La horticultura es la disciplina que
se ocupa de las técnicas y los conocimientos relativos al cultivo de las
plantas de huerto destinadas al consumo. Por otro lado, las finanzas es una
rama de la economía que se encarga del estudio de la obtención del capital para
su posterior inversión con el fin de rentabilizar los ahorros. A simple vista,
se puede decir que una disciplina y la otra se encuentran a años luz. Sin
embargo, si se asocian, no parecen ya tan distantes pues las técnicas usadas para
obtener buenos resultados tienen cierta similitud.
El horticultor doméstico se afana en
la tarea de la preparación de sus huertos para cosechar las mejores hortalizas según
la temporada para, en el momento de la recolección, llenarse con
la satisfacción de degustar algo criado y cultivado por él mismo. De
forma similar, el ahorrador o inversor doméstico se afana en la tarea de buscar
el mejor producto financiero para rentabilizar sus ahorros, con el fin de
satisfacer sus necesidades financieras en el futuro. La
mayoría tienen sus ahorros invertidos en activos financieros de más o menos
riesgo, según su intermediario le ha recomendado o según la intuición o forma
de invertir de cada uno de ellos. Los beneficios que van a obtener de la huerta
van a ser manjares, seguro. Los beneficios que obtendrán de sus inversiones
serán los que tengan que ser acordes al acierto de su inversión y, lo
principal, según el trabajo realizado para que esos ahorros les renten proporcionalmente
al esfuerzo y al trabajo realizado con anterioridad.
Lo
que quiero decir con todo esto es que los hortelanos, no tiran unas semillas en
un terreno baldío para luego volver dentro de unos meses y ver cuál ha sido el
resultado de esa simiente que sembraron. De la misma forma, el ahorrador
tampoco debe de invertir en un determinado producto financiero y olvidarse de
él, dejándolo abandonado a su suerte para dentro de unos años ver los
beneficios que ha obtenido. Por eso, el trabajo del inversor doméstico no es
muy diferente al del hortelano: la formación, la preparación, el trabajo, el
cuidado, la ilusión, los desvelos y hasta una pizca de experimentación forman
parte de los resultados a obtener en el futuro.
El ahorrador o inversor doméstico se afana en la tarea de buscar el mejor producto financiero para rentabilizar sus ahorros, con el fin de satisfacer sus necesidades financieras en el futuro
Todo
comienza con el lugar donde depositar la simiente: para algunos cultivos es
necesario primero disponer de unos semilleros, a modo de pequeños ahorros, para
ir trasplantando según convenga. La elección del lugar es primordial: más
húmedo, más soleado, menos pedregoso, fácil acceso, en fin, se buscará la
idoneidad según el tipo de hortaliza a cultivar pues cada una tendrá unas
características especiales. A modo de ejemplo, si lo que se quiere es invertir
en Letras o Bonos del Estado es preferible hacerlo en las cuentas directas del
Banco de España por ser menos gravosas; si lo que se quiere es invertir en
acciones quizás sea preferible una Sociedad o Agencia de Valores que no nuestra
propia sucursal bancaria. El riesgo de la entidad donde se depositen los
ahorros es algo también a tener en cuenta. Por similitud, las orillas de los
ríos, aunque muy fértiles, son susceptibles de inundación con la consiguiente
pérdida del cultivo. Y todo ello aderezado con un terreno oxigenado y bien
abonado para que a la cartera no le falte de nada.
Una
vez realizado el trasplante no hay que olvidarse del cuidado: el riego en su
punto; la eliminación de las malas hierbas (comisiones excesivas que no hacen más
que mermar la rentabilidad futura); las plagas devorando lo que no es suyo; la
supresión de los peores ejemplares para que su presencia no haga minimizar la
rentabilidad final disminuyendo el espacio disponible, espacio necesario para que
los ejemplares más sanos se fortalezcan y sirvan para regocijo propio a la hora
de ponerlo en la mesa de degustación; en caso de que sea necesario, se acompañarán
de soportes para que se eleven con más facilidad para así recoger los rayos
solares con menor dificultad.
Los
más osados, usarán semillas transgénicas, abonos y fertilizantes especiales con
el único fin de que la cosecha esté en su punto antes de que llegue su momento
natural de recolección. El efecto apalancamiento favorece en que se prueba la
cosecha antes de tiempo y, en otros casos, se consiguen ejemplares mucho
mayores con la peligrosidad de que de la misma forma que crecieron, pueden menguar
por no haber elegido el fertilizante correcto para esa hortaliza y todo venirse
abajo por la avaricia o, incluso, correr el peligro de que se conviertan en más
perecederos por no haberse desarrollado con plenitud.
Y
llega el momento tan esperado de la recolección, convirtiéndose en el colofón a
todo nuestro trabajo no exento de fatigas y disgustos, pues el camino ha sido
tortuoso y lleno de dificultades: vientos huracanados, tormentas de piedra
típicas del verano, alguna que otra noche gélida helando los ejemplares más
débiles y parte de los más robustos dejándolos heridos… A la hora de
recolectar, se comenzará por los ejemplares que ya han llegado a su fin en la
tierra para así, con la satisfacción de que nos estamos comiendo algo cultivado
por nosotros mismos, pasar a formar parte de nuestra mesa sabiendo en todo
momento cuál ha sido su proceso de crecimiento y maduración. Y si esto lo
compartimos con los nuestros, como que sabe mejor.
El
proceso de cultivo también ha servido para coger más experiencia y eliminar los
errores que hayamos cometido para subsanarlos en las siguientes cosechas. El
aprendizaje tiene que estar presente siempre pues nadie nace sabio y cada
huerto es diferente por múltiples causas. Con esto quiero decir que, no siempre,
lo que ha sido bueno para mí será bueno para el vecino pues puede concurrir que
hasta la forma de uso sea diferente y lo que debería ser bueno se ha convertido
en nefasto. En ocasiones queremos imitar y copiar las inversiones que hacen
otros y al no haberlas elaborado nosotros mismos, no sabemos custodiarlas como
lo hace el que inició esa andadura programada y estudiada para su cartera.
La
labor del ahorrador e inversor doméstico no es muy diferente a lo que he
contado. Físicamente, no se meten euros en la tierra para luego esperar a que
broten racimos. En este caso, lo que sí quiero recalcar es que el dinero que se
gana invirtiendo no es igual al que se gana de un salario. Aquí, excluyo al
profesional que vive de las finanzas como también tengo que excluir al horticultor
profesional que trabaja en el campo. Me refiero al inversor doméstico que
dedica su tiempo libre a hacer crecer sus ahorros invirtiéndolos y recoger la
cosecha como el que, para aprovechar su estancia en el mundo rural, cultiva sus
propias lechugas y tomates.
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