Todos estamos
sometidos a cometer errores (acción de haber realizado algo de la manera
indebida) y de ellos se aprende. De la actitud que se adopte ante las
equivocaciones depende de que estas puedan convertirse en obstáculos o verlas como
oportunidades. Los errores son parte de la vida, nadie está completamente a
salvo de ellos. De hecho, juegan un papel fundamental en lo referente al
crecimiento personal humano. Si no fuese por las equivocaciones que se cometen,
no seríamos capaces de aprender de ellas para poder corregirlas más adelante. Los
errores tienen en común que son accidentales e involuntarios; es decir, jamás
se podría cometer un error de manera voluntaria, eso resultaría ser una
paradoja. El otro aspecto común de los errores, y el más importante, es que
detrás de cada uno de ellos se esconde la oportunidad de conseguir un valioso
aprendizaje. Pero a colación de todo esto decía Eleanor Roosevelt: “aprende de
los errores de los demás. No vivirás lo suficiente para cometerlos todos tú
mismo”. Y tenía razón.Foto by pixabay.com
Las finanzas
no son muy diferentes a la vida cotidiana. Los errores financieros,
normalmente, se resuelven con dinero. Pero mejor está no cometerlos y, la mejor
forma de no cometerlos es que alguien te advierta de lo que es un error para
así poder esquivarlo sobradamente. En finanzas, los errores de la juventud nada
tienen que ver con los que se cometen en la edad adulta. Y nada tienen que ver
con los que se cometen cercanos o ya metidos en la edad de oro.
El comienzo
de la vida laboral implica, financieramente hablando, ser libre. A esta etapa
se llega de la anterior donde el dinero no era un problema porque eran los
progenitores los que corrían con todos los gastos. A partir de ahora la cosa
cambia, y mucho. El primer error surge al querer imitar a los padres y vivir
por encima de las posibilidades de los ingresos. Mantener el estilo de vida que
llevan ellos no es factible a no ser que ellos también aporten.
Al tratar de
vivir por encima de las posibilidades implica que de inmediato hay que
endeudarse. Y endeudarse significa amoldar la vida financiera a la deuda. Con
una deuda como mochila no hay libertad para hacer lo que se quiera, porque se
necesitan unos ingresos para amortizarla y pagar los consiguientes intereses.
Si hay que endeudarse, se endeuda uno, pero habiendo conseguido el preahorro
necesario para atenuar la deuda. El preahorro contribuye a conseguir los
objetivos financieros más rápido de lo habitual.
Se deberá
evitar a toda costa caer en “la trampa de los gastos crecientes”: cuanto más se
gana más se gasta. Los aumentos de sueldo se deben de emplear para conseguir
libertad financiera, no para amoldar un nuevo estilo de vida a los nuevos
ingresos. La sociedad actual ofrece demasiados estímulos consumistas para
entrar en la espiral de gastos crecientes y el ser humano siempre piensa en la
satisfacción inmediata dejando de lado el futuro. El ahorro es el gasto que se
hará en el futuro ayudado por la magia del interés compuesto, funcionando este
mejor en periodos largos de tiempo y su poder se incrementa con el aumento de
capital. Para conseguir esto último lo mejor es separar el ahorro de los
ingresos y acto seguido automatizarlo hacia otra cuenta que sea diferente de la
del uso cotidiano.
Recién
llegada la madurez llega el momento de sentar la cabeza y centrarse en forjar
un lugar de residencia. En este momento hay una superhipoteca esperanto al
treintañero con los brazos abiertos. Las hipotecas se hacen a muy largo plazo,
por eso es crucial elegir la más adecuada. Un error en su contratación implica
adelantar todos los ingresos venideros al momento actual porque el nivel de
ingresos del futuro es incierto. La mochila de la hipoteca es necesaria, claro
que sí, pero cuanto más leve sea mejor, evitando que el fin de todos los
ingresos vayan destinados a ella. El prestamista no permite fallos en la
devolución del principal y sus intereses. Hipotecarse para comprarse una casa
no es hipotecarse toda la vida.
La llegada al
mundo de un hijo cambia por completo el escenario. Hay que atender las nuevas
necesidades familiares y eso implica, en la mayoría de los casos, modificar el
planteamiento de las finanzas personales. Quizás, con la llegada de un hijo los
gastos aumentan de forma exponencial a lo que lo venían haciendo con
anterioridad. Por eso, hay que modificar la estructura de las finanzas
personales para incluir en ellas al nuevo miembro de la familia: los gastos
aumentan y los ingresos se mantienen inalterables.
Ir cumpliendo
años significa ir adquiriendo experiencia en todos los ámbitos, en el
financiero también. Llegada la etapa la madurez consolidada es el momento de
empezar a pensar en hacer algo para generar ingresos pasivos. Solo se podrá
conseguir este estado si se han hecho correctamente los deberes en el pasado.
Es el momento, por ejemplo, de emprender o simplemente de poner los ahorros a
trabajar con el pensamiento puesto ya en la jubilación. Insisto en que aquí de
lo que se trata es de conseguir ingresos pasivos, no gastos pasivos. Es
habitual en este punto que se intente aumentar el patrimonio y por consiguiente
los gastos. No es malo aumentar el patrimonio, solo si viene acompañado de un
aumento de los ingresos.
Llegados los
50 es la hora de darle la vuelta al jamón. Si a estas alturas de la vida no se
tienen las finanzas encarriladas algo ha fallado en el pasado. Pero aún queda
algo de tiempo, no mucho, en el que algo se puede hacer. Ahora la recomendación
de ahorrar para la jubilación se convierte en una obligación. No quiero ser
pájaro de mal agüero, pero las jubilaciones del futuro no van a ser tan
prolíferas como las del presente y no habrá más remedio que tirar del ahorro
acumulado si se quiere conservar el nivel de vida de la etapa laboral.
Oportunidades hay y tiempo para llevarlas a cabo también.
A partir de
este momento llega otro de los problemas más cotidianos: convertirse en
avalista de los hijos. Ser avalista implica los mismos riesgos que se tuvieron
con la creación de una hipoteca. Sin embargo, ahora la cosa cambia de forma
sustancial: se paga con el propio capital si fuese necesario. Otra forma de
ayudar a los hijos es donar el capital que se tenía para la jubilación. Desde
el punto de vista financiero esta opción en un error porque queda poco tiempo
ya para volver a recuperar ese importe, pero en este caso prima la relación
afectiva y nada hay que decir al respecto.
Llegada la
etapa final del ciclo vital prima disfrutar de la vida. Hacer lo que no se pudo
hacer en el pasado y utilizar del ahorro acumulado para hacer lo sea menester
en esa época. Es el momento de pensar hasta dónde pueden llegar los ingresos
por ser el futuro incierto. Y cómo no, pensar también en el legado que se les
va a dejar a los herederos. Una buena planificación de este punto implica mucho
ahorro de impuestos. Pero eso ya es otro tema.
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