22 de abril de 2020

La importancia del ahorro cuando vienen mal dadas

En el siglo pasado, los que nacimos y nos criamos en lo que hoy se conoce como la España Vacía, conocimos, aunque la mayoría de los de mi generación ya no la vivimos, la economía de subsistencia. Aquélla en la que cada familia producía lo que consumía, condicionada por los factores climatológicos y la salud de cualquiera de los integrantes de la unidad familiar. En otoño e invierno se llenaban las bodegas y en primavera y verano se llenaban los pajares con los excedentes de producción. Aquéllos tenían muy claro qué era el ahorro: esa parte de los ingresos ordinarios que se reservan como previsión para posibles necesidades futuras. No tenían diplomas ni doctorados enmarcados y colgados en la pared, pero ¡qué sabios eran! Sabían distinguir que el ahorro ordinario era el que se destinaba a las contingencias comunes y que el ahorro destinado a la inversión generaba futuras plusvalías.

Desde la antigüedad, el saber popular siempre ha ensalzado las virtudes del ahorro y ha sido cauteloso contra las consecuencias del consumismo y el despilfarro. Los economistas más clásicos todavía mantienen que el ahorrador, al preocuparse de su futuro y el de los suyos, no perjudica a nadie. Por otro lado, están los que atacan estas ideas, poniéndolas en duda, enalteciendo la doctrina del consumo y del gasto público.

El ahorro siempre ha sido tema de discusión. Ya Adam Smith (1723-1790) intentó rebatir, a favor del ahorro y la inversión, las tesis mercantilistas dominantes de la época, en las que se consideraba a la acumulación de dinero una de las causas reales de la falta de trabajo, debido a que se pensaba que la renta real disminuía al retirar ese dinero de circulación. Con el tiempo, se ha demostrado que la renta real no disminuye.

Si el ahorro se deposita en una caja fuerte, en especial el que proviene de la economía sumergida, se está haciendo un perjuicio a la sociedad porque ese dinero se saca de la circulación, sabiendo todos que el dinero tiene que estar en un movimiento constante para satisfacer las necesidades pecuniarias. Por el contrario, si ese ahorro se deposita en una entidad financiera o se invierte, ese dinero nunca estará quieto y será usado por otras personas, físicas o jurídicas, que lo emplearán en la adquisición de bienes o lo reinvertirán de nuevo en bienes de producción usándolo como préstamo. Cualquiera de estos hechos pone tanto dinero en circulación y proporciona tanto trabajo como la misma cantidad gastada directamente en bienes y artículos de consumo. El dinero proveniente del ahorro, que está depositado en las entidades financieras, adquiere una actividad constante al no estar inmovilizada su circulación; es más, si todos los ahorradores se pusieran de acuerdo para ir a retirar su dinero, las entidades serían incapaces de reembolsárselo porque no lo tendrían disponible, razón por la cual se activan los llamados “corralitos”. En definitiva, el ahorro, en la vida moderna, es otra forma de poner el peculio en movimiento.

“El rico domina a los pobres, Y el deudor es esclavo del acreedor”. Proverbios 22.7

Las crisis económicas son muy proclives a que aumente el ahorro (en todas sus afecciones) y disminuya el consumo porque los consumidores reducen sus compras, no porque deseen consumir menos, sino porque quieren aumentar sus reservas para el futuro por el temor al descenso de sus ingresos. Además, suele aparecer la deflación. Eso provoca que el deseo de comprar hoy se posponga para mañana porque se supone que estará más barato. Al diferir las compras, se adquiere más proporción con la misma cantidad de moneda. Se pierde también la confianza en las inversiones y en la rentabilidad de los negocios. Ese ahorro que se acumula en las depresiones económicas no tiene nada que ver con el ahorro convencional. Y este ahorro (llamémosle “ahorro especial”) no es el causante de ninguna recesión; ahora bien, si se entra en ella, el ahorro ordinario es el causante de la falta de consumo adicional, pero nada más. Los detractores del ahorro no se dan por vencidos ni abandonan la idea de que lo único que produce es usura, sin darse cuenta de que con la acumulación de dinero se consigue una de las fuerzas financieras más potentes: la no existencia de deuda y la ausencia de intereses en un futuro. La deuda es una forma de esclavitud (“El rico domina a los pobres, Y el deudor es esclavo del acreedor”. Proverbios 22.7). En el contexto del capital, la deuda tiene un precio: la parte del dinero que se gana y se destina a su pago es dinero que no se puede utilizar en otra cosa, o lo que es lo mismo, es el “costo de oportunidad” que siempre lleva asociada la deuda.

El tiempo que dedicamos a nuestro trabajo es el que nos permite una remuneración económica para pagar los gastos cotidianos, pero es el capital acumulado el que se usará en el caso de que surja algún imprevisto monetario, con el que no se contaba y al que haya que hacerle frente sin la necesidad de acudir a un prestamista. Hay también momentos puntuales en que el sueldo disminuye debido a una reducción de la jornada laboral, debido a una baja temporal o hasta por el confinamiento provocado por una pandemia. Para esos momentos, están los caudales guardados que permiten disfrutar de una cierta tranquilidad financiera; también están las entidades bancarias, actuando como prestamistas, y ofreciendo todo tipo de alternativas para comprar ahora y pagar después. Este dinero, como decía, puede que sea de otro ahorrador que tiene depositado ahí sus excedentes económicos.

Está demostrado que la calidad de la vida en el futuro del ser humano depende, y mucho, del soporte dinerario acumulado durante la época en que se estuvo en activo. El consumo responsable del presente impide el endeudamiento del futuro y garantiza, hasta el límite del monto acumulado, la independencia financiera que se necesita para cumplir con las metas y desafiar a los imprevistos.

Volviendo de nuevo al párrafo del principio, ¿se imaginan aquellas gentes, que se mantenían de la subsistencia, que no guardaran un poco de grano a modo de semilla para la siembra de la cosecha del año siguiente? Pues decididamente se condenarían ellos mismos a la propagación de la hambruna. El ahorro dinerario de aquéllos se dedicaba a la mejora de la vivienda habitual, a conseguir más suelo para aumentar la producción y para adquirir o reparar sus herramientas. Hoy ha cambiado la forma, pero no el fondo: ahorramos en bienes de consumo y servicios que no demandamos para crear un colchón financiero a base de bienes de capital.

No hay comentarios:

Publicar un comentario