Desde que se liberalizó el periodo de las rebajas, allá por
el 2013, los comerciantes pueden aplicar descuentos cuando lo consideren
oportuno, para que los consumidores podamos aprovecharnos de los precios
reducidos y así generar la tan necesaria simbiosis entre comerciante y
consumidor. Recordaréis que existían dos épocas en el año señaladas para hacer
rebajas: las de invierno y las de verano. Pues ahora tenemos rebajas cuando el
calendario celebra algún día especial, y lo mismo da que sea una fiesta
nacional que de importación: llámese día de los enamorados, del padre, de la
madre, del soltero, “Black Friday” … El caso es que no hay mejor manera que esa
para fomentar el consumismo, haciéndonos creer que se hace para nuestro ahorro,
llegando, incluso, a incentivar un consumo irresponsable al gastar aquellas
cantidades de dinero que se sustentan bajo la realidad financiera personal,
encargada de optimizar los recursos económicos propios. Las fechas de rebajas,
que bien pueden ser una prueba de fuego para los que compran compulsivamente,
también pueden ser aprovechadas por aquellos que necesitan comprarse cualquier
bien o, simplemente, para adquirir un capricho.
Estaréis de acuerdo conmigo en que si hay una fecha por
excelencia marcada en el calendario para los amantes del consumismo esa es el “Black
Friday” (“Viernes Negro”) que, como sabéis, coincide siempre con el viernes
posterior al Día de Acción de Gracias (fiesta nacional estadounidense que se
celebra el cuarto jueves del mes de noviembre), siendo la fecha elegida por
todo tipo de comercios para hacer grandes descuentos de cara a las fiestas
navideñas. A partir de la década de los noventa fue cuando comenzó su
internacionalización y su mutación hasta llegar a como hoy la conocemos: toda
una semana de “Black Friday”, extendiéndose las ofertas por todos los ámbitos
del comercio, llegando a ser el evento de ventas más potente de todo el año y,
según los expertos, culpable en parte de la tan famosa y sufrida cuesta de
enero. Por si era poco, con la llegada de Internet, surgió el “Cyber Monday”
(lunes siguiente al “Viernes Negro”), día que usan muchas páginas web para
ofrecer sus particulares descuentos en productos de venta online a los
internautas.
La primera vez que se escuchó el término “Black Friday” nada
tiene que ver con el significado que se le atribuye hoy en día. Se denominó así
al fatídico viernes 24 de septiembre de 1869 cuando se hundió el pecio del oro
y Wall Street, tras el escándalo áureo estadounidense, provocó que los mercados
entrasen en bancarrota. El gobierno de EE.UU., a cuyo frente se encontraba
Ulysses S. Grant, se encontraba en pleno proceso de expansión tras la Guerra Civil,
teniendo que emitir una gran cantidad de deuda y moneda no respaldada por el oro,
pero sí legalizado para ser aceptado como moneda de pago. Como la cantidad del
metal precioso era más o menos estable, el Gobierno tenía mucho poder para
fijar su precio en el mercado. Dos millonarios especuladores, Jim Fisk y Jay
Gould, se dedicaron a acumular una ingente cantidad de oro con el fin de hacer
subir su precio, induciendo al presidente para que aumentase el precio del
metal. Y así fue. En pocas semanas se desató la locura dorada. Locura que
aprovecharon los citados especuladores para deshacerse de todo el oro que
pudieron, lo que azuzó al presidente a que inundara el mercado con las reservas
que tenía, provocando un devastador huracán de ventas en Wall Street. En unos
minutos, el metal dorado descendió un 33%, provocando, a su vez, una sangría
del 50% en las materias primas, arrastrando a la ruina a los agricultores que
se dedicaban al trigo y al maíz. Las consecuencias económicas materializaron,
en un comienzo, el “Black Friday” y, posteriormente, dejaron tocada la figura
del presidente, mientras que los protagonistas salieron económicamente
fortalecidos.
Hay que avanzar cerca de cien años para que vuelva a
aparecer la expresión “Black Friday”. La utilizó la policía de Filadelfia
cuando un informe hablaba del caos que se producía en la ciudad debido a la
gran cantidad de gente y vehículos que llenaban las calles de suciedad,
aprovechando las rebajas que hacían los comerciantes en el día posterior al de
Acción de Gracias. A los vendedores, que ese día les generaba buenos ingresos,
no les gustaba que lo denominasen como “Viernes Negro” y un periódico de la
localidad lo rebautizó como “Big Friday” (Gran Viernes). Este nombre no cuajó,
aceptando el adjetivo negro como un paso de los números rojos de sus cajas de
caudales a los negros, es decir, “Back to Black”. A finales del siglo XX, las
tiendas impulsaron la idea de que el paso de los números rojos a los negros no
era peyorativo e impulsaron el nombre por todo el país.
A España, como ya estamos acostumbrados, la expresión llega
sin traducirse, implantándose como una época en la que la tiendas se deshacen
de sus inventarios con grandes ofertas y descuentos con el fin de atraer al
mayor número de consumidores, estimulando las compras anticipadas a la época
navideña. Y así ha debido de ser porque es el día de mayor movimiento comercial
de todo el año desde hace quince. Ahora bien, que el “Black Friday” sea una
oportunidad queda en el seno de cada consumidor. Lo que sí está claro es que se
ha convertido en la pretemporada que nos mete de lleno en la Navidad y que ha
sido implantada para quedarse con nosotros, de la misma forma que nos estamos
empapando de otras tradiciones típicas de los Estados Unidos.
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