Todos los primeros lunes de octubre, se celebra, fomentado por la CNMV (Comisión Nacional del Mercado de Valores) y el Banco de España, el Día de la Educación Financiera, esta vez bajo el lema “Educación para unas finanzas más seguras”, con el fin de concienciar a los ahorradores de la importancia que tiene ser poseedor de una cierta cultura financiera, evitando así que el patrimonio se vea vapuleado en las diferentes etapas de la vida monetaria de una persona. No nos olvidemos, que la prosperidad de un país depende de la prosperidad económica de cada uno de sus habitantes, al ser la ausencia de esta cultura una forma de exclusión social que camina por el sendero de la pobreza. Por eso, la celebración de este Día tiene como objetivo sensibilizar a la sociedad sobre la importancia de la educación financiera en la vida de los ciudadanos.
Uno de los
pilares fundamentales de la sociedad moderna es el extenso periodo que cada
individuo dedica a la formación escolar y profesional. A partir de ahí, los conocimientos adquiridos se
intercambian por dinero a la hora de ejercer, por cuenta propia o ajena, un
trabajo. Del peculio obtenido se llega al ahorro que, al no haber tenido
una adecuada formación financiera en nuestra época de estudiante, no se sabe
muy bien qué hacer con él, ni qué hacer a la hora de tomar ciertas decisiones monetarias
que surgirán a lo largo de nuestra vida cotidiana. El dinero, nuestro medio de
intercambio por excelencia, hace que las finanzas, sin quererlo, sean nuestras
compañeras inseparables en los sueños y en los hechos. Nosotros, y no los
economistas, seremos los gestores del patrimonio personal, siendo esa gestión la
encargada de nuestro futuro y el condicionante de nuestro presente. Ya que las
finanzas van a ser nuestras compañeras de viaje, no sería un despropósito
si se incluyesen dentro del plan de estudios generales obligatorios, con el fin
de adquirir unos conocimientos para hacer una gestión financiera adecuada de
nuestros bienes al ser los errores dinerarios no solucionables. La mayoría de la sociedad española reconoce
que no maneja bien su ahorro debido al desconocimiento de los diferentes
productos de inversión que existen en el mercado. ¡Y eso que hemos pasado por
una crisis financiera!, pero ni por esas. Si rascamos la superficie, parece que
en algo se ha mejorado debido a que se le ha dado la razón a aquel dicho de
antaño que decía que “la letra con sangre entra”. Hemos sufrido de lo
lindo y, por la cuenta que nos ha tenido, algo hemos aprendido de la
experiencia. Una adecuada formación financiera nos hubiese librado de muchos
disgustos en el pasado y hubiera mejorado nuestra calidad de vida.
El error
mayoritario es pensar que para nuestro día a día no son necesarios conocimientos
de finanzas. Siempre se ha creído que eso sólo estaba al alcance de los
economistas, inversores y empresarios. Pues déjenme que les diga que no es así,
y lo vemos a diario. Una prueba fidedigna de ello es la carencia de
información, por ejemplo, que se tiene sobre el impuesto del IRPF: todos estamos sometidos a él, no lo conocemos,
pero validamos, sin vacilar, el borrador que Hacienda crea para nosotros sin
comprobar su veracidad, únicamente nos fijamos en que sea negativo el resultado
y poco más. Por el contrario, los que tienen unos mínimos conocimientos del
impuesto saben que la declaración se confecciona a final del año natural y se
presenta en la primavera del siguiente, obteniendo así mejores resultados sin
necesidad de defraudar. Es muy triste ver cómo se rellena el formulario de
Renta Web sin ton ni son.
Potenciar y mejorar la cultura financiera de la sociedad es cosa de todos
La recesión
pasada dejó muchos cadáveres en su trayectoria al adquirir productos de ahorro
muy complejos de los que no se sabía, ni se preocuparon por saber, nada. Y ahí
está el mejor ejemplo de lo que ocurre cuando se carece de unos conocimientos
básicos. Parece que aún no hemos aprendido la lección: alguno que otro informe
al respecto indica que uno de cada cuatro adolescentes no sabía nada, repito,
nada, de finanzas y la mitad de los ahorradores no distingue entre el IPC y el
PIB, o carecen de conocimientos básicos para tomar decisiones de inversión o
endeudamiento. Ya sabemos que leer un periódico deportivo es mucho más ameno
que leer uno de economía, sin embargo, el beneficio entre leer uno u otro no
tiene precio. Para morar en el mundo que nos está tocando vivir es necesario
tener claro una serie de conceptos para capear la recesión venidera más
anunciada de la historia.
La
información y la formación económica nos ayudarán a entender mejor los
diferentes vehículos de inversión
que constantemente la ingeniería financiera saca al mercado para que las
entidades bancarias los coloquen entre sus clientes. Al tener un adiestramiento
fraguado nos permitirá tomar las decisiones más precisas y convenientes para el
mantenimiento y futura evolución de nuestro patrimonio. Aunque sea necesario
pedir asesoramiento especializado, deberá ser siempre acatado por nuestro
propio criterio de gestión.
Nos enfrentamos a cambios fundamentales en materia laboral, en los
Mercados Financieros y en el propio sistema de pensiones. Ello hace que nos tengamos que
plantear la propia capacidad para organizar nuestras propias finanzas
personales y familiares, y eso únicamente se afronta con cierto éxito si no se
carece de una buena base gestada desde la educación primaria. Si no ha sido
así, no habrá más remedio que esforzarnos, por ardua que sea la materia, en la
intrusión de las finanzas para poder decidir de una forma certera sobre el
futuro monetario.
Potenciar y mejorar la cultura
financiera de la sociedad es cosa de todos y más en nuestro país donde el 25% de la ciudadanía
tiene más gastos que ingresos. El esfuerzo por aumentar esta educación en los
centros de primaria y bachillerato, poco a poco, está dando buenos frutos, pero
de crecimiento muy lento. Es muy importante educar a todos los grupos de edad,
sobre todo a aquellos que les cuesta diferenciar entre una libreta de ahorro de
una cuenta corriente, entre una tarjeta de débito y una de crédito, o aquellos
que no saben diferenciar un fondo de inversión de un plan de pensiones o de un
depósito. El caso es que la distribución del ahorro en España muestra que
aún queda mucha doctrina por impartir.
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