiliarias y empresas muy endeudadas.
La crítica de
estos fondos nunca ha sido buena por beneficiarse de países, empresas y
personas con problemas financieros de impago de deudas. Pero sobre todo la
crítica mayor le viene por el lado de los mecanismos que usan para recuperar la
deuda. Aquí tengo que añadir que no todos actúan de la misma forma, aunque el
fin siga siendo rentabilizar las aportaciones de los partícipes del fondo. En
España fueron muy criticados cuando algunos fondos de alto riesgo compraron deuda
hipotecaria a las entidades financieras, presionando posteriormente al deudor
para recuperar la totalidad de la deuda que habían comprado, no siendo
partícipes de una posible reestructuración.
El caso es
que cuando un fondo muestra un ápice de especulación rápidamente se le denomina
“Fondo Buitre” y, además, en tono despectivo. Y no siempre es así. Pero, cuando
una información se repite de forma machacona es muy difícil volver de nuevo a
la normalidad, y la realidad queda difuminada en su totalidad. Cualquier Fondo
de Inversión está formado, entre otros, por pequeños partícipes, que no dejan
de ser ahorradores domésticos, delegando la gestión de la inversión de sus
ahorros en profesionales financieros. Estos fondos no compran préstamos que se
paguen de forma regular, lo que compran son préstamos de dudoso cobro, con un
descuento considerable y, la mayoría de los gestores, lo que hacen es intentar
llegar a una negociación amistosa, intentando solucionar un problema que la
entidad prestamista no fue capaz de resolver. Si esta negociación no prolifera,
esa deuda se volverá a revender a un tercero y en este caso puede ocurrir que
ya sea una empresa especializada en ejecuciones de préstamos.
Los Fondos
Buitre existen, claro que sí, pero no a todos a los que se le asigna ese
término despectivo se le hace de forma correcta, más bien se le hace a la
ligera. Son muchos los que han llegado a buenas negociaciones con los deudores
y no han destrozado ninguna familia. Su misión era ganar dinero, sí, pero
resolviendo una situación de impago de forma satisfactoria para prestamista y
prestatario.
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