27 de septiembre de 2022

El Dinero y la Felicidad

Hablar de dinero, si no se hace en el lugar y de la forma adecuada, puede ocasionar algún que otro problema. La razón es que aún sigue siendo tabú según en qué conversaciones. Pero la realidad dice que todo el mundo lo añora y quiere tener más.

Ser poseedor de una cantidad de dinero lo suficientemente amplia es sinónimo de ser capaz de abrir muchas puertas y posteriormente mantenerlas abiertas. Sin duda, va a permitir tener unas mejores condiciones de vida, lleva aparejado tener más tiempo libre (una de las pocas cosas en esta vida que no se puede comprar) para vivir nuevas experiencias y es el antídoto del estrés que genera la realidad de no llegar a fin de mes.

El dinero es uno de los pilares fundamentales en nuestra vida que, a su vez, genera muchas envidias y situaciones más o menos embarazosas en el ámbito familiar, en el entorno de trabajo… Es una de las herramientas fundamentales al permitir la adquisición de bienes y servicios que de otra forma no se podrían conseguir, a no ser que se recurriese a la economía de subsistencia. Es decir, el dinero es, según la RAE y entre otras cosas, el medio de cambio o de pago aceptado generalmente.

Uno de los debates en torno a las finanzas es si el dinero da o no la felicidad. Es cierto, tener dinero se suele asociar a la felicidad, aunque no hay una causa directa que haga proporcional la cantidad de dinero con la felicidad debido a que el peculio no es un fin, es un medio por el cual se intercambian bienes y servicios. Sin embargo, la gente se esfuerza en aparentar una vida feliz y ostentosa, algo que se ve a diario en las redes sociales, lo que da que pensar si la relación dinero/felicidad son directamente proporcionales. Hay personas con cantidades ingentes de dinero que no son felices y, por el contrario, hay otras que teniendo lo suficiente son inmensamente felices. La felicidad que el dinero proporciona viene de la mano de su gestión: así lo dicen varios estudios que afirman con rotundidad la estrecha relación que existe entre la capacidad de ahorro y los sentimientos de felicidad. Un ejemplo muy clarificador es el del afortunado que le toca la lotería y con el paso del tiempo su salud financiera es peor que la que tenía antes del premio: de inmediato, descorcha botellas del mejor champan para luego, la mala gestión, llevarlo por camino del consumo adquiriendo pasivos en vez de activos. Si se compran cosas que no se necesitan pronto habrá que vender cosas que se necesitan.

El origen del debate de si el dinero produce o no felicidad data de 1974, cuando el economista Richard Easterlin presentó la “paradoja de la felicidad”: según él, los ricos estadounidenses de aquella época eran en promedio más felices que los pobres, pero la media de la felicidad del país no había crecido frente a la evolución positiva de la economía desde la Segunda Guerra Mundial. El caso es que a partir de ese estudio sobre la relación entre el dinero y la felicidad numerosos economistas, politólogos y sociólogos concluyeron que no siempre el dinero ha sido capaz de comprar la felicidad.

Pero ahora parece ser que científicos de la Universidad de Princeton han llevado a cabo un estudio en el que demuestran que el dinero sí puede hacer más feliz a las personas. La conclusión ha sido que los que tienen amplios ingresos anuales no obtienen una ganancia significativa de felicidad cuando reciben un ingreso adicional. Por el contrario, las personas de ingresos más modestos sí se les nota el aumento de felicidad si reciben un ingreso extra. De la misma forma, quien pierde dinero también pierde felicidad, pero en menor cuantía porcentual. La conclusión del estudio de esta Universidad es que el dinero no proporciona la felicidad absoluta, pero sí ayuda a mejorar la satisfacción personal sobre todo a aquellas personas que han pasado apuros económicos.

Lo que se sabe a ciencia cierta es que el dinero sí aporta tranquilidad ya que es un seguro de estabilidad económica. Pero ese estado es limitado porque a partir de una cierta cantidad el interés por el dinero desciende y de forma proporcional su valor. Allá por el 2010, Angus Deaton y Daniel Kahneman, Premios Nobel de Economía y pioneros de la Economía Conductual, después de revisar varias encuestas, llegaron a la conclusión de que el dinero aporta felicidad hasta los 75.000 dólares anuales: a partir de esa cantidad, sucesivos incrementos de ingresos no aportaban mayor felicidad. Ahora bien, grandes ingresos proporcionan mayores satisfacciones y realizaciones laborales. Por el contrario, las personas con ingresos más bajo tienen un menor bienestar social y una autoestima más baja.

Se trabaja por dinero: se intercambia nuestro tiempo, nuestra sabiduría, nuestras impresiones, nuestras habilidades por el salario que se recibe. El afán por el dinero es el principal motor de la economía. Y aunque muchos lo nieguen, el dinero es una de las cosas más importantes de la vida, más que la familia y la salud.

Los miembros de una familia se enfadan entre sí por el dinero. Seguro que conoces a alguien de tu entorno que hermanos y padres no se hablan y la causa ha sido el reparto de los caudales. Seguro que conoces a muchos que no pueden atender a sus hijos o a sus padres porque ese tiempo que le tienen que dedicar lo tienen que emplear en ganar dinero.

La salud es muy importante. Tan importante que cada 22 de diciembre se celebra “el día de la salud”: si no somos agraciados con el Gordo de Navidad siempre nos queda el consuelo de decir que teniendo salud es lo que importa. Pero… pregunto ¿cambiarías un décimo del Gordo de Navidad por un proceso gripal? ¿O, mejor, por una apendicitis? No quiero saber la respuesta. Lo que sí está claro es que si una enfermedad no se cura con dinero no tiene cura.

El dinero afecta a nuestro comportamiento de una manera muy diferente a la mayoría de las cosas que realmente nos importan. Me estoy refiriendo al creciente uso del incentivo o castigo monetario: en algunos trabajos, los éxitos alcanzados llevan consigo un incentivo económico; en la vida cotidiana, si algo que está prohibido y no se respeta se impone una multa pecuniaria. Las políticas económicas tradicionales suponen una forma fiable de cambiar el comportamiento de la gente alterando los precios. Además, el pago por uso, aunque sea un castigo, nos otorga una serie de derechos. Por ejemplo, en la década de 1990, en la ciudad israelí de Haifa, varias guarderías decidieron poner un recargo económico a todos aquellos padres que recogiesen a sus hijos diez minutos más tarde de la hora del cierre. El resultado fue asombroso: nadie recogía a sus hijos a tiempo, preferían pagar el recargo y así podían llegar a la hora que quisieran a recogerlos. Todo volvió a la normalidad cuando las guarderías retiraron la “multa”.

No todas las generaciones opinan lo mismo sobre el dinero y la felicidad. No es lo mismo opinar sobre el tema siendo adolescente que estando a punto de jubilarse. Los primeros ven el futuro por delante valorando más el tiempo que el dinero. Los segundos ven el tiempo del pasado y las mejoras monetarias que realizarían si lo volviesen a vivir.

Lo cierto es que existen unas razones obvias que explican cómo una buena salud financiera puede ayudar a mejorar la felicidad. Por un lado, estaría la tranquilidad que proporciona el dinero y, por otro, que no existiendo carencia de este las necesidades más básicas se encuentran cubiertas.

El índice global de felicidad elaborado por las Naciones Unidas muestra que los primeros países del ranking son aquellos cuyos ciudadanos disfrutan de mayor libertad social y económica, que curiosamente coincide también con los países más prósperos.

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