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Un activo no
es más que un bien, que tiene un valor y que alguien posee para que sea capaz
de generar beneficios económicos en el futuro. Todos los activos tienen el
potencial de generar un beneficio a su poseedor mediante su disfrute, su
intercambio o su venta.
Por otro
lado, un inmueble es un bien que no es transportable porque supondría la
posibilidad de su deterioro. Por eso, su principal característica es que se
mantienen fijos e inmóviles en su lugar de estancia inicial. Así, se puede
decir que un edificio, una construcción, una tierra o, incluso, una mina tienen
la consideración de bienes inmuebles o bienes raíces.
Los inmuebles están considerados como uno de los activos más antiguos y el preferido de la inmensa mayoría de los ahorradores e inversores, sean de la índole que sean. No deja de ser paradójico que en el tiempo que nos está tocando vivir, donde la cantidad de activos y opciones de inversión empieza a ser un número casi incontable, siga siendo el inmueble el preferido de cualquier agente económico: personas físicas y jurídicas, gobiernos, sociedades de toda índole, entidades bancarias, etc. Todos los estudios realizados muestran que los inmuebles, en especial los destinados a vivienda, nunca han perdido su atractivo inversor. Es curioso que los activos intangibles no representen ni el 4% del patrimonio nacional. Es verdad que algunas voces han manifestado, y lo siguen haciendo, en el sentido de expresar que la tendencia está cambiando con el paso del tiempo y, posiblemente, tengan razón en algún momento, pero por ahora no es el caso: el peso de los activos inmobiliarios en las carteras no está descendiendo, todo lo contrario, son los preferidos. No cabe duda de que el valor de un activo inmobiliario no es el valor de unas acciones de una empresa cotizada, por eso las estadísticas salen siempre a favor del ladrillo.
El paso del
tiempo siempre se ha postulado del lado del valor de los inmuebles, aunque en
algún momento ha dejado claro que, por ejemplo, la vivienda también forma parte
de los ciclos económicos y puede ocasionar descensos de valor, aunque luego
tienda de nuevo a estabilizarse. Basta con comparar cómo se han revalorizado
otros activos en el balance familiar y cómo lo ha hecho el ladrillo. Todos
sabemos que la vivienda en muchas zonas de las grandes ciudades ha tenido un
crecimiento exponencial. Hay que destacar que el activo inmobiliario tampoco es
el más demandado en estos momentos, pero su valor no deja de aumentar a un
ritmo superior a la media de la economía.
Los
gobernantes han encontrado un problema en la vivienda que no han sabido
controlar, ese problema no ha sido otro que el de la oferta y la demanda. En un
entorno de tipos bajos, como el que llevamos arrastrando, ha permitido que
mucha gente pueda acceder al mercado de la vivienda aumentando, claro está, la
demanda. Por el contrario, la oferta está siendo bastante restringida por
problemas como la idoneidad de la zonificación, restricciones en la oferta de
terrenos, sobrerregulación del mercado de la vivienda… Todo ello ha provocado
que la demanda sea mayor que la oferta, influyendo activamente en el precio
final de las transacciones. Y mira que la crisis de 2008 intentó zanjar problemas
en el mercado de la vivienda, advirtiendo que la subida de precios en el
mercado inmobiliario no siempre es constante como hasta entonces se pensaba,
pero ni por esas. El problema, por tanto, es de sobra conocido, pero no se da
con la solución o sí, pero no es aplicable por confrontación de intereses, unas
veces políticos y otras veces económicos.
Lo que sí
está claro es que la riqueza de los españoles está cimentada sobre la inversión
en inmuebles, no solo como vivienda habitual sino como segunda vivienda y como
vivienda para rentabilizarla vía alquiler. Un dato escalofriante según la Asociación
de Instituciones de Inversión Colectiva y Fondos de Pensiones (INVERCO): la
riqueza inmobiliaria es tres veces y media más grande que el ahorro financiero.
Además, según la misma fuente, el valor de la inversión media en vivienda es
más de cuatro veces el valor de la inversión financiera. El Covid-19 tuvo un impacto
importe en las transacciones inmobiliarias, pero los bajos tipos de interés y
el descenso de contagios ha ayudado de sobremanera a una pronta recuperación de
las inversiones inmobiliarias.
La inversión
en inmuebles tiene dos problemas muy bien diferenciados con respecto a otros
activos: por un lado, el precio de un activo requiere un gran desembolso y, por
otro, la liquidez (vender una vivienda en el mercado inmobiliario no es vender
unas acciones en el mercado financiero).
Como decía,
la crisis inmobiliaria de 2008 creó un antes y un después. Ahora ya sabemos que
la inversión en inmuebles puede generar importantes minusvalías. También
sabemos que la riqueza de los españoles, en lo que a activos inmobiliarios se refiere,
ha disminuido en un 11% desde entonces.
Se sigue
manteniendo la idea de que comprar una casa es el sueño de los españoles. La
mayoría no lo hace como inversión, lo hace para vivir en ella. Pero, en
realidad, sí es una inversión; es más, está considerada como la mayor inversión
que se realiza en la vida, condicionando el resto de las opciones financieras
disponibles. Ver la compra de la vivienda familiar como una inversión es una
ventaja: se hará una mejor compra, se tomarán mejores decisiones, se pensará en
el futuro y no en la necesidad inminente de poseer una vivienda. Comprar una
casa va más allá de lo que se paga por ella: requiere un ahorro inicial y
aportaciones extras como es el caso de los impuestos que lleva aparejados y los
propios gastos de mantenimiento.
La vivienda,
al estar considerada como un activo, puede servir como ahorro, como
planificación de la jubilación, como aval para un momento en que la economía
familiar tenga un bache, como una rentabilidad si se expone al mercado del
alquiler. En fin, pasan los años y la vivienda sigue en una demanda constante
de inversión. El perfil inversor inmobiliario en España sigue teniendo un alto
poder adquisitivo, aunque solo sea para aumento de patrimonio o para dejarla en
herencia a nuestros descendientes.
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