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Clase baja: se corresponde con las capas más
desfavorecidas de la sociedad, siendo sus ingresos inferiores al 30% de la
renta media. Las personas que integran esta clase social tienen serios
problemas para acceder, por ejemplo, a una vivienda debido a su bajo poder
adquisitivo.
Clase media: a su vez se subdivide en clase
media/baja y clase media/alta. Es la más abundarte y se corresponde con aquella
población que pueden acceder a bienes en propiedad con cierta solvencia. Poseen
un poder adquisitivo tal que les permite vivir con cierta holgura dependiendo
de la diversificación geográfica. El sueldo oscila entre el 30% por debajo de la
renta media y hasta un 150% por encima.
Clase alta: también existen varias categorías,
pero de inferioridad numérica con respecto a las otras clases. La componen
personas con alto y muy alto poder adquisitivo, con una elevada capacidad de
adquisición de bienes. Sus ingresos están por encima de un 150% de la renta
media.
Ni qué decir
tiene que nacer en la clase a la que pertenecen los progenitores va a
condicionar el devenir de la vida futura, que vendrá fomentada por la forma de
pensar y escuchando los consejos de la gente que está donde cada uno quiere
llegar. De ahí la diferencia de pensamientos entre una clase y otra. Nadie es
culpable de haber nacido en una clase social específica, que puede ser una
desgracia, pero es cierto que los éxitos de la mayoría suelen ser bien
merecidos tras años de esfuerzos y de tomas de decisiones correctas. No se
pueden recoger los frutos de los árboles que no se han plantado. Pasar de una
clase alta a una baja es relativamente sencillo, pero hacerlo de una baja a
otra más alta requiere dedicación: se necesita estudiar mientras otros se
divierten, trabajar mientras otros duermen, continuar mientras otros descansan
para luego vivir lo que otros sueñan.
Los miembros
de la clase alta, salvo que cometan errores muy graves, ellos y sus
descendientes van a seguir perteneciendo a esa clase social. Para ellos,
invertir adecuadamente no es primordial, pero sí es importante. Por el
contrario, para el resto de las clases sí es una gran diferencia, aunque
carezcan de recursos y posean menos facilidad para ahorrar y para invertir,
pero es especialmente importante que se haga. Recordemos que la inversión parte
del ahorro.
El deseo de
todos los pertenecientes a las clases bajas y media/baja es ser millonarios y
alcanzar la libertad financiera, pero muy pocos están dispuestos a dar los
pasos necesarios para lograrlo, buscando montones de escusas para postergar las
metas deseadas. La libertad financiera, que es la responsable de permitir estar
en el lugar que se desee, no es la imagen ficticia que se vende en las redes
sociales, éstas sólo muestran imágenes de una vida llena de apariencias. La
riqueza no es más que el producto de los pensamientos, de las decisiones y de
las acciones que se toman para llegar a la consecuencia del dinero. Si el
objetivo personal es aparentar es muy fácil hacerlo, pero si lo que se quiere
es ser financieramente libre hay que dejar de gastar el dinero en las
apariencias y darle un objetivo diferente al peculio.
La riqueza
como tal es producto del patrimonio, no de los ingresos. De los ingresos
depende el consumo, nada más. Se pueden tener ingresos elevados, pero si el
estilo de vida es costoso, no sirven de nada los altos ingresos para construir
riqueza. El patrimonio refleja la diferencia ente los ingresos y los gastos, siendo
el resultado de cómo se ha usado el excedente, cómo se ha invertido y qué parte
está trabajando para su dueño. Las clases altas tienen patrimonio que trabaja
para ellos, se revaloriza y genera rentas que les permite costear su ritmo de
vida, quizás sin afectarle a sus fuentes de ingresos. De sabido lo tienen
olvidado que su estilo de vida depende de sus rendimientos, no de su
patrimonio. El símil que los identifica es un árbol: él representa las inversiones y los frutos los rendimientos.
Existen
grandes diferencias de pensamiento de unas clases a otras, sobre todo de las
clases altas a las más bajas. Los ricos no se enfrentan a las mismas decisiones
ni a los mismos dilemas: su problema no es gastar el dinero en reparar el coche
o quedarse sin vacaciones, su dilema pasa por decidir en qué destino emplea su
escaso tiempo de vacaciones.
La cultura es un arma contra la ignorancia y, por ende, contra la pobreza.
El plan
financiero que todos tenemos en mente requiere tomar un riesgo y los ricos se
diferencian del resto en que suelen apostar más aún a sabiendas de que les
salga mal. En el fondo, no se tiene la certeza de que a los ricos les fue bien
acrecentando el riesgo porque los ha habido que también han afrontado
escenarios similares y no les ha ido bien. A este hecho se le denomina sesgo
del superviviente (tendencia a excluir de los estudios de rendimiento a las
compañías fracasadas porque ya no existen, provocando que los estudios se
desvíen porque sólo las compañías que tuvieron éxito suficiente para sobrevivir
hasta el fin del periodo de actividad son incluidas).
Otra
diferencia de pensamiento entre las clases es que la clase alta piensa en su
patrimonio neto y lo que pretende es mejorarlo creyendo que son ellos los que
están al cargo de su vida, es su responsabilidad no de lo que suceda en su
entorno. La clase más baja piensan en que mejorando su salario resuelven sus
problemas monetarios, cosa que sólo es cierta si sus ingresos aumentan más que
los gastos, sin dejar de pensar en que son el producto de su entorno.
Uno de los
pensamientos que más llaman la atención por la excentricidad es la forma que
tiene de ver los ricos a las personas de éxito y la forma con que lo hacen los pobres.
Mientras que los ricos los admiran e intentan seguirlos, los pobres son
reticentes hacia sus logros y no muestran más que odio hacia ellos. Estas
discrepancias de pensamiento tienen mucha culpa las políticas monetarias que
los gobernantes están llevando a cabo: cuando se intenta hacer menos ricos a
los ricos ocurre que los pobres se hacen más pobres; por el contrario, ese tipo
de políticas deberían ir encaminadas hacia la conversión de que los pobres se
hagan más ricos. Aquí el resultado es que las gentes de las clases bajas se
alegran del primero y las clases más altas se alegran de lo segundo.
Los ricos invierten su dinero y gastan lo que les sobra. Los pobres gastan su dinero e invierten lo que les queda.
Hasta en la
forma de afrontar las deudas hay diferencias de pensamiento. Los créditos no
siempre van en contra de las aspiraciones económicas. Aunque en parte es
cierto, si se logran administrar correctamente las deudas se pueden utilizar
para favorecer el patrimonio y no al contrario. Muchas personas creen que para
ser millonarios tienen que contraer deudas para mostrar a los demás que lo
están consiguiendo. No es así. Sólo está justificado el apalancamiento cuando
los rendimientos cubren los intereses que se abonan y queda un excedente.
Cuando se comprende este funcionamiento, ya no se piensa en el futuro según el
tamaño de la cartera, se piensa en explorar nuevas oportunidades de negocio
cuya inversión y rentabilidad pueden ser más elevadas.
Los
ahorradores demuestran que tienen la capacidad mental para pensar en el futuro,
algo esencial para contribuir a la riqueza, pero esto ya es otra cosa. Aquí ya
entra a jugar la educación financiera: no se puede conquistar el dinero sin
antes dominar su funcionamiento.
Invertir en
formación es una de las inversiones más rentables y las clases sociales más
bajas descuidan este gran detalle. No se trata de querer algo, sino de trabajar
y esforzarse para conseguirlo.
La moraleja de todo esto es que si se quiere salir
de la clase social donde se vive hay que pensar como la gente que está en la
clase social a la que se quiere acceder.
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