El pasado 31
de octubre, de una forma prácticamente desapercibida, se celebró el Día Mundial
del Ahorro. Esta iniciativa, instituida por el Congreso Internacional del
Ahorro en 1924, pretende movilizar a la ciudadanía hacia una mejor
planificación de las finanzas personales y familiares intentando desarrollar
una mayor consciencia de que el consumismo desmesurado no es compatible con el
ahorro. En nuestro país, esta iniciativa no ha tenido demasiado eco,
atribuyéndolo los expertos a que se celebra en las vísperas de un día festivo
de gran arraigo popular como es el día de Todos los Santos y, de forma
mediática, tampoco tiene demasiada importancia al diluirse entre la noticia del
cambio horario y de cómo este hecho influye en el ahorro energético. El caso es
que ese día, en Twitter, apenas si había alguna pequeña referencia con el hashtag
#DíaMundialDelAhorro o #DíaDelAhorro.
La capacidad
del ahorro es inversamente proporcional al gasto: a mayor gasto, menor ahorro.
Una buena prueba de ello la tenemos con el aumento de la tasa de ahorro justo
cuando la crisis nos azotó con más virulencia; según ha ido llegando la
recuperación económica el ahorro de las familias se ha ido reduciendo en la misma
proporción que ha ido aumentando el gasto. Ahora, en época de pandemia, con el
confinamiento, la capacidad de ahorro no ha aumentado, lo que ha ocurrido es
que ha disminuido la capacidad de consumo. Ese ahorro latente se convertirá en
consumo en cuanto finalice el periodo de confinamiento, por eso no se puede
considerar “ahorro para el futuro” como tal. Tanto es así, que la tasa actual
del ahorro en España es cuatro puntos inferior a la media europea.
El ahorro es
imprescindible para la libertad financiera. En el siglo pasado, nuestros padres,
era cotidiana su apuesta por el ahorro para formar una base financiera para una
necesidad futura; para nosotros, en el siglo XXI, es un auténtico reto ser
capaces de apartar una parte de nuestros ingresos con el objetivo de guardarlo
para ser utilizado en un futuro, sin necesidad de recurrir a la ingeniería
financiera doméstica. En realidad, nuestro problema radica en un mal reparto
del peculio ingresado: no se trata de gastar menos o ser menos consumista, se
trata de adaptar el consumismo a nuestras posibilidades y a nuestras necesidades.
En la
actualidad, un nuevo reto nos está poniendo a prueba para incentivar nuestro
hábito del ahorro pensando en la jubilación. Por todas partes surgen voces
alertándonos de que nuestro sistema actual de pensiones no será sostenible y
que, además, la cuantía que nos corresponda no será suficiente para cubrir
nuestras necesidades financieras en la tan preciada edad dorada. Curiosamente, el
debate actual radica acerca de si las pensiones deben adaptarse a IPC o no,
cuando el debate debería ser sobre la sostenibilidad del sistema debido al
desafío del envejecimiento progresivo de la sociedad.
Por otro
lado, la lógica nos dice que cuanto mayor sea el sueldo en la actualidad mayor
deberá ser el ahorro acumulado, para que en la jubilación se pueda mantener un
nivel de vida similar al que se posee cuando se está en activo. En el fondo,
algo está cambiando, en el sentido de que alguna conciencia se está tomando,
aunque los españoles sigamos a la cola en la cuantía destinada al ahorro
privado para la pensión, sobre la necesidad del ahorro para cubrir los gastos
asociados a la jubilación.
Ahora es
posible que estemos inmersos en el engaño de que todo saldrá bien mientras
estamos disfrutando del presente teniendo nuestro trabajo y nuestro ingreso de
sueldo cada mes, pero el futuro no nos engañará. Recuerda que con el dinero
también se puede comprar tranquilidad. Y la tranquilidad de tener un
colchón económico fornido pasa por disminuir el gasto superfluo, no endeudarse
para comprar cosas innecesarias y, cómo no, evitar que la inflación disminuya
el poder adquisitivo del monto acumulado invirtiendo el ahorro en vez de
tenerlo depositado en algo que no genere rentabilidad.
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