Ser poseedor
de una cantidad de dinero lo suficientemente amplia es sinónimo de ser capaz de
abrir muchas puertas y posteriormente mantenerlas abiertas. Sin duda, va a
permitir tener unas mejores condiciones de vida, lleva aparejado tener más
tiempo libre (una de las pocas cosas en esta vida que no se puede comprar) para
vivir nuevas experiencias y es el antídoto del estrés que genera la realidad de
no llegar a fin de mes.
El dinero es
uno de los pilares fundamentales en nuestra vida que, a su vez, genera muchas
envidias y situaciones más o menos embarazosas en el ámbito familiar, en el
entorno de trabajo… Es una de las herramientas fundamentales al permitir la
adquisición de bienes y servicios que de otra forma no se podrían conseguir, a
no ser que se recurriese a la economía de subsistencia. Es decir, el dinero es,
según la RAE y entre otras cosas, el medio de cambio o de pago aceptado generalmente.
Uno de los
debates en torno a las finanzas es si el dinero da o no la felicidad. Es
cierto, tener dinero se suele asociar a la felicidad, aunque no hay una causa
directa que haga proporcional la cantidad de dinero con la felicidad debido a
que el peculio no es un fin, es un medio por el cual se intercambian bienes y
servicios. Sin embargo, la gente se esfuerza en aparentar una vida feliz y
ostentosa, algo que se ve a diario en las redes sociales, lo que da que pensar
si la relación dinero/felicidad son directamente proporcionales. Hay personas
con cantidades ingentes de dinero que no son felices y, por el contrario, hay
otras que teniendo lo suficiente son inmensamente felices. La felicidad que el
dinero proporciona viene de la mano de su gestión: así lo dicen varios
estudios que afirman con rotundidad la estrecha relación que existe entre la
capacidad de ahorro y los sentimientos de felicidad. Un ejemplo muy
clarificador es el del afortunado que le toca la lotería y con el paso del
tiempo su salud financiera es peor que la que tenía antes del premio: de
inmediato, descorcha botellas del mejor champan para luego, la mala gestión,
llevarlo por camino del consumo adquiriendo pasivos en vez de activos. Si se
compran cosas que no se necesitan pronto habrá que vender cosas que se
necesitan.
El origen del
debate de si el dinero produce o no felicidad data de 1974, cuando el economista
Richard Easterlin presentó la “paradoja de la felicidad”: según él, los ricos estadounidenses
de aquella época eran en promedio más felices que los pobres, pero la media de
la felicidad del país no había crecido frente a la evolución positiva de la
economía desde la Segunda Guerra Mundial. El caso es que a partir de ese
estudio sobre la relación entre el dinero y la felicidad numerosos economistas,
politólogos y sociólogos concluyeron que no siempre el dinero ha sido capaz de
comprar la felicidad.
Pero ahora
parece ser que científicos de la Universidad de Princeton han llevado a cabo un
estudio en el que demuestran que el dinero sí puede hacer más feliz a las
personas. La conclusión ha sido que los que tienen amplios ingresos anuales no obtienen
una ganancia significativa de felicidad cuando reciben un ingreso adicional.
Por el contrario, las personas de ingresos más modestos sí se les nota el aumento
de felicidad si reciben un ingreso extra. De la misma forma, quien pierde
dinero también pierde felicidad, pero en menor cuantía porcentual. La
conclusión del estudio de esta Universidad es que el dinero no proporciona la
felicidad absoluta, pero sí ayuda a mejorar la satisfacción personal sobre todo
a aquellas personas que han pasado apuros económicos.
Lo que se
sabe a ciencia cierta es que el dinero sí aporta tranquilidad ya que es un seguro
de estabilidad económica. Pero ese estado es limitado porque a
partir de una cierta cantidad el interés por el dinero desciende y de forma
proporcional su valor. Allá por el 2010, Angus Deaton y Daniel Kahneman,
Premios Nobel de Economía y pioneros de la Economía Conductual, después de
revisar varias encuestas, llegaron a la conclusión de que el dinero aporta
felicidad hasta los 75.000 dólares anuales: a partir de esa cantidad, sucesivos
incrementos de ingresos no aportaban mayor felicidad. Ahora bien, grandes
ingresos proporcionan mayores satisfacciones y realizaciones laborales. Por el
contrario, las personas con ingresos más bajo tienen un menor bienestar social
y una autoestima más baja.
Se trabaja
por dinero: se intercambia nuestro tiempo, nuestra sabiduría, nuestras
impresiones, nuestras habilidades por el salario que se recibe. El afán por el dinero es el principal motor de la economía. Y aunque muchos
lo nieguen, el dinero es una de las cosas más importantes de la vida, más que
la familia y la salud.
Los miembros
de una familia se enfadan entre sí por el dinero. Seguro que conoces a alguien
de tu entorno que hermanos y padres no se hablan y la causa ha sido el reparto
de los caudales. Seguro que conoces a muchos que no pueden atender a sus hijos
o a sus padres porque ese tiempo que le tienen que dedicar lo tienen que
emplear en ganar dinero.
La salud es
muy importante. Tan importante que cada 22 de diciembre se celebra “el día de
la salud”: si no somos agraciados con el Gordo de Navidad siempre nos queda el
consuelo de decir que teniendo salud es lo que importa. Pero… pregunto
¿cambiarías un décimo del Gordo de Navidad por un proceso gripal? ¿O, mejor,
por una apendicitis? No quiero saber la respuesta. Lo que sí está claro es que
si una enfermedad no se cura con dinero no tiene cura.
El dinero
afecta a nuestro comportamiento de una manera muy diferente a la mayoría de las
cosas que realmente nos importan. Me estoy refiriendo al creciente uso del
incentivo o castigo monetario: en algunos trabajos, los éxitos alcanzados
llevan consigo un incentivo económico; en la vida cotidiana, si algo que está
prohibido y no se respeta se impone una multa pecuniaria. Las políticas
económicas tradicionales suponen una forma fiable de cambiar el comportamiento
de la gente alterando los precios. Además, el pago por uso, aunque sea un
castigo, nos otorga una serie de derechos. Por ejemplo, en la década de 1990,
en la ciudad israelí de Haifa, varias guarderías decidieron poner un recargo
económico a todos aquellos padres que recogiesen a sus hijos diez minutos más
tarde de la hora del cierre. El resultado fue asombroso: nadie recogía a sus
hijos a tiempo, preferían pagar el recargo y así podían llegar a la hora que
quisieran a recogerlos. Todo volvió a la normalidad cuando las guarderías
retiraron la “multa”.
No todas las
generaciones opinan lo mismo sobre el dinero y la felicidad. No es lo mismo
opinar sobre el tema siendo adolescente que estando a punto de jubilarse. Los
primeros ven el futuro por delante valorando más el tiempo que el dinero. Los
segundos ven el tiempo del pasado y las mejoras monetarias que realizarían si
lo volviesen a vivir.
Lo cierto es
que existen unas razones obvias que explican cómo una buena salud financiera
puede ayudar a mejorar la felicidad. Por un lado, estaría la tranquilidad que
proporciona el dinero y, por otro, que no existiendo carencia de este las
necesidades más básicas se encuentran cubiertas.
El índice
global de felicidad elaborado por las Naciones Unidas muestra que los primeros
países del ranking son aquellos cuyos ciudadanos disfrutan de mayor libertad
social y económica, que curiosamente coincide también con los países más
prósperos.
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