El chaturanga es un antiguo juego originario de la India y del cual parece prevenir el ajedrez tal como lo conocemos hoy en día. Sin embargo, en el libro persa “Shāhnāmeh” del siglo XI (“El Libro de los Reyes” o “La Épica de los Reyes”, obra poética y la epopeya nacional del mundo de habla persa) se habla de una leyenda, la Leyenda de Sissa, sobre el origen del ajedrez. Bien es verdad que cuenta con varias versiones posteriores y todas ellas incorporan el mismo problema de progresión geométrica.
En el libro
“El hombre que calculaba” (novela que al mismo tiempo se puede considerar como
un libro de problemas y curiosidades) también existe una versión similar con el
mismo argumento.
Dice la
leyenda que, hace mucho tiempo, reinaba en la India un rey (dependiendo de la
versión, tenía diferentes nombres: Sheram, Shihram, Rai Bhalit…) que perdió a
su hijo en una de las batallas contra uno de sus enemigos y eso lo dejó
profundamente triste, hasta el punto de que nada de lo que le ofrecían lograba
alegrarle.
Un buen día,
un tal Sissa, pidió audiencia con el rey para presentarle un juego que,
aseguró, conseguiría divertirle y recuperar la alegría que había pedido tras la
muerte de su hijo. Ese juego era el ajedrez. Sissa le explicó las reglas del
juego al rey y jugaron durante horas. El rey quedó maravillado con ese juego
porque, además de quitarle la pena en la que estaba sumido, reflejaba la
importancia de cada pieza y la necesidad de estrategia, cooperación y
previsión.
El rey,
agradecido por tan preciado regalo, le ofreció a Sissa, a modo de recompensa,
lo que quisiera. El sabio de Sissa, después de reflexionar, le pidió algo
aparentemente humilde: granos de trigo siguiendo un patrón geométrico en las
casillas del tablero de ajedrez. Específicamente pidió que se le entregara un
grano de trigo por la primera casilla del tablero, por la segunda 2 granos, 4
granos por la tercera, 8 por la cuarta, 16 por la quinta, 32 por la sexta y así
sucesivamente, duplicando el número de granos en cada casilla hasta completar
las 64 de las que está compuesto el tablero.
Al principio, el rey se burló de la solicitud, pensando que era una cantidad pequeña de grano y que era sumamente fácil de cumplir. Sin embargo, al calcular el toral, los matemáticos del palacio se dieron cuenta de que la cantidad de trigo era astronómica: ¡dieciocho trillones cuatrocientos cuarenta y seis mil setecientos cuarenta y cuatro billones setenta y tres mil setecientos nueve millones quinientos cincuenta y un mil seiscientos quince granos! 18.446.744.073.709.551.615. En definitiva, el rey, que era inmensamente rico, no tenía esa cantidad de grano en sus silos para satisfacer la petición de Sissa. Es más, esa cantidad de grano no existía en el mundo. Según cálculos actualizados, atendiendo a la producción de grano anual, se necesitarían más de 1.000 años de producción mundial para poder cumplir con los deseos de Sissa.
¿Cómo se
calcula la petición de Sissa? Se puede hacer duplicando manualmente cada
potencia de dos e ir acumulando la sumatoria correspondiente a la serie
geométrica:
T64 = C1+C2+C3+C4+…+C64
Donde T64
es el número total de granos y C los granos de cada casilla.
Expresando la
serie como exponentes quedaría:
T64 = 20+21+22+…+263
Como
curiosidad, el valor de la casilla 64 es:
9.223.372.036.854.775.808
También se
puede resolver más fácil de la siguiente forma:
T64 = 264 – 1
Potencia
multiplicadora del interés compuesto
La fábula del
ajedrez o leyenda de Sissa es un ejemplo que demuestra la potencia
multiplicadora del interés compuesto, y que no se debe de despreciar su poder.
La fábula y el interés compuesto tienen un principio común: ambos se basan en
el crecimiento exponencial, un fenómeno en el que pequeñas cantidades iniciales
pueden generar resultados inmensos con el tiempo.
Este paralelismo es una lección crucial en economía, educación y sociedad.
En el interés
compuesto, el dinero crece exponencialmente porque los intereses se calculan
sobre el capital inicial y sobre los intereses previamente acumulados,
generando un efecto de “bola de nieve” con el tiempo.
La progresión
en el tablero de ajedrez se vuelve importante solo después de muchas casillas.
Aunque los primeros valores (1, 2, 4, 8, 16…) son pequeños, el crecimiento se
dispara en las casillas finales debido a la acumulación. En el interés
compuesto, el tiempo es un factor crítico. Cuanto más tiempo se permita que el
interés compuesto opere, mayor será el importe, e incluso si el capital inicial
o la tasa de interés son modestos.
En la
leyenda, el rey subestimó el impacto de duplicar una pequeña cantidad a lo
largo de las 64 casillas. En finanzas, algunas personas subestiman como
pequeñas inversiones, cuando se dejan crecer con interés compuesto durante años,
pueden generar grandes sumas.
La progresión
de la petición de Sissa tiene un límite: el tablero de 64 casillas. Una vez
alcanzada la última casilla, el crecimiento se detiene. En el interés
compuesto, el crecimiento puede continuar indefinidamente, mientras haya tiempo
y capital que genere intereses.
No confundir
el interés compuesto con el interés simple: el interés simple, a diferencia del
interés compuesto, no tiene en cuenta los intereses anteriores para poder
generar nuevos intereses, por lo que solo se utiliza el capital inicial
invertido para generar rentabilidad.
El impacto
positivo que el interés compuesto tiene en la inversión del ahorro se ve
claramente con “la regla del 72”. Dividiendo entre 72 la rentabilidad promedio
de una inversión se obtiene el número de años que se necesitan para duplicar la
inversión.
Para poder
generar riqueza, como en el tablero de ajedrez, habrá que llegar a las últimas casillas,
pues las primeras son las que menos generan. Se requiere mucha paciencia y
perseverancia para comenzar a ver los efectos. Cuanto antes se comience a
ahorrar e invertir mejor, por la riqueza que se pueda generar.
Moraleja
Tanto la
leyenda del ajedrez como el interés compuesto muestran el poder de crecimiento
exponencial. La primera es una lección ilustrativa que subraya cómo una idea
aparentemente simple puede llevar a resultados sorprendentes, mientras que el
interés compuesto demuestra esa idea en la práctica, mostrando cómo el tiempo y
la acumulación pueden transformar pequeñas cantidades en grandes fortunas.
Se atribuye a
Albert Einstein, aunque no está demostrado que lo dijese, la frase de que la
fórmula del interés compuesto es “la fuerza más poderosa del mundo” o que “el
interés compuesto es la octava maravilla del mundo. Aquel que lo entiende, lo
gana; aquel que no, lo paga”. Einstein, como científico y matemático, entendía
perfectamente el impacto del crecimiento exponencial, tanto en la naturaleza
como en el mundo financiero. La supuesta frase de Einstein subraya una verdad
universal: el interés compuesto es una herramienta poderosa que recompensa a
quienes lo entienden y lo aplican.
El interés
compuesto es una manifestación de “el efecto Mateo” en el ámbito financiero:
son dos caras de la misma moneda. Al igual que en el efecto Mateo, el interés
compuesto crea un sistema en el que los que tienen más (capital, tiempo,
conocimiento…) tienden a ganar más, mientras que los que tienen menos suelen
quedarse atrás.
Este
paralelismo es una lección crucial en economía, educación y sociedad.
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