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Hablar de impuestos, aunque pueda parecer una conversación
del mundo reciente, no es un tema de actualidad. Desde los inicios, los gobiernos
siempre han ido inventando formas de recaudar dinero: gravando cosas,
propiedades, usos… suscitando siempre constantes polémicas. Por otra parte, el
pueblo, siempre ha estado en contra de que tenga que desprenderse de una parte
del dinero que ha ganado con esfuerzo. La historia está plagada de hechos que
tuvieron lugar a partir de los impuestos: José y María, cuando viajaron a Belén,
ya lo hicieron por temas fiscales: el César Augusto había ordenado que cada
familia debía ir a su ciudad de origen para empadronarse; la firma de la Carta
Magna en Inglaterra, la Revolución Francesa, el motín del té de Boston y la
Guerra de Independencia estadounidense tuvieron su origen en las protestas por
los gravámenes.
Existe constancia de la existencia de los impuestos desde
hace más de 30 siglos cuando el sabio indio Manú decía: “para que la dura
obligación de pagar impuestos no sea injustamente sentida, los tributos deben
contemplar el total de los ingresos, porque no es justo que el ciudadano que
tenga 100 rupias pague el 10% y que pague también ese porcentaje quien gana
1.000 e incluso diez veces mil”. La fiscalidad ha estado presente en todas
las civilizaciones a lo largo de la historia (siempre se ha necesitado dinero
para pagar los gastos del Estado) pero ha ido evolucionando según ha ido transcurriendo
el tiempo influyendo en el grado de desarrollo socioeconómico, quedando muy
influida por la demografía, por la especulación financiera, por las
devaluaciones monetarias, por el desarrollo industrial, por las necesidades
estratégicas y financieras de los Estados y por la ideología reinante según el
momento. Con el paso del tiempo, los impuestos tienden a acumularse y crecer
gradualmente, convirtiendo al sistema en más complejo e intransigente.
Paralelamente, cuanto más altos sean los impuestos, mayores incentivos tienen
los contribuyentes para evitarlos.
“En
este mundo no hay nada seguro, salvo la muerte y los impuestos”. Benjamin
Franklin.
Un impuesto es un tributo que se paga a los estados para que
le puedan hacer frente a los gastos públicos sin que exista una contraprestación
directa. Su pago es obligatorio tanto para las personas físicas como para las
jurídicas. En la mayoría de los países, tanto el gobierno central como los
locales tienen potestad para imponer gravámenes, teniendo en cuenta que uno de los
principios fundamentales de las democracias es que los impuestos solo pueden
ser aprobados por los representantes que los ciudadanos han elegido por sufragio.