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Lo primero que hay que aclarar es que la Bolsa es un mercado
donde se ponen de acuerdo compradores y vendedores para hacer operaciones de
compraventa de acciones u otros activos financieros. Ese dinero no va destinado
a engrosar las cuentas de la compañía cotizada, si se habla de acciones, sino
que va a parar a otro inversor que está vendiendo los títulos de esa misma
compañía. El vendedor no es el perdedor de la operación de compraventa ni
tampoco el comprador es el ganador. En el momento de realizar la transacción,
comprador y vendedor se consideran satisfechos con la operación que acaban de
realizar pensando ambos que son los ganadores: el vendedor valora más el dinero
que las acciones y el comprador valora más las acciones que el dinero que ha
desembolsado por ellas. El vendedor vende porque tiene mejores opciones donde
invertir el dinero que reciba por la transacción o porque, según su criterio,
considera que las acciones ya han alcanzado su nivel preestablecido. El
comprador compra porque opina que necesita emplear su liquidez y considera que
el precio de la acción aún tiene un margen suficiente de subida y que puede
apropiarse de él.
Cuando una empresa decide salir a Bolsa, lo hace mediante
unas determinadas operaciones específicas, como puede ser el caso, entre otras,
de una OPV (Oferta Pública de Venta). En este caso, la compañía sí recibe el
capital directamente de los inversores engrosando las arcas de la empresa: se
está ante lo que técnicamente se conoce como Mercado Primario. A partir de ese
momento, los títulos cambian de accionista a accionista, dando lugar a lo que
se conoce como Mercado Secundario. Puede ocurrir también que se necesite, por
la razón que sea, hacer una ampliación de capital, consistente en emitir nuevas
acciones a cotización: estas acciones nunca han estado en manos de otro
accionista. De nuevo, esas acciones provenientes de la ampliación de capital
pasan a negociarse en el Mercado Secundario.
Las acciones que se adquieren llevan implícitos unos
derechos políticos y económicos, lo que les da derecho a sus propietarios a
participar de la vida activa de la sociedad, tanto de forma económica como a
nivel de decisiones políticas. Cuando se adquieren esas acciones no se sabe
cómo se van a materializar exactamente esos derechos adquiridos, sin embargo,
si existirán unas expectativas latentes que cuajarán o no en el futuro. El
precio de la acción, por tanto, reflejará el valor que pueden ofrecer esos
títulos según las expectativas y ellas son las que marcarán las subidas o
bajadas del precio de la acción. El precio de una acción incluye
tanto el valor contable de la empresa como la confianza de que esa empresa cree
valor para el accionista. El valor contable es fijo, por lo tanto, el precio se
forma por las variaciones que experimenten las expectativas.
Aunque parezca que constantemente los Bancos Centrales no
paran de imprimir dinero, el dinero es finito. Por lo tanto, lo que uno gana
habrá otro, en cualquier parte del mundo, que estará perdiendo la misma
cantidad. Puede, incluso, darse el caso de que exista la sensación de que todo
el mundo gana o pierde en un momento determinado. Tal sería el caso, por
ejemplo, de esos momentos en que parece que la Bolsa no tiene techo o, por el
contrario, cuando parece que no tiene fondo. Cuando un valor bursátil está en
máximos históricos todos los que estén invertidos en él estarán ganando dinero,
por el contrario, si un valor se encuentra en mínimos históricos todos los
inversores que estén posicionados en él estarán en pérdidas. Las compensaciones
dinerarias para llegar a una suma cero vendrán en el momento en que la
cotización de esa compañía empiece a fluctuar en una dirección u otra.
Cuando se invierte, son varias las personas que interactúan.
La cuestión es si para ganar lo máximo posible, teniendo en cuenta que los
demás también toman sus decisiones en virtud de la información que han
recabado, debe ser cosa de los otros o puede conseguirse favoreciéndose también
de los demás. Es posible que, aunque la inversión bursátil sea un sistema
abierto, sea de suma nula: los beneficios que se obtienen son a costa de otros
y no pueden obtenerse favoreciendo, en promedio, a todos los inversores.
Alguien tiene que vender barato para que otro pueda vender caro y luego, por
consiguiente, alguien comprará caro.
El precio de una acción incluye tanto el valor contable de la empresa como la confianza de que esa empresa cree valor para el accionista
En teoría, los juegos que se conocen como “juegos de suma
cero” son aquellos en los que la suma total de los beneficios y pérdidas de
todos los participantes es igual a cero. Es decir, lo que ganan unos
participantes es igual a lo que pierden otros y viceversa. No existe creación
de valor desde una perspectiva general. Lo opuesto son los juegos de suma no
nula, en los que sí existe una ganancia (o pérdida) neta de valor.
He hablado de la compra de acciones porque otros tipos más o
menos habituales de inversión sí son juegos de suma cero. Buscando ejemplos nuevamente
se tiene el trading de corto plazo (trading es cuando se compran y venden
activos financieros en cuestión de días, horas e incluso minutos), en el que lo
beneficios de unos inversores compensan las pérdidas de otros y no hay
generación de valor, dado que no da tiempo a que la parte alícuota de las
empresas que se compran y se venden generen beneficios significativos. También
la inversión en derivados como opciones, futuros o CFDs son juegos de suma cero
si no se tienen en cuenta las comisiones de intermediación. En el caso de las
opciones, las primas que se ingresan o se pagan se compensan y acaban sumando
cero. En futuros y CFDs siempre existe una contrapartida con la posición
contraria que equilibra el sistema.
En fin, un juego de suma cero es un juego no cooperativo
donde la riqueza está dada. Tras jugarlo, las ganancias que uno obtiene se
corresponderían con las pérdidas de otro. En la Bolsa, la riqueza no está dada:
las empresas cotizadas podrán subir e incluso bajar hasta llegar a valer cero.
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