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La historia
es cíclica y se repite cada cierto tiempo, pero en diferente estrato. Y esto no
es nuevo, ya en el Génesis 41 se narra cómo después de siete años de abundancia
vendrán otros siete de hambruna. Pero tampoco hay que remontarse a la
antigüedad para ver situaciones parecidas y que se repiten de nuevo ahora. Me
estoy refiriendo a los años 70 del siglo pasado, cuando la estanflación hizo
acto de presencia arrasando la economía y con ella los Mercados Financieros.
Hasta
entonces era la teoría de Keynes la que daba interpretación a la macroeconomía:
lo normal era que el exceso de demanda provocase una recesión y una posterior
crisis económica con su consabida deflación. Al aumentar el consumo tenía que
adaptarse la oferta provocando un aumento de los precios. Aquí entraban los
bancos centrales con su función de regular los tipos de interés y así nivelar
la oferta y la demanda, manteniendo a raya la inflación. Hace medio siglo la
cosa no fue así porque los productores de petróleo disminuyeron la producción
artificialmente con el fin de aumentar los precios, llevando consigo una
reducción del crecimiento económico y un aumento de la inflación. Ahora, la
pandemia y la invasión de Ucrania están hundiendo la oferta sin que la economía
sea capaz de retomar el vuelo con una posible inflación de dos dígitos. Las
materias primas, la electricidad y los derivados del petróleo pueden tocar
máximos históricos incidiendo directamente en el aumento del IPC, provocando un
empobrecimiento de la población añadido a la carestía de la vida y aderezado
con una ralentización del consumo. Resultado: desplome del consumo, incremento
del desempleo, quiebras de empresas con el consiguiente empeoramiento de las
condiciones laborales.
Las medidas a
tomar son complicadas y difíciles de aplicar porque la que es buena para una
cosa puede ser contraproducente para otra. Subir los precios del dinero podría
ser una solución para aliviar la inflación, pero dejaría la economía
estrangulada. Ya se vieron las consecuencias allá por 1973 cuando la Fed subió
los tipos de interés rápidamente.
Una economía
en incipiente crisis crea un problema político que da lugar a pruebas de ensayo
y error. Esa incertidumbre le afecta de lleno a los Mercados Financieros que
vemos cómo están sufriendo sin encontrar un suelo en el que asentarse y desde
ahí ver el horizonte de otra manera. En esta ocasión existe una lógica
discrepancia de comportamiento entre los mercados europeos y los americanos:
América sufre, pero no tanto como Europa que se ha encontrado con vientos
bélicos que ya traen chubascos ensangrentados. Las bolsas mundiales ya están
dando señales de alerta con fuertes caídas intradiarias de los índices y el
Índice del Miedo (VIX) dando señales de fuertes volatilidades. Al final, los
inversores están indecisos porque, por un lado, oyen a los gestores de fondos de inversión que el escenario estanflacionista llegará, aunque no se quiera;
por otro, la renta fija no sabe por qué camino decantarse, si por el de activo
refugio o amoldarse a la inflación. En definitiva, el inversor decide quedarse
en liquidez y ya veremos a ver lo que ocurre. No olvidemos que estar en
liquidez también es una forma de invertir.
El monstruo
de la estanflación es el peor enemigo que puede existir para los gestores de
activos. Es muy difícil descantarse por un activo u otro para que capee el
temporal sin que salga perjudicado el navío. En este caso, mirar al pasado
sirve nada más que para decepcionarse. Fue una época muy oscura para todos los
índices mundiales. Como siempre, se acude a una frase típica que no es otra que
“reducir el riesgo de la cartera”, saber cómo hacerlo es otra.
Alguien habrá
que diga que siempre nos queda la alternativa de usar al oro como activo
refugio y es verdad, es uno de los pocos activos que funciona ante la
estanflación. El pasado lo corrobora y ahora también está siendo así. En lo que
llevamos de año lleva un periodo de escalada nada despreciable en
contraposición, por ejemplo, del Euro Stoxx 50. Pero después de una subida
vertical de un valor entra a jugar la prudencia ya que el futuro no es
predecible. Todo dependerá de cómo evolucione este escenario: si todo va a peor,
el metal dorado hará su trabajo, pero en cuanto que se atisbe un pequeño estado
de mejoría, volverá de nuevo a sus valoraciones convencionales.
En otro
campo, en ocasiones similares han funcionado bastante bien los bonos ligados a
la inflación. Invertir en bonos que dan algo de rentabilidad no es malo, pero
hay que tener encuentra que la rentabilidad real viene dada cuando se le resta
la inflación y, en este caso actual, esa rentabilidad es negativa. Otro dato en
contra de la inversión en bonos a largo plazo es que su precio puede caer si
suben los tipos de interés.
Los
dividendos pueden ser otra alternativa. En este caso el consenso del mercado
establece la inversión en aquellas compañías sólidas, que estén poco endeudadas
y que tengan la capacidad de trasladar la subida de los constes a sus balances.
Ante la falta de alternativas, el dividendo puede ser el chocolate del loro,
pero tampoco se está para desperdiciar cualquier fuente de ingresos por pequeña
que sea.
El mercado
inmobiliario juaga una gran partida en este caso. Este mercado suele mostrar
una gran correlación con el IPC, aunque no sea exactamente igual, no pierde
valor constantemente. Este mercado también tiene grandes inconvenientes: ya
sabemos que, si suben durante mucho tiempo, a un ritmo constante, pueden perder
valor en un determinado momento. Además, a la rentabilidad hay que restarle los
gastos de mantenimiento e impuestos y se trata de activos poco líquidos.
En fin, con una inflación por encima del 7% es muy complicado obtener rentabilidad real positiva, el listón se ha puesto demasiado alto. Al final no queda más remedio que resignarse. No hay mal que cien años dure y habrá que estar preparados para recibir todos los acontecimientos venideros. Y eso pasa porque nuestros gobernantes aclaren el panorama geopolítico y económico. Mientras tanto, la pérdida de poder adquisitivo está más que asegurada. La inflación es implacable con el ahorrador, es uno de sus peores enemigos. Qué pena ver cómo va desapareciendo el fruto de nuestro esfuerzo que tanto nos ha costado reunir año tras año.
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