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Imagínese por un momento que un emprendedor se convierte en
autónomo en un momento determinado de su vida. A la vez, contrata a un empleado
que tiene su misma edad. Ambos se jubilan a la vez. ¿Saben qué ocurre?: pues
que el autónomo sale más perjudicado que el asalariado a la hora de percibir
las prestaciones económicas de nuestro sistema de Seguridad Social, dejando
palpable una amplia brecha salarial debido, entre otras cosas, a que el
empleador ha pagado más por su empleado que por sí mismo. La falta de
correlación entre ambos es tan notoria que se traduce en que la pensión media
de un trabajador por cuenta propia es casi un 40% más baja que la de un
trabajador por cuenta ajena. Por si fuese poco, las subidas de las pensiones,
al realizarse de forma porcentual, beneficia más a los que más importe perciben
debido a la magia del porcentaje (“efecto Mateo”), aumentando progresivamente,
en vez de disminuir, la brecha salarial entre un tipo de trabajador y otro.
En este momento, alguien estará pensando que esa diferencia
de cuantía quedará ampliamente suplida con el valor de los activos de la
empresa, que bien se pueden utilizar como un complemento a la pensión del
Estado. Si ese es su pensamiento, déjeme que le diga que no es así, al menos no
en todos los casos. El capital económico que produce la venta de los activos es
la devolución que hace la inversión previamente realizada y que, en muchas
ocasiones, ha sido financiada con préstamos avalados por todo el monto del
capital disponible del dueño, habiendo sido amortizado durante una dilatada
parte de su vida laboral. Esa inversión en su negocio ha repercutido en un
elevado coste de oportunidad para abordar un plan de ahorro individual de cara
a su jubilación, quedando totalmente relegada su capacidad financiera para el
ahorro.
La baja cuantía de las pensiones de los trabajadores
autónomos ya se ha convertido en un problema permanente entre ellos debido,
principalmente, a que más del 80% de ese colectivo cotizan por la base mínima
que se añade a la falta de información que reciben y que, también hay que
decirlo, tampoco les preocupa mucho mientras que están en activo y la
jubilación les parece que les queda tan lejos que no merece la pena
planificarla. Pero con el tiempo todo llega: cuando se empieza a vislumbrar el
momento de la llegada de la edad dorada ya no hay tiempo ni espacio para
rectificar, aunque no es de extrañar que cada día sean más los autónomos
mayores de 65 años que optan por la prolongación de su vida laboral o se acogen
a la jubilación activa (permite compatibilizar el trabajo por cuenta propia con
el cobro del 100% de la pensión, eso sí, deberán tener contratado, al menos, un
trabajador por cuenta ajena). Y esto ocurre debido a que la mayoría consideran
insuficiente la pensión a percibir.
La inmensa mayoría de los trabajadores autónomos que se
acogen a la base mínima de cotización es porque no quieren obligarse a unos
pagos fijos abultados ante la posibilidad de un futuro incierto. A su vez, ven la
cuota de cotización como un gasto y no como una inversión que repercutirá en el
rendimiento y en su beneficio en el momento de la percepción de la pensión, en
las prestaciones por incapacidad temporal o permanente, por orfandad, por
viudedad, etc. sin ser conscientes de que una subida de 100 euros en la base de
su cotización implica un aumento de casi el doble en el importe a percibir. La
Seguridad Social no se cansa de recodarles que la prestación por jubilación es
directamente proporcional a la cuantía de cotización siendo acorde al sistema actual
de reparto.
Hubo un tiempo en que los trabajadores por cuenta propia
solían aumentar las cotizaciones a la Seguridad Social según se les iba
aproximando la edad de jubilación. Ahora, la situación ha cambiado
notablemente, sobre todo desde la última reforma llevada a cabo en el 2012.
Entre otras medidas, se cambió el número de años que se computaban para
calcular el importe de la pensión, imponiéndose restricciones a la hora de
incrementar sus bases de cotización a partir del cumplimiento de los 47 años de edad.
Desde aquí no tengo más remedio que admirar a esos
emprendedores que Dios los hizo de un barro diferente, que luchan y trabajan
por sus sueños, que se han construido a sí mismos (muchas veces sin una
formación previa y específica), que dan empleo a diestra y siniestra, que son
vapuleados y olvidados, que no se ponen enfermos, que no tienen días libres,
que rara vez disfrutan de unas vacaciones completas, que se han caído miles de
veces y se han vuelto a levantar, que anteponen la economía personal de sus
trabajadores a la suya y que siempre son los grandes olvidados.
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