5 de octubre de 2020

Dios hizo al trabajador autónomo de un barro diferente

Foto by pixabay.com
Tengan claro que uno de los actores protagonistas del tejido productivo español y uno de los responsables de la generación de empleo es el trabajador autónomo. Sin embargo, siendo también un sufridor de la inestabilidad financiera, además de su misión recaudadora de impuestos, es el gran olvidado al no reconocérsele una serie de derechos que también le deben de corresponder para que lo igualen al trabajador asalariado, es decir, a su propio trabajador. Sus ingresos, al ser variables por no disponer de una nómina fija, van en función de la demanda de sus servicios y de los costes, por lo que en no pocas ocasiones los ingresos acaban en la reinversión de su propio negocio, con la adquisición de productos para la generación de nuevos servicios que se adapten a la evolución lógica de la vida.

Las pensiones de los trabajadores no están en peligro de desaparición, pero sí de reducción de su cuantía. Esto que acabo de decir, que no es más que un secreto a voces, encuentra su máximo exponente en la pensión de jubilación de los trabajadores por cuenta propia. El encadenamiento de varias crisis económicas y el progresivo envejecimiento de la población son un lastre demasiado pesado, mermando los fondos de los que se sustentan los recursos para satisfacer las pensiones de los jubilados. Los expertos y la ciencia exacta de las matemáticas corroboran que el ahorro privado debe de ser un complemento a las pensiones estatales sin sustituirlas. Por lo tanto, los trabajadores en general y los autónomos en particular deben de aprenderse esa lección. Es curioso que más del 40% de los trabajadores por cuenta propia, que son los más interesados, no tienen contratado ningún vehículo de ahorro para hacer uso de él cuando llegue el momento de la edad dorada.

Imagínese por un momento que un emprendedor se convierte en autónomo en un momento determinado de su vida. A la vez, contrata a un empleado que tiene su misma edad. Ambos se jubilan a la vez. ¿Saben qué ocurre?: pues que el autónomo sale más perjudicado que el asalariado a la hora de percibir las prestaciones económicas de nuestro sistema de Seguridad Social, dejando palpable una amplia brecha salarial debido, entre otras cosas, a que el empleador ha pagado más por su empleado que por sí mismo. La falta de correlación entre ambos es tan notoria que se traduce en que la pensión media de un trabajador por cuenta propia es casi un 40% más baja que la de un trabajador por cuenta ajena. Por si fuese poco, las subidas de las pensiones, al realizarse de forma porcentual, beneficia más a los que más importe perciben debido a la magia del porcentaje (“efecto Mateo”), aumentando progresivamente, en vez de disminuir, la brecha salarial entre un tipo de trabajador y otro.

En este momento, alguien estará pensando que esa diferencia de cuantía quedará ampliamente suplida con el valor de los activos de la empresa, que bien se pueden utilizar como un complemento a la pensión del Estado. Si ese es su pensamiento, déjeme que le diga que no es así, al menos no en todos los casos. El capital económico que produce la venta de los activos es la devolución que hace la inversión previamente realizada y que, en muchas ocasiones, ha sido financiada con préstamos avalados por todo el monto del capital disponible del dueño, habiendo sido amortizado durante una dilatada parte de su vida laboral. Esa inversión en su negocio ha repercutido en un elevado coste de oportunidad para abordar un plan de ahorro individual de cara a su jubilación, quedando totalmente relegada su capacidad financiera para el ahorro.

La baja cuantía de las pensiones de los trabajadores autónomos ya se ha convertido en un problema permanente entre ellos debido, principalmente, a que más del 80% de ese colectivo cotizan por la base mínima que se añade a la falta de información que reciben y que, también hay que decirlo, tampoco les preocupa mucho mientras que están en activo y la jubilación les parece que les queda tan lejos que no merece la pena planificarla. Pero con el tiempo todo llega: cuando se empieza a vislumbrar el momento de la llegada de la edad dorada ya no hay tiempo ni espacio para rectificar, aunque no es de extrañar que cada día sean más los autónomos mayores de 65 años que optan por la prolongación de su vida laboral o se acogen a la jubilación activa (permite compatibilizar el trabajo por cuenta propia con el cobro del 100% de la pensión, eso sí, deberán tener contratado, al menos, un trabajador por cuenta ajena). Y esto ocurre debido a que la mayoría consideran insuficiente la pensión a percibir.

La inmensa mayoría de los trabajadores autónomos que se acogen a la base mínima de cotización es porque no quieren obligarse a unos pagos fijos abultados ante la posibilidad de un futuro incierto. A su vez, ven la cuota de cotización como un gasto y no como una inversión que repercutirá en el rendimiento y en su beneficio en el momento de la percepción de la pensión, en las prestaciones por incapacidad temporal o permanente, por orfandad, por viudedad, etc. sin ser conscientes de que una subida de 100 euros en la base de su cotización implica un aumento de casi el doble en el importe a percibir. La Seguridad Social no se cansa de recodarles que la prestación por jubilación es directamente proporcional a la cuantía de cotización siendo acorde al sistema actual de reparto.

Hubo un tiempo en que los trabajadores por cuenta propia solían aumentar las cotizaciones a la Seguridad Social según se les iba aproximando la edad de jubilación. Ahora, la situación ha cambiado notablemente, sobre todo desde la última reforma llevada a cabo en el 2012. Entre otras medidas, se cambió el número de años que se computaban para calcular el importe de la pensión, imponiéndose restricciones a la hora de incrementar sus bases de cotización a partir del cumplimiento  de los 47 años de edad.

Desde aquí no tengo más remedio que admirar a esos emprendedores que Dios los hizo de un barro diferente, que luchan y trabajan por sus sueños, que se han construido a sí mismos (muchas veces sin una formación previa y específica), que dan empleo a diestra y siniestra, que son vapuleados y olvidados, que no se ponen enfermos, que no tienen días libres, que rara vez disfrutan de unas vacaciones completas, que se han caído miles de veces y se han vuelto a levantar, que anteponen la economía personal de sus trabajadores a la suya y que siempre son los grandes olvidados.

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