Sin ser amigos íntimos, la banca y los ahorradores siempre
han ido cogidos de la mano, pero en un constante tira y afloja. Ambos saben que
ese odio cariñoso mutuo trasciende porque existe la necesidad de vivir en
simbiosis. El ahorrador acude al banco con sus ahorros para que éste se lo
custodie y, ya de paso, le dé algún beneficio. El banco capta fondos del
ahorrador para colocarlos y satisfacer las necesidades de sus clientes. Siendo
así, en síntesis, ese es el negocio primario de la banca: la intermediación
financiera. Y así debe de ser. Pero la banca, no conformándose con ese negocio,
desea y consigue dar un servicio integral al cliente, convirtiéndose en
auténticos supermercados financieros donde el beneficio lo obtienen por
múltiples canales y productos al obtener un diferencial positivo entre las
captaciones y las colocaciones.Pero no siempre los negocios de una empresa van bien y cuando
es así, hay mucha gente que sufre. Por el contrario, cuando el negocio de la
banca no funciona somos todos los que padecemos sus fracasos. Lo hemos visto y
deseo, por el bien de todos, que no se repita. Tanta mella ha hecho este
deterioro que se ha creado un nuevo mapa bancario con nuevas normas, provocando
una desviación total del negocio bancario. Todas las autoridades han salido al
quite para conseguir, dentro de lo posible, un futuro de la banca sostenible y con
un crecimiento de calidad, intentando hacernos olvidar el fracaso bancario del
pasado. Si las condiciones económicas eran favorables no era suficiente motivo
para bajar la guardia y sobreseer el componente riesgo. Así nos fue y así lo llevamos
pagando desde entonces.