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Todas las
reformas que se están llevando a cabo son cortoplacistas. Son cortoplacistas
porque los políticos, sean del punto cardinal que sean, lo único que hacen es
poner parches sin poner en riesgo las perspectivas electorales porque ven en las
pensiones una máquina electoral capaz de modificar la intención del voto. En su
momento, iban a enviar una carta a los mayores de 50 años indicándoles la
pensión estimada. Aquella carta nunca se echó a Correos y ahora ya no es el
momento de hacerlo. Por eso, lo mejor es diseñar un plan para complementar la
pensión pública, así como elegir el momento más propicio para jubilarse.
Una de las
principales decisiones que tiene que tomar el trabajador es qué fecha elegir
para el momento de la jubilación porque de ella dependerá, en gran medida, la
cuantía de la pensión. La legislación actual establece tres opciones para poner
fin a la extensa carrera laboral: la edad ordinaria de jubilación, anticipar la
edad de retiro o demorarla.
De las tres,
la única que recorta el importe de la pensión es la jubilación anticipada, penalizándola
debido a la aplicación de unos coeficientes reductores en función al número de
meses que se adelante y del periodo total de cotización. Anticiparse a la edad
ordinaria permite al trabajador jubilarse antes y acceder a la pensión
vitalicia que, dependiendo de los años en que se cobre podría ser, incluso,
financieramente más rentable para el futuro pensionista.
Por el
contrario, demorar la jubilación aumenta la cuantía de la pensión debido a los
incentivos que se han introducido con el fin de que los trabajadores sigan con
su actividad laboral. Para poder acogerse hay que cumplir una serie de
requisitos: haber cotizado 15 años a la Seguridad Social, tener menos de 70
años y tener cumplida la edad mínima de jubilación ordinaria. Sin embargo, no
siempre es una buena opción seguir trabajando a pesar de que se incremente la
pensión. Tal es el caso de aquellos trabajadores que su poder adquisitivo no se
vea muy mermado. En el caso opuesto están aquéllos que no hayan cotizado a la
Seguridad Social los años necesarios para llegar a cobrar la pensión máxima.
El incremento
de la esperanza de vida se suma a la incertidumbre que existe sobre el sistema
público de pensiones. En la actualidad, la tasa de reemplazo (porcentaje de
ingresos que representan la pensión con respecto al último sueldo) es de un
80%, siendo una de las más altas de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos),
aunque es posible que este ranking dure poco tiempo. No cabe duda de que la
pensión pública es una apuesta segura a futuro, pero sin garantizar la cuantía
a percibir, por eso es necesario crear un colchón financiero con el que
complementarla. En este caso, casi todos los asesores financieros coinciden en
que los Planes de Pensiones y los Fondos de Inversión son los más idóneos para
crear ese colchón financiero. Pero no son los únicos: los inmuebles o las
acciones son otras opciones viables para rentabilizar los ahorros de cara a la
jubilación. El riesgo que hay que asumir en las inversiones ira de más a menos,
siendo más agresivo al principio y más conservador al final. Una vez metidos ya
en la edad dorada hay que plantarse qué hacer con las inversiones: si
deshacerlas o seguir manteniéndolas con el fin de aportar más rentabilidad al
patrimonio.
Llegado el
momento de la jubilación, el ahorro necesario para cubrir el diferencial entre
las necesidades económicas reales y los ingresos de la pensión pública es aquél
que cubra, según el Banco de España, entre un 70 y un 90% los ingresos que
tenía cuando estaba en activo.
El ahorro es
la herramienta principal para complementar la pensión estatal. Por tanto,
cuanto más tarde se comience a planificar la jubilación más alto será el
porcentaje que haya que destinar a ese fin. No olvidemos que el interés
compuesto juega a favor, permitiendo sumar intereses al capital ahorrado, por
eso es primordial comenzar cuanto antes.
Invertir de
cara a la jubilación requiere de una estrategia a muy largo plazo y que se
adapte al perfil de cada ahorrador/inversor, ajustándose a los objetivos
financieros personales y familiares. Quizás, llegados a este punto, la figura
del asesor financiero independiente sería algo esencial.
El mercado
está plagado de productos diseñados para el ahorro destinado a la jubilación
que aportan rentabilidad y a la vez pueden ser capaces de generar incentivos fiscales.
Uno de los productos creado en especial para este fin es el Plan de Pensiones
cuyo mayor inconveniente es que su liquidez está restringida, aunque se permite
su rescate en determinadas situaciones y a partir de 2025 se podrán rescatar si
han trascurrido diez años desde que se realizó la primera aportación. Otra
opción pasa por los Planes de Previsión Asegurada (PPA), los Planes
Individuales de Ahorro Sistemático (PIAS) y los Seguros de Pensiones.
Otro producto
de inversión aconsejable es el Fondo de Inversión que permite diversificar la
inversión tanto por sectores, gestores, áreas geográficas y tipos de activos.
Compaginar
Planes de Pensiones y Fondos de Inversión quizás sea la mejor estrategia ya que
en ambos se puede cambiar la inversión a otros planes o a otros fondos sin
tener que tributar por ellos, lo que habilita el control del riesgo a medida
que se acerca la edad de jubilación, permitiendo la adaptación a las
circunstancias del mercado.
Un factor a
tener en cuenta es la inflación ya que afecta de lleno al ahorro. Cuanto más
alta sea la inflación mayor tendrá que ser el ahorro necesario. Por esta razón,
el dinero no se puede quedar parado en ningún momento. Tener el ahorro
estancado hará que la inflación vaya disminuyendo poco a poco el poder de
compra y eso repercutirá en el dinero a percibir como complemento a la pensión
pública.
La estrategia financiera no finaliza con la jubilación, es más, debe de ir más allá, dando
rentabilidad a los ahorros que no se vayan utilizando y evitar así la
descapitalización. La gestión del patrimonio se debe de seguir llevando a cabo
porque la rentabilidad del ahorro en la etapa dorada es más necesaria que nunca:
se está en el periodo específico donde no se generan rentas, se consumen. Si no
es necesario, no se deben de rescatar los Planes de Pensiones ni los Fondos de
Inversión. Retrasando el cobro se consigue una mayor rentabilidad que con otros
productos financieros, aprovechando, como decía, el diferimiento fiscal hasta
el momento del rescate. En cualquier caso, nunca se rescatarán en forma de
capital ya que, si se hace en forma de renta, poco a poco, el capital que queda
sin rescatar sigue generando retornos.
En fin, jubilarse es decir adiós al estrés de la jornada laboral y tomarse las
cosas con más calma, pero sin renunciar al olvido del patrimonio financiero
obtenido durante la etapa en que se estaba en activo.
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