Lo normal es que las personas reciban un sueldo para
sufragar los gastos que ocasiona la vida a cambio del trabajo que realizan. En
realidad, los ingresos vienen porque se intercambia el tiempo, la sabiduría o
las habilidades por un sueldo. Sin embargo, la libertad o independencia
financiera es recibir los ingresos suficientes que permitan vivir, asumiendo
todos los gastos que se generen, sin la necesidad de invertir el tiempo en el
trabajo para obtener una remuneración. Ser financieramente independiente se
puede conseguir si sucede que: exista una cantidad de dinero suficiente como
para no trabajar o tener la cantidad de activos suficientes como para que los beneficios
pasivos (aquellos ingresos que se reciben sin la realización de un esfuerzo)
sean capaces de sufragar la totalidad de los gastos.
Lo que se consigue con la libertad financiera es dedicar
todo el tiempo del que se dispone a realizar otro tipo de tareas, es decir,
decidir en todo momento qué se quiere hacer con él, mientras que a los demás no
les queda más remedio que emplear buena parte de su tiempo en el trabajo.
La independencia financiera no se consigue en un abrir y
cerrar de ojos, a no ser que la diosa fortuna se ponga de nuestra parte. Para
llegar a aquella se requiere de una motivación especial y de seguir unos
determinados caminos para llegar al objetivo de tener todo el tiempo libre para
poder decidir qué hacer con él.
El primer punto pasa por saber cuánto dinero se necesita
para satisfacer todas las necesidades, tanto en el presente como en el futuro.
Evidentemente, este cálculo, que no es posible hacerlo con precisión, es
personal, pues cada sujeto es diferente en sus hábitos. La facilidad con que se
determina la cantidad necesaria diverge con la dificultad de conseguir el
objetivo marcado.
Un segundo punto sería la necesidad de invertir el dinero en
activos que generen beneficios pasivos y recurrentes.
Y, el tercero punto no consiste en querer, consiste en
empezar en este mismo instante. No comenzar de inmediato es perder tiempo de
disfrute. Si por algún motivo, no se dispone de capacidad de ahorro, hay dos
opciones: aumentar los ingresos o/y disminuir los gastos.
El concepto de libertad financiera, como tal, suele ir
asociado al mundo del ahorro y la inversión. Siendo así, un inversor la
alcanzará cuando el capital invertido genere los suficientes beneficios (descontados
los impuestos, los gastos y la inflación) para poder permitirle su actividad de
la vida cotidiana sin tener que depender de los ingresos de una actividad
laboral. En este caso, los ingresos pueden venir vía dividendos, intereses de
depósitos, renta fija, alquiler de inmuebles o a través de los fondos de
inversión de reparto. La auténtica independencia financiera vendría si se
consigue que los rendimientos fuesen estables y sin grandes sobresaltos, cosa
difícil a tenor de la volatilidad implícita de los mercados.
Decía, que otra forma de llegar a ser independiente es
lograr un cierto capital, lo suficientemente holgado, como para vivir de él sin
necesidad de pasar por la tediosa actividad de la inversión. Esto se asemeja a
lo que se hace con los ahorros destinados a la jubilación, con la desventaja de
que el capital principal irá disminuyendo en la misma proporción en que se vaya
disponiendo de él. Aquí, el problema que surge es determinar cuánto tiempo se
puede dilatar el dinero acumulado. Para ello, un estudio publicado en 1998 por
tres profesores de finanzas de la Trinity University, llamado Trinity Study,
investigando diferentes tasas de retiro para la jubilación, dan las claves
sobre la pauta de reembolso sobre una determinada cantidad de dinero para
estirarla durante 25 años. Para ello, crearon una regla, que la llamaron Regla
del 4%. Esta regla, basada en el dicho de que “no se necesita ser el más
rico del cementerio”, ha calculado que: retirando cada año el 4% del monto
acumulado para ese fin, tardará 25 años en liquidarse por completo. También
está justificado su uso en el caso de que se necesite reducir la rentabilidad
haciendo uso del capital acumulado, con la desventaja de que llegará un momento
en que los ahorros lleguen a cero y desaparezcan los réditos.
Los ingresos vienen porque se intercambia el tiempo, la sabiduría o las habilidades por un sueldo
Otro modelo sería saber cuánto se necesita para vivir de las
propias inversiones, lo que coloquialmente se conoce como “vivir de las
rentas”. En este caso, la cosa ya no es tan sencilla porque se necesita una
gestión activa del capital, y eso requiere hacer uso del tiempo. Está claro que
el dinero que se necesita para amortizar los gastos cotidianos está relacionado
con la rentabilidad que se sea capaz de obtener. Hoy en día, por ejemplo,
acudir a la renta fija no tiene sentido porque no genera rentabilidad, con lo
cual no hay más remedio que añadirle riesgo a la cartera de activos. A modo de
ejemplo: para generar unos ingresos pasivos de 20.000 euros al año es necesario
haber acumulado una cantidad importante de dinero. Suponiendo una rentabilidad
anual recurrente del 5%, se necesitan 400.000 euros para conseguir ese importe (sin
tener en cuenta los impuestos, la inflación y los gastos que se generen). Si se
rebaja el porcentaje de la rentabilidad anual esperada es necesario aumentar el
capital acumulado. Curiosamente, las personas que logran una libertad
financiera, su vida, no tiene lujos, porque saben que aumentar su nivel de vida
significa la necesidad de aumentar los ingresos.
La ansiada libertad financiera se puede llegar a conseguir,
pero hay que ser realistas: es necesario un gran capital inicial, una notable
formación financiera (o, en su defecto, acudir a un asesor especializado), una
gran disciplina y tener claro que batir al mercado es una tarea bastante
difícil que solo está al alcance de unos cuantos. Lo demás es humo contaminado.
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