17 de agosto de 2021

Los Dividendos no son siempre el mejor camino a seguir para entrar en Bolsa

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Cuando los tipos de interés campan a sus anchas por debajo del cero por ciento es necesario asumir una pizca de riesgo para conseguir algo de rentabilidad, aunque solo sea para batir a la inflación. El riesgo que menciono no viene sino de otro lado que de la Renta Variable.

El inversor doméstico español es conservador. Y es conservador porque viene de un pasado donde disfrutó de rentabilidades más que aceptables únicamente depositando su dinero en activos sin riesgo. Sin embargo, es consciente de que hay que asumir algo de riesgo, siendo inevitable pensar en la rentabilidad vía dividendos, pero los dividendos no siempre son seguros ni no siempre son recurrentes en el tiempo, poniendo como muestra la crisis económica que se está viviendo y que ha hecho que algunas empresas reduzcan su pay-out (porcentaje de los beneficios que una empresa dedica al pago de los dividendos) o directamente lo eliminen.

Siempre es mejor invertir en empresas cotizadas que hacen dinero con su negocio que en aquellas que atraen a los inversores por sus buenos dividendos

Una de las estrategias más clásicas a la hora de invertir en Bolsa es hacerlo en aquellas empresas que reparten dividendos, más aún si las empresas de intermediación financiera lo fomentan como una de sus grandes estrategias de cara a conseguir la tan ansiada independencia financiera, llegando, incluso, a hablarse ya de una burbuja desde el punto de vista del marketing coincidiendo con escenarios bursátiles bajistas. En esta bitácora ya he hablado de los Dividendos como una de las fórmulas más habituales de retribución al accionista, definiendo al Dividendo como la parte de los beneficios o reservas de una sociedad que se reparte entre sus accionistas y hacía mención a los diferentes tipos que existen.


El Dividendo se puede cobrar en metálico o mediante acciones de la propia compañía. Cuando se cobra en metálico, el mismo día de su pago, se descuenta del precio de cotización de la acción. Es decir, se sigue teniendo el mismo número de acciones, pero a un precio inferior y el importe del Dividendo ingresado en la cuenta corriente asociada menos la retención a cuanta que se ha realizado para Hacienda. En resumidas cuentas: el capital total es inferior al que existía el día antes del pago.

Si, por el contrario, el Dividendo se cobra mediante acciones de la propia compañía el resultado es neutro para el accionista: se tienen más acciones de la empresa cotizada, pero a un precio inferior cada una debido, como en el caso anterior, a que el precio de las nuevas acciones se descuenta automáticamente del precio de las antiguas. Esta forma de retribución implica una ampliación de capital, provocando una dilución a aquellos inversores que optaron por el efectivo. Algunas compañías recompran y amortizan esas acciones evitando así que el número de acciones en circulación crezca desmesuradamente.

Una alta rentabilidad de los dividendos puede venir porque los pagos hayan aumentado por su buen negocio o porque el precio de las acciones haya disminuido

Al final, el Dividendo forma parte de lo que en la jerga bursátil se denomina marketing financiero. Las empresas necesitan darse a conocer como que son verdaderamente rentables para el accionariado, y qué mejor forma de venderse que repartiendo parte de los beneficios entre sus accionistas. ¿Eso es malo? No, siempre y cuando no forme pare de la seducción. Hay muchas empresas que no reparten dividendos y por eso no dejan de ser rentables para sus accionistas, simplemente emplean sus beneficios en adquirir más valor para el accionista.

Una alta rentabilidad de los dividendos puede venir porque los pagos hayan aumentado por su buen negocio o porque el precio de las acciones haya disminuido, lo que puede esconder una debilidad del negocio de la empresa que reparte tan suculento dividendo. Invertir en una determinada compañía con un alto dividendo, pero con perspectivas negativas, no es rentable. Muchos expertos se decantan porque los dividendos se acumulen en acciones y no se cobren en efectivo, aunque los rentistas no estén de acuerdo con esta premisa. Siempre es mejor invertir en empresas cotizadas que hacen dinero con su negocio que en aquellas que atraen a los inversores por sus buenos dividendos.

Para el inversor conservador no es una buena opción hacerse una cartera con empresas cotizadas que remuneren al accionista vía Dividendos: una caída de la acción en un día es capaz de descontar el importe del dividendo de todo un año. Dividendos pasados no garantizan dividendos futuros porque las empresas no tienen ninguna obligación de repartir dividendos entre sus accionistas. Por eso, no se puede saltar de tener una cartera formada por activos muy conservadores a una cartera de acciones, aunque paguen dividendos de una forma recurrente. Para dar ese salto es necesario conocer más afondo cómo funciona una inversión basada en los dividendos que reparen las cotizadas y qué le sucede a la cartera cuando se reciben dividendos, sin dejar de lado la erosión que produce el pago de impuestos que lleva implícito el Dividendo.

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