A todas luces, el riesgo en la inversión de un activo seguro será menor que en los activos de riesgo, de ahí la diversificación para que, en promedio, las equivocaciones no se coman la totalidad de los aciertos. El inversor invierte no para perder, su deseo es obtener siempre un beneficio, pero, como ya he dicho en otras ocasiones, las pérdidas forman parte de las ganancias y así debe de ser. En definitiva, diversificar es repartir o, lo que es lo mismo, actuar con la siguiente máxima: no poner todos los huevos en la misma cesta.
Opiniones, como los colores, hay para todos los gustos. Algunos inversores, no pocos, defienden la teoría de que la diversificación no siempre resulta beneficiosa argumentando que, al diversificar, lo que se está asumiendo de una forma implícita es que no se es capaz de escoger los mejores valores para nuestra cartera. Para argumentar esto ponen de ejemplo una frase del archiconocido inversor Warren Buffett: “la diversificación es la protección contra la ignorancia. Tiene muy poco sentido para aquellos que saben lo hacen”. No dudo de que esta frase la haya pronunciado él, pero creo que la han sacado de contexto. ¿Por qué? Pues porque solo hay que ver en qué invierte su empresa de inversión (Berkshire Hathaway) para darse uno cuenta de que, otra cosa no habrá, pero diversificación la hay por los cuatro costados. Es posible que al diversificar se disminuyan las posibles ganancias ante el acierto del pronóstico, pero también no es menos posible que la diversidad es un seguro multirriesgo para la cartera de inversión.
Ya los antiguos Radiotelegrafistas usaban la diversidad para recibir a bordo de los buques la información sin las inevitables interferencias. Diversificaban en espacio, en frecuencias, en equipos, en antenas, en fin, usaban todas las variables posibles para recibir la mejor señal que provenía del éter. El Mar de los Mercados Financieros no es diferente.
Rentabilidad y riesgo, sin lugar a duda, van juntos. A mayor rentabilidad, mayor riesgo, y viceversa. Una buena diversificación contribuirá a mejorar el dúo rentabilidad-riesgo de la cartera. No se trata de que la cartera tenga un gran número de activos, se trata de tener el número suficiente para permitir que los diferentes activos tengan cabida: renta variable, renta fija, divisas, fondos, derivados, depósitos, bonos, inmuebles y hasta liquidez. No son necesarios todos, aunque sólo se puedan adquirir tres o cuatro, pero hay que procurar que exista cierta diversificación entre ellos.
El inversor al crear la cartera tendrá en cuenta el horizonte temporal, la liquidez para futuras necesidades y, muy importante, habrá establecido un perfil de riesgo idóneo a su forma de invertir. A su vez, debe tener tiempo suficiente para gestionar sus activos; entonces, un elevado número de valores en la cartera, lo único que hará será complicar la gestión sin una mejora en los beneficios diluyendo en exceso la diversificación. Y la cartera no será fija, tendrá un carácter rotacional que se hará cuando sea necesario y conveniente. Es más, en un momento puntual, se puede hasta quedar sin ningún activo si por necesidad hay que estar ausente una temporada. No pasa nada. Hay productos para que el dinero siga trabajando por el inversor y luego se retomará de nuevo la actividad inversora cuando el momento sea más propicio. Los activos financieros siempre están ahí para que el ahorrador-inversor se aproveche de ellos. Es decir, el conjunto de la cartera deberá estar asociado al perfil del inversor de manera que pueda atender las necesidades que se puedan presentar.
La diversificación geográfica también tiene cabida en esta entrada por su importancia. Es bueno conocer dónde está ubicada la sede social de la empresa, pero más importante si cabe es saber dónde radica su actividad que, en definitiva, es de donde salen los beneficios. En este caso hay que valorar el riesgo divisa que en ningún caso es despreciable.
Las bondades de la diversificación lo único que hace es
reducir la incertidumbre de los beneficios, pero no hace milagros. El riesgo
siempre está ahí, es la sombra negra que siempre está encima del inversor y no
precisamente para ayudarle: en el momento menos pensado se posa encima de él y
de qué manera.
Llegados a este punto debo de mencionar el riesgo sistemático y el riesgo no sistemático o idiosincrásico. Mientras que el primero depende de factores de la economía y afecta a todos los activos siendo no diversificable, el segundo está causado por factores internos de cada activo y se puede minimizar mediante la diversificación.
Los coeficientes Alfa y Beta, ya comentados en esta bitácora, tienen la misión de cuantificar el riesgo de la inversión, sin mostrar una evolución exacta del activo en cuestión. Digo esto porque diversificar no es sólo repartir la inversión entre varios activos con el fin de obtener una rentabilidad positiva en el futuro, se trata, sobre todo, de reducir el riesgo del conjunto de valores que forman la cartera para acercarse al nivel de retorno establecido al comienzo de la composición. Quedando bien entendido que el riesgo nunca será cero, tenderá a cero, según la pericia del inversor, nada más. La rentabilidad de una cartera diversificada y la de una no diversificada puede que sea la misma, pero lo que no coincidirá jamás será el riesgo soportado.
La gestión correcta de una cartera debe de llevar aparejado
el principio de diversificación para que actúe minimizando los posibles riesgos
del entorno y del propio Mercado, sin olvidarnos de que el objetivo al invertir
es hacerlo evitando los peores valores.
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