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A la hora de
invertir se suele tener en cuenta el horizonte temporal, el objetivo de
rentabilidad, la aversión al riesgo y la edad del propio inversor. Es cierto
que, en general, las inversiones no suelen depender de la etapa del ciclo vital
donde se encuentre el inversor en un momento dado, pero sí van a depender de
las necesidades particulares y del horizonte temporal y, para eso, la inversión
puede estar marcada por determinadas singularidades en función de la edad del
ahorrador-inversor.
Por tanto, no
es ninguna idea descabellada adaptar cualquier inversión a cada momento preciso
de la vida. No es lo mismo invertir con 25 años y sin cargas que hacerlo cuando
ya se está entrado en años donde las cargas pueden limitar el efectivo de la
inversión. Las expectativas, el riesgo y el tiempo del que se dispone para
rentabilizar el ahorro varían de forma sustancial según se van cumpliendo años.
De ahí que los asesores financieros tengan muy en cuenta, a la hora de
aconsejar una inversión, la edad y el momento vital en el que se encuentra en
inversor, debido, entre otras cosas, a que la aversión al riesgo es
inversamente proporcional a la cantidad de años cumplidos, mientras que el
conservadurismo es directamente proporcional.
Siendo el
ahorro la parte de los ingresos que no se destina al consumo inmediato, sino
que se guarda para utilizarlo en un futuro, se pueden presuponer dos escenarios
posibles: uno, el más conservador, que es guardarlo sin hacer ningún tipo de
uso hasta que no sea necesario y, otro, invertirlo con el fin de que aporte una
ganancia en el futuro, ya sean activos financieros o físicos.
Una primera
clasificación de las inversiones según el ciclo vital puede dar lugar a tres
fases diferentes:
Fase de
acumulación: es en la juventud cuando hay que acumular el mayor capital posible
e intentar buscar la máxima rentabilidad.
Fase de
consolidación: en esta etapa es cuando se afianza el capital acumulado y se
comienza a reducir el riesgo.
Fase de
reducción: en el momento próximo a la jubilación, se reduce al máximo el riesgo
pasando a ser conservador. En esta fase también es cuando se comenzará a
disponer del ahorro acumulado más las posibles ganancias obtenidas en las fases
anteriores.
Según ha ido
pasando el tiempo parece que al llegar la edad de la jubilación se es más joven
que lo eran en ese momento nuestros antepasados. Con la inversión no ocurre lo
mismo. La edad real de jubilación se ha desplazado algo más de un año, pero la
esperanza de vida se ha prolongado mucho más. De todos es sabido que la pensión
trae consigo una merma de la renta media en comparación con la etapa en que se
estaba en activo. Bajo esta premisa es fácil pensar que con el único ingreso de
la pensión estatal se va a necesitar liquidez según vaya aumentando la edad. En
la edad dorada es cuando se va a disfrutar del ahorro que no se gastó en las
fases de acumulación y consolidación.
Por todo lo
anterior, es fácil deducir que es necesario optimizar la inversión según la
edad que se vaya teniendo. Cuando se es joven, la capacidad de asumir riesgos
debe de ser mayor. ¿Por qué? Porque las cargas son menores y porque queda mucho
tiempo para recuperarse de los descalabros que puedan acontecer. Por tanto, la
renta variable, por estar expuesta más al riesgo, debería estar presente en
casi su totalidad cuando se es más joven, para irse reduciendo según se va
avanzando en la edad y se acerca el momento de pasar a la jubilación.
Las
inversiones deben adaptarse sin remedio a la edad. No tiene sentido
mantener la misma estrategia a los 60 años que cuando se cumplieron los 25. Y
una de las fórmulas más fáciles de ir variando el riesgo de la inversión según
va aumentando la edad es aplicando la regla del 120. Esta regla lo que hace es
dar las pautas, de una forma muy sencilla, de cómo invertir según la edad. El único
cálculo que tiene es restar a 120 la edad del ahorrador-inversor y ese será el
porcentaje que se debe destinar a la renta variable, yendo el resto a la renta
fija. Aplicar esta simple regla lleva consigo revisar periódicamente los
activos de los que está formada la cartera.
John Bogle,
el padre de la inversión indexada, proponía otra regla similar. Él recomendaba
invertir en renta fija el mismo porcentaje que la edad. Siendo así, esta regla
tiene una visión más conservadora que la del 120.
La clave pasa
por la correcta distribución del dinero y del riesgo que se asume, para después
discernir entre los diferentes productos de inversión que existen en el Mercado,
fijándose en el impacto fiscal, la diversificación y la liquidez.
Nadie es dueño de la sabiduría capaz de lograr grandes beneficios en el largo plazo con las inversiones que se lleven a cabo, pero es posible desarrollar una serie de estrategias que aumentarán las posibilidades de éxito.
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