8 de octubre de 2020

A propósito del Día de la Educación Financiera

Todos los primeros lunes de octubre, se celebra, fomentado por la CNMV (Comisión Nacional del Mercado de Valores) y el Banco de España, el Día de la Educación Financiera, esta vez bajo el lema “Educación para unas finanzas más seguras”, con el fin de concienciar a los ahorradores de la importancia que tiene ser poseedor de una cierta cultura financiera, evitando así que el patrimonio se vea vapuleado en las diferentes etapas de la vida monetaria de una persona. No nos olvidemos, que la prosperidad de un país depende de la prosperidad económica de cada uno de sus habitantes, al ser la ausencia de esta cultura una forma de exclusión social que camina por el sendero de la pobreza. Por eso, la celebración de este Día tiene como objetivo sensibilizar a la sociedad sobre la importancia de la educación financiera en la vida de los ciudadanos.

Uno de los pilares fundamentales de la sociedad moderna es el extenso periodo que cada individuo dedica a la formación escolar y profesional. A partir de ahí, los conocimientos adquiridos se intercambian por dinero a la hora de ejercer, por cuenta propia o ajena, un trabajo. Del peculio obtenido se llega al ahorro que, al no haber tenido una adecuada formación financiera en nuestra época de estudiante, no se sabe muy bien qué hacer con él, ni qué hacer a la hora de tomar ciertas decisiones monetarias que surgirán a lo largo de nuestra vida cotidiana. El dinero, nuestro medio de intercambio por excelencia, hace que las finanzas, sin quererlo, sean nuestras compañeras inseparables en los sueños y en los hechos. Nosotros, y no los economistas, seremos los gestores del patrimonio personal, siendo esa gestión la encargada de nuestro futuro y el condicionante de nuestro presente. Ya que las finanzas van a ser nuestras compañeras de viaje, no sería un despropósito si se incluyesen dentro del plan de estudios generales obligatorios, con el fin de adquirir unos conocimientos para hacer una gestión financiera adecuada de nuestros bienes al ser los errores dinerarios no solucionables. La mayoría de la sociedad española reconoce que no maneja bien su ahorro debido al desconocimiento de los diferentes productos de inversión que existen en el mercado. ¡Y eso que hemos pasado por una crisis financiera!, pero ni por esas. Si rascamos la superficie, parece que en algo se ha mejorado debido a que se le ha dado la razón a aquel dicho de antaño que decía que “la letra con sangre entra”. Hemos sufrido de lo lindo y, por la cuenta que nos ha tenido, algo hemos aprendido de la experiencia. Una adecuada formación financiera nos hubiese librado de muchos disgustos en el pasado y hubiera mejorado nuestra calidad de vida.


El error mayoritario es pensar que para nuestro día a día no son necesarios conocimientos de finanzas. Siempre se ha creído que eso sólo estaba al alcance de los economistas, inversores y empresarios. Pues déjenme que les diga que no es así, y lo vemos a diario. Una prueba fidedigna de ello es la carencia de información, por ejemplo, que se tiene sobre el impuesto del IRPF:  todos estamos sometidos a él, no lo conocemos, pero validamos, sin vacilar, el borrador que Hacienda crea para nosotros sin comprobar su veracidad, únicamente nos fijamos en que sea negativo el resultado y poco más. Por el contrario, los que tienen unos mínimos conocimientos del impuesto saben que la declaración se confecciona a final del año natural y se presenta en la primavera del siguiente, obteniendo así mejores resultados sin necesidad de defraudar. Es muy triste ver cómo se rellena el formulario de Renta Web sin ton ni son.

Potenciar y mejorar la cultura financiera de la sociedad es cosa de todos

La recesión pasada dejó muchos cadáveres en su trayectoria al adquirir productos de ahorro muy complejos de los que no se sabía, ni se preocuparon por saber, nada. Y ahí está el mejor ejemplo de lo que ocurre cuando se carece de unos conocimientos básicos. Parece que aún no hemos aprendido la lección: alguno que otro informe al respecto indica que uno de cada cuatro adolescentes no sabía nada, repito, nada, de finanzas y la mitad de los ahorradores no distingue entre el IPC y el PIB, o carecen de conocimientos básicos para tomar decisiones de inversión o endeudamiento. Ya sabemos que leer un periódico deportivo es mucho más ameno que leer uno de economía, sin embargo, el beneficio entre leer uno u otro no tiene precio. Para morar en el mundo que nos está tocando vivir es necesario tener claro una serie de conceptos para capear la recesión venidera más anunciada de la historia.

La información y la formación económica nos ayudarán a entender mejor los diferentes vehículos de inversión que constantemente la ingeniería financiera saca al mercado para que las entidades bancarias los coloquen entre sus clientes. Al tener un adiestramiento fraguado nos permitirá tomar las decisiones más precisas y convenientes para el mantenimiento y futura evolución de nuestro patrimonio. Aunque sea necesario pedir asesoramiento especializado, deberá ser siempre acatado por nuestro propio criterio de gestión.

Nos enfrentamos a cambios fundamentales en materia laboral, en los Mercados Financieros y en el propio sistema de pensiones. Ello hace que nos tengamos que plantear la propia capacidad para organizar nuestras propias finanzas personales y familiares, y eso únicamente se afronta con cierto éxito si no se carece de una buena base gestada desde la educación primaria. Si no ha sido así, no habrá más remedio que esforzarnos, por ardua que sea la materia, en la intrusión de las finanzas para poder decidir de una forma certera sobre el futuro monetario.

Potenciar y mejorar la cultura financiera de la sociedad es cosa de todos y más en nuestro país donde el 25% de la ciudadanía tiene más gastos que ingresos. El esfuerzo por aumentar esta educación en los centros de primaria y bachillerato, poco a poco, está dando buenos frutos, pero de crecimiento muy lento. Es muy importante educar a todos los grupos de edad, sobre todo a aquellos que les cuesta diferenciar entre una libreta de ahorro de una cuenta corriente, entre una tarjeta de débito y una de crédito, o aquellos que no saben diferenciar un fondo de inversión de un plan de pensiones o de un depósito. El caso es que la distribución del ahorro en España muestra que aún queda mucha doctrina por impartir.

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