La palabra polifacético se queda pequeña a la hora de definir a John Maynard Keynes (5 junio 1883 – 21 abril 1946). Además de ser economista y estar considerado como uno de los padres de la macroeconomía moderna fue profesor, editor, alto funcionario, negociador internacional, secretario, empresario, asesor financiero, biógrafo, historiador económico, coleccionista, bibliógrafo y un largo etcétera.
Keynes fue también inversor, un inversor de éxito, que logró hacer una gran fortuna que se le esfumó durante el Crack del 29 y la posterior Gran Depresión de los años 30 dejándolo prácticamente en la bancarrota. Con el propósito de dar explicación a semejante catástrofe de nivel mundial, en 1936 publicó su principal obra: “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”. En ella plasma su teoría económica, conocida por todos como el Keynesianismo, basada en el estímulo de la economía en época de crisis. Siendo así, durante esta reciente crisis, que parece que ya remite, no había tertulia económica o política que no se citase a Keynes con alguna de sus célebres frases aplicadas al efecto. Y no es para menos porque sus teorías fueron muy influyentes en macroeconomía.
Keynes es considerado como un gran comunicador de su propia lengua, la inglesa, usando a menudo una escritura muy fluida. Sin embargo, en este libro parece que algo quiso exteriorizar de su furor y usó largas frases y complejas que nada tienen que ver con el estilo de otros libros.
Con su teoría intenta demostrar, y creo que lo consigue, cuál es la causa que determina la cantidad de empleo que existe en una sociedad y en un momento determinado, sin tener en cuenta la cantidad de personas ocupadas en ese preciso momento. Con ello intenta echar abajo la teoría existente de que el capitalismo es sinónimo de pleno empleo. Y, por supuesto, que al pleno empleo no se llega con el pago de unos sueldos bajos.
Los economistas clásicos mantenían la teoría de que el equilibrio con pleno empleo se conseguía mediante la tendencia del mercado. Por el contrario, Keynes defiende su teoría diciendo que el equilibrio puede ser válido existiendo desempleo. Para lograr ese equilibrio se necesitan políticas monetarias activas con el fin de activar el consumo y la inversión. Para ello, no pasa nada si se llega al déficit público con el único propósito de aumentar la demanda. De esta forma aumentaría la renta y por contagio el empleo. Su afán también pasa por inmiscuir de forma activa al sector público de la economía.
Considera que las políticas intervencionistas y activas por parte de los gobiernos sirven para fortalecer la demanda en tiempos de desempleo y propone un aumento de gastos en la obra pública. El consumo y la inversión están íntimamente ligados: en una situación de desempleo, lo primero que hay que hacer es aumentar los gastos mediante el consumo o la inversión y eso se reflejará en el empleo y en los ingresos. Esa idea provoca que el aumento de ingresos y posterior aumento de gastos sea el catalizador perfecto para la inversión.
La inflación y el paro también los correlaciona diciendo que “cuando la demanda es deficiente se produce paro; cuando la demanda es excesiva aumenta la inflación”.
La desigualdad entre la riqueza y la renta hace que el consumo sea limitado: “los ricos tienen más renta y menos necesidad de consumo y los pobres tienen tan poca renta que la capacidad de consumo es mínima”.
Deja muy claro que la recuperación de una depresión viene provocada por el aumento de la deuda de consumo, liquidación de inventarios y una política de gobierno que estimule la actividad económica. Recordemos que él vivió y padeció lo que se conoce como la Gran Depresión y, con sus ideas de macroeconomía, se activó el sector público en la economía, desde finales de la Segunda guerra Mundial hasta finales de los años 70 del siglo pasado. Por el contrario, sus propuestas que fueron efectivas en un momento dado, fueron insuficientes para reducir la crisis económica de 1973. La estanflación de la época hizo que el Keynesianismo perdiera eficacia en la política económica donde hubo largos periodos de paro y pérdida acuciada de producción.
Keynes muere de un infarto debido a que sus problemas cardiacos se agravaron debido a los problemas financieros internacionales de la posguerra.
La época reciente ha ido idolatrando de nuevo a Keynes y le ha dado de nuevo la razón cuando argumentaba que la causa real del desempleo es el insuficiente gasto en inversión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario