A la familia
se la consideraba únicamente en el ámbito doméstico, proporcionando trabajo y
capital al mundo, pero sin entrar al detalle de quién se encargaba de, por
ejemplo, realizar las tareas domésticas que se asumía estaban encomendadas al
sexo femenino.
La mayoría de
las veces, los pensamientos se van adaptando a la época en que toca vivir y a
las nuevas necesidades que van surgiendo. Los recientes trabajos de
investigación económica ponen en el punto de mira a la Tierra como medio
natural, recibiendo energía a través del Sol y disipando el calor producido en
la incesante actividad que generamos en la superficie. La sociedad humana es la
causante de toda la actividad económica donde el funcionamiento de la familia,
entre otros, se ve realizado gracias al flujo financiero.
De forma
esquemática, por tanto, la Tierra sería un todo. Dentro de ella, estaría la
sociedad. Dentro de esta, la economía que estaría formada por las familias, el
mercado, el Estado y los comunes, unidos entre sí por los flujos financieros.
La economía
se desarrolla en la Biosfera (capa de la tierra donde habitan los seres vivos).
De ella se extrae parte de la energía (que ni se crea ni se destruye,
simplemente se transforma), los materiales y los seres vivos. Pero en ella
también depositamos los desechos de nuestra prosperidad. Esto no es un
pensamiento nuevo, allá por el siglo XVIII ya los fisiócratas tenían claro que
las tierras eran la clave para entender el valor económico.
A partir de
ese pensamiento económico, la cosa tomó otro rumbo porque los radicales
pensaron que la tierra ganaba valor para los propietarios, aunque no se hiciese
nada por mejorarla. De ahí surgió el impuesto sobre el valor del suelo, lo que
minimizó su valor en la teoría económica, dando valor al trabajo y al capital,
obviando a la tierra, aunque, en el fondo, formaba parte del capital.
La economía
está inmersa en un constante flujo que depende de la Tierra como fuente de
extracción de recursos finitos (como el petróleo) y otros renovables (como los
cultivos). A su vez, la economía también depende de la Tierra como sumidero
para arrojar los desechos. El aumento desmesurado de la población desde que se
postularon esas teorías básicas de la economía ha cambiado la forma de ver las
cosas y ahora estamos en el axioma de la “economía ecológica”.
El siglo XXI
ha dejado atrás aquel modelo donde al consumo se le consideraba finito en comparación
con la capacidad de las fuentes y los sumideros de la naturaleza. Hoy la
economía está al límite de la capacidad de regeneración y de absorción de la
Tierra, sobreexplotando ambos recursos: extracción y desecho. El flujo
financiero depende de la energía, hasta tal punto que siempre es necesario
activar un interruptor para que se active una bomba eléctrica que sea capaz de
mover todo el entramado, de la misma forma que un motor de explosión necesita
electricidad para su funcionamiento.
Actualmente,
mucha de la energía que alimenta la economía nos llega en tiempo real a través
del sol y el viento. Otra parte, se almacenó en una época reciente, como es el
caso de los cultivos. Y otra, se almacenó hace mucho tiempo, como es el caso de
los combustibles fósiles.
La evolución
natural está dejando atrás el flujo circular que asumía que las personas eran los
trabajadores, los consumidores y los propietarios del capital. Las nuevas ideas
pasan por hacer un diagrama que, como decía, está compuesto por la familia
(cuidadores y vecinos), el Estado (los ciudadanos usamos servicios públicos y
pagamos impuestos), los comunes (colaboración y administración de la riqueza
compartida) y el mercado (donde se intercambian los bienes y servicios).
El diagrama
del flujo circular descrito establece que la mano de obra aparece de la nada, estando
siempre lista con el comienzo de la jornada laboral. La economía ortodoxa
siempre tiene sobre el horizonte la productividad del trabajo asalariado,
ignorando por completo el trabajo no remunerado. Este trabajo no remunerado
ocupa el primer lugar en la “economía básica” al formar parte de la vida
cotidiana de hoy y de siempre, sustentando elementos esenciales en la vida
familiar y social.
¿Te has dado
cuenta de que todos llevamos una ama de casa en nuestro interior? Las
transacciones cotidianas que todos los días realizamos antes de ir a trabajar y
al regreso sustentan el bienestar personal y familiar. Todos, unos más que
otros, formamos parte de esa “economía básica” y le dedicamos parte de nuestro
tiempo.
El tiempo es
un recurso humano y universal donde todos disponemos del mismo y es una de las
pocas cosas que no se puede “comprar”. Cada uno lo usamos de una forma
diferente, en la medida en que lo controlamos y le damos un valor diferente.
Como el
trabajo de la “economía básica” no está remunerado, está infravalorado llegando
a ser objeto de explotación, generando desigualdades palpables en cualquier
ámbito. La “economía remunerada” depende en gran medid de la “economía básica”.
Recientemente,
aunque antiguos, han llegado a mis manos dos estudios muy interesantes sobre la
“economía básica”. El primero es uno que se realizó en Basilea (Suiza) en el
2002. Estimaba que el trabajo asistencial no remunerado realizado por las
familias en su seno superaba el coste total de los salarios pagados a todo el
personal remunerado.
El segundo es
una encuesta realizada en 2014 ente unos miles de madres en Estados Unidos. Se
llegó a la conclusión de que si se pagara a las mujeres el precio estándar de
una hora de trabajo por su labor dentro de la familia ganarían unos 120.000
dólares al año. Si esas madres, además, salían a trabajar fuera de su casa cada
día, ganarían 70.000 dólares adicionales a su salario, si se contase todo el
trabajo asistencial no remunerado.
En
definitiva, incluir a la Tierra y al trabajo no remunerado en el seno de la
familia es un nuevo diagrama de la macroeconomía, siendo un gran paso para
reconocer la importancia de estos dos factores en nuestra vida. Es hora de dar
la vuelta a este escenario, rediseñando las finanzas para que estas fluyan a favor
del servicio de la economía y de la sociedad. Tal varianza pasa por cómo crear
dinero no solo por parte de los mercados, sino también del Estado y los
comunes.
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