En el siglo pasado, los que nacimos y nos criamos en lo que
hoy se conoce como la España Vacía, conocimos, aunque la mayoría de los de mi
generación ya no la vivimos, la economía de subsistencia. Aquélla en la que
cada familia producía lo que consumía, condicionada por los factores
climatológicos y la salud de cualquiera de los integrantes de la unidad
familiar. En otoño e invierno se llenaban las bodegas y en primavera y verano
se llenaban los pajares con los excedentes de producción. Aquéllos tenían muy
claro qué era el ahorro: esa parte de los ingresos ordinarios que se reservan
como previsión para posibles necesidades futuras. No tenían diplomas ni
doctorados enmarcados y colgados en la pared, pero ¡qué sabios eran! Sabían
distinguir que el ahorro ordinario era el que se destinaba a las contingencias
comunes y que el ahorro destinado a la inversión generaba futuras plusvalías.
Si el ahorro se deposita en una caja fuerte, en especial el
que proviene de la economía sumergida, se está haciendo un perjuicio a la
sociedad porque ese dinero se saca de la circulación, sabiendo todos que el
dinero tiene que estar en un movimiento constante para satisfacer las
necesidades pecuniarias. Por el contrario, si ese ahorro se deposita en una
entidad financiera o se invierte, ese dinero nunca estará quieto y será usado
por otras personas, físicas o jurídicas, que lo emplearán en la adquisición de
bienes o lo reinvertirán de nuevo en bienes de producción usándolo como
préstamo. Cualquiera de estos hechos pone tanto dinero en circulación y
proporciona tanto trabajo como la misma cantidad gastada directamente en bienes
y artículos de consumo. El dinero proveniente del ahorro, que está depositado
en las entidades financieras, adquiere una actividad constante al no estar
inmovilizada su circulación; es más, si todos los ahorradores se pusieran de
acuerdo para ir a retirar su dinero, las entidades serían incapaces de reembolsárselo
porque no lo tendrían disponible, razón por la cual se activan los llamados
“corralitos”. En definitiva, el ahorro, en la vida moderna, es otra forma de
poner el peculio en movimiento.
“El rico domina a los pobres, Y el deudor es esclavo del acreedor”. Proverbios 22.7
Las crisis económicas son muy proclives a que aumente el
ahorro (en todas sus afecciones) y disminuya el consumo porque los consumidores
reducen sus compras, no porque deseen consumir menos, sino porque quieren
aumentar sus reservas para el futuro por el temor al descenso de sus ingresos.
Además, suele aparecer la deflación. Eso provoca que el deseo de comprar hoy se
posponga para mañana porque se supone que estará más barato. Al diferir las
compras, se adquiere más proporción con la misma cantidad de moneda. Se pierde
también la confianza en las inversiones y en la rentabilidad de los negocios.
Ese ahorro que se acumula en las depresiones económicas no tiene nada que ver
con el ahorro convencional. Y este ahorro (llamémosle “ahorro especial”) no es
el causante de ninguna recesión; ahora bien, si se entra en ella, el ahorro
ordinario es el causante de la falta de consumo adicional, pero nada más. Los
detractores del ahorro no se dan por vencidos ni abandonan la idea de que lo
único que produce es usura, sin darse cuenta de que con la acumulación de
dinero se consigue una de las fuerzas financieras más potentes: la no
existencia de deuda y la ausencia de intereses en un futuro. La deuda es una
forma de esclavitud (“El rico domina a los pobres, Y el deudor es esclavo del
acreedor”. Proverbios 22.7). En el contexto del capital, la deuda tiene un
precio: la parte del dinero que se gana y se destina a su pago es dinero que no
se puede utilizar en otra cosa, o lo que es lo mismo, es el “costo de
oportunidad” que siempre lleva asociada la deuda.
El tiempo que dedicamos a nuestro trabajo es el que nos
permite una remuneración económica para pagar los gastos cotidianos, pero es el
capital acumulado el que se usará en el caso de que surja algún imprevisto
monetario, con el que no se contaba y al que haya que hacerle frente sin la
necesidad de acudir a un prestamista. Hay también momentos puntuales en que el
sueldo disminuye debido a una reducción de la jornada laboral, debido a una
baja temporal o hasta por el confinamiento provocado por una pandemia. Para
esos momentos, están los caudales guardados que permiten disfrutar de una
cierta tranquilidad financiera; también están las entidades bancarias, actuando
como prestamistas, y ofreciendo todo tipo de alternativas para comprar ahora y
pagar después. Este dinero, como decía, puede que sea de otro ahorrador que
tiene depositado ahí sus excedentes económicos.
Está demostrado que la calidad de la vida en el futuro del
ser humano depende, y mucho, del soporte dinerario acumulado durante la época
en que se estuvo en activo. El consumo responsable del presente impide el
endeudamiento del futuro y garantiza, hasta el límite del monto acumulado, la
independencia financiera que se necesita para cumplir con las metas y desafiar
a los imprevistos.
Volviendo de nuevo al párrafo del principio, ¿se imaginan
aquellas gentes, que se mantenían de la subsistencia, que no guardaran un poco
de grano a modo de semilla para la siembra de la cosecha del año siguiente?
Pues decididamente se condenarían ellos mismos a la propagación de la hambruna.
El ahorro dinerario de aquéllos se dedicaba a la mejora de la vivienda
habitual, a conseguir más suelo para aumentar la producción y para adquirir o
reparar sus herramientas. Hoy ha cambiado la forma, pero no el fondo: ahorramos
en bienes de consumo y servicios que no demandamos para crear un colchón
financiero a base de bienes de capital.
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