Aunque el concepto de brecha digital es de acuñación
reciente, existe desde los comienzos de las telecomunicaciones, pudiéndose
definir como la divergencia existente entre las personas que utilizan las TIC
como una nueva rutina en su quehacer diario, y aquellas que no saben
utilizarlas o que no tienen acceso a ellas. Si el concepto de brecha digital lo
trasladamos al entorno rural, observamos que forma parte de la despoblación que
de forma reiterada se está produciendo debido a la falta de infraestructuras,
expectativas y oportunidades provocando una falta de futuro para las
generaciones actuales y venideras. Potenciar su desarrollo, por tanto, es
fundamental para que las telecomunicaciones no sean un parapeto. Su expansión
serviría no solo para mejorar el sector primario, sino también para mejorar los
servicios de la población, siendo conscientes de la repercusión en todos los
ámbitos de la economía a medio y largo plazo.
Los jóvenes emigran de forma constante de los pueblos
dejando a las personas mayores como los únicos moradores del mundo rural. Estos
usan poco o nada Internet porque no lo han necesitado o por falta de
infraestructuras. Sin embargo, siguen teniendo la necesidad de comunicarse en
directo, cosa que en su día se solucionó con la implantación y despliegue de la
línea de cobre analógica por todo el territorio nacional. Posteriormente, se
fueron implantando nuevas tecnologías como GSM, 2G, 3G, 4G que, mira por donde,
alguna de esta tecnología no es compatible con una serie de servicios
analógicos que siguen siendo necesarios en el ámbito rural, como es el caso de
la teleasistencia.
El futuro se presenta halagüeño, pero no cercano. El pasado
ha ido demostrando que la tecnología ha llegado tarde a los pueblos menos
habitados, cuando en la ciudad iban uno o dos pasos por delante. Los próximos
proyectos van en el sentido de realizar un despliegue progresivo de la fibra
óptica, intentando llegar a todo el territorio sustituyendo a las viejas líneas
de cobre.
Mientras que la fibra llega, las plegarias van lanzadas
hacia el milagro del 5G que, como saben, supondrá un gran cambio para las
personas y las empresas, esperando un aumento sin igual en las prestaciones de
Internet en los pueblos con latencias imperceptibles y grandes velocidades.
Para ello, habrá que esperar hasta el 2020 cundo se supone que comenzará el
despliegue de forma masiva. Mientras la fibra y el 5G lleguen, los pueblos
tendrán que conformarse con los servicios 3G y 4G que, en épocas de alta afluencia
de visitantes, provocan las típicas sobrecargas de la red por altas cargas de
trabajo en las antenas o el desbordamiento en los núcleos de las infraestructuras.
Reducir la brecha digital contribuirá a luchar contra la continua
despoblación de la ya denominada España vaciada que, para reducirla, además de
tecnología, se necesita voluntad y fondos, para que el mundo rural, en un país
desarrollado como España, no tenga una brecha tan acuciada y no formemos parte
del deshonroso liderazgo de esta nueva forma de exclusión social.
Una de las mayores paradojas nos la encontramos en que la
población rural debería, por sus particularidades, estar más conectada a
Internet que la población urbana, pero no es así. Y no es así, ni será,
mientras que este tipo de problemas se intenten solucionar desde oficinas
multicomunicadas y situadas en las grandes ciudades, donde sus moradores están
deseando que llegue el fin de semana o las vacaciones para desconectarse.
En este caso he hablado de la brecha digital como una de las consecuencias de ese flujo migratorio del pueblo a la ciudad, pero de la misma forma lo podría haber hecho de la brecha laboral, de la brecha de las infraestructuras o de la brecha sanitaria. Dejo para el lector la enumeración de otras brechas que tanto daño están haciendo a nuestro país y que no han hecho otra cosa que generar la gran brecha entre la España vacía y la España sobrehabitada.
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