30 de noviembre de 2021

Sor Lioba Zahn, la monja inversora de la abadía alemana de Mariendonk

Foto by pixabay.com
El año 2016 se caracterizó, entre otras cosas, por un giro en la escena política, provocando un profundo impacto en la economía mundial. La decisión de los británicos, mediante referéndum, de abandonar la UE en junio y la elección de Donal Trump como presidente de los Estados Unidos en noviembre abrieron un nuevo escenario de incertidumbre.

Ese año, la Reserva Federal decidió comenzar con una subida gradual de tipos, mientras que el Banco Central Europeo los bajó hasta el 0%: Estados Unidos se recuperaba de la crisis, se acercaba al pleno empleo y ya empezaba a tener algunos problemas con la inflación; mientras, Europa seguía sufriendo tasas de desempleo demasiado elevadas y disfrutaba de estabilidad de precios. El caso es que por primera vez en muchos años el ciclo monetario en Estados Unidos era opuesto al de Europa. La volatilidad en los mercados bursátiles también se dejó notar viendo cómo unos valores no dejaban de subir mientras que otros se desplomaban hasta mínimos históricos. En ese sentido, ese año, parecía haber registrado un patrón diferente, con alzas continuas que solo se verían interrumpidas por fueres movimientos correctivos que apenas duraban unos días.

En noviembre de 2016 el The Wall Street Journal, periódico estadounidense enfocado hacia la economía y los negocios, se hacía eco de cómo unas monjas de la abadía alemana de Mariendonk (monasterio benedictino en Grefranth, distrito de Mülhausen, cerca de Kempen, en la diócesis de Aquisgrán), más concretamente la hermana Lioba Zahn, salvaron la economía de su convento invirtiendo sus ahorros en activos financieros.

Anteriormente, por el 2013, el convento también se vio afectado por la crisis económica que no alcanzaba a superar la Unión Europea. Los ingresos de los que disponían las religiosas benedictinas eran inferiores a sus gastos, lo que les hacía vivir rozando la precariedad. Las fuentes de ingresos más significativas del convento eran la fabricación de dulces, ropas para sacerdotes, velas, leche, el ínfimo apoyo financiero que recibían de parte de la Iglesia, los escasos donativos de personas particulares y los intereses que los bancos les daban por sus ahorros. En ese momento, todos los bancos europeos ofrecían mínimos rendimientos por los depósitos, entre otros motivos, como decía, porque la política financiera de los Bancos Centrales era bajar el precio del dinero, haciendo que las entidades bancarias también disminuyesen los intereses que pagaban a los ahorradores.

El caso es que las monjas necesitaban meterse en gastos de mantenimiento del tejado del convento y tenían que cambiar su único coche. Ante tal tesitura, acudieron a su banco en busca de más dinero por sus depósitos y éste apenas si le ofrecía un rendimiento del 1% anual ¡si invertían sus ahorros con un horizonte de siete años! La hermana Lioba Zahn, que antes de entrar en el convento había estudiado psicología y había trabajado como psicoterapeuta, era la encargada financiera de la institución además de rezar y hacer los quehaceres propios de la abadía, se dio cuenta de que las soluciones que le ofrecían no eran suficientes para reparar los desperfectos y, en un futuro próximo, salvarse de la desaparición de la abadía por falta de recursos propios.

Lioba Zahn, viendo las necesidades económicas se dedicó, sin tener conocimientos previos de economía, a estudiar finanzas el poco tiempo que le quedaba libre: leía todas las páginas de la prensa económica que llegaban a sus manos y todos los informes que le remitía el banco. Al principio no entendía nada, pero, según reconoció ella en la entrevista que le hizo el periódico, al poco tiempo “era capaz de comprender una de cada tres frases que leía”. Poco a poco se fue adentrando en el mundo bursátil, eso sí, arriesgando no más del 33% de su patrimonio. Empezó a invertir en valores bursátiles que fueran moralmente aceptables, que tuvieran un bajo riesgo, que se esperara un buen rendimiento de ellos y que no fuesen petroleras. La primera inversión que hizo fue a finales de 2013 en la farmacéutica danesa Novo Nordisk AS triplicando su valor en el 2016. También invirtió en acciones de Volkswagen y Deutsche Bank demostrando, como le solían decir sus hermanas monjas, “nervios de acero” y agradeciéndole los buenos resultados que iba obteniendo. Por el medio, como en un buen jardín de rosas, también hubo espinas: tuvo que asumir las pérdidas de Daimler, BNP Paribas y la filial alemana de Telefónica. Lo que sí tenía muy claro es que el dinero era del convento y no debía de arriesgar demasiado para que la ratio del riesgo no se le disparase.

En la entrevista que le hizo The Wall Street Journal reconocía que también el momento bonancible bursátil estuvo de su parte. Reconoció también que la situación era a la desesperada y que la Bolsa pasaba por una solución de locos. Pero la cosa le salió bien, tanto fue así que en 2016 llegó a administrar una cartera de inversiones superior a los dos millones de euros, salvando con creces las finanzas del convento contribuyendo a su permanencia.

Este acontecimiento es un ejemplo que ponen la mayoría de los brókeres en sus seminarios destacando que no todos los inversores que les acucie la necesidad obtendrán los mismos resultaos. El ejemplo de Lioba Zahn destaca por su buen hacer al convertirse en una experta financiera sin tener conocimientos previos. Hoy el sistema financiero está configurado para que prácticamente sea imposible obtener beneficios sin especular.

Actualmente, las monjas que habitan la abadía de Mariendonk siguen luchando por mantener su convento. La falta de vocación (cada vez hay menos religiosas) y los problemas de demanda de sus productos afectan a la financiación.

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